Diez días no son nada para una criatura que vive al margen del espacio tiempo como Añil, pero eso no significa que no eche de menos a Khan y no es el único, es que los clientes no se quejaron todavía, pero sabe bien que sus bollos no quedan tan buenos como los del dueño. Aprendió bien por observación y por pura memoria, además anotó la receta con lujo de detalle, con el tiempo y la temperatura exactas. Preparó la misma cantidad y la ofreció sin cobrar a todo el que pidiera, día tras día, noche tras noche, limpió, ordenó los insumos necesarios, etc, etc, etc.
Todos los días después de acabada su labor se echaba a dormir y ya no despertaba hasta que tenía que volver a empezar. Preparar, amasar, cortar, hornear... entregar... cerrar... dormir... volver a empezar... y volver a dormir...
Siempre soñaba con Khan, con verle trabajar en la cocina o sentado junto a él en el sofá... o recostados en la cama... o cenando juntos... o sólo charlando. Echaba mucho de menos escuchar su voz... sentir las caricias de sus manos... contagiarse de su esencia oscura, pero tan cálida a la vez... A veces, despertaba con los ojos llenos de lágrimas.
Ese día volvió a soñar con Khan, oyó su voz, sintió el cuidado de sus manos al arroparle...
Cuando Añil despertó se encontró tapado con la manta de lana en bruto que tejió sin agujas, sólo con las manos hace algún tiempo... pero no se acordaba de habérsela echado encima antes de quedarse dormido. Sólo era la medianoche, todavía era muy temprano como para ponerse a hornear así que fue donde estaba el mostrador para comprobar las vitrinas y ver si se le ocurría algo para limpiar la nieve del camino... y lo primero que vio fue un gran oso de peluche en la vidriera.
— ¿Un osito...? ¿Se le habrá perdido a alguien...?
Añil salió a buscar el osito para llevarlo dentro en los estantes de exposición y que así el que lo perdió pudiera encontrarlo al pasar por ahí... pero se detuvo al ver que en medio de la calle había otro osito.
— ¿Dos ositos...?
Miró alrededor y se dio cuenta de que no eran sólo dos ositos, eran muchos más puestos por todo el alrededor en posiciones graciosas, uno de cabeza, otro asomado en una ventana, otro sentado casualmente en un borde, otro que parecía de rodillas, uno acostado en el piso...
— Son muchos ositos...
Tomó en brazos el primer osito y lo encontró adorablemente mullido, suave y apretable... pero también sintió el aroma de Khan...
— ¿Estuvo aquí...? ¿Con estos ositos?
Rápidamente se acercó a otro osito y hundió la nariz en la piel de peluche.
— ¡Este también!
Añil se puso a juntar entre sus brazos tantos ositos como pudo cargar, los llevó dentro de la panadería y los dejó sentados uno al lado del otro sobre el mostrador, salió a buscar más y los acomodó en las estanterías cuando ya no cabían en la mesa... pero cuando ya no encontró más y se dio cuenta de tantos que eran, los llevó al sofá donde dormía para acomodarlos juntos a él. Todos juntos casi le hacían sentir la presencia de Khan de modo muy sutil, pero suficiente como para encontrar un poquito de consuelo a lo mucho que le extrañaba. Así podría dormir más tranquilo por algunas horas más... hasta que fuera hora de empezar a amasar...
Todos los días después de acabada su labor se echaba a dormir y ya no despertaba hasta que tenía que volver a empezar. Preparar, amasar, cortar, hornear... entregar... cerrar... dormir... volver a empezar... y volver a dormir...
Siempre soñaba con Khan, con verle trabajar en la cocina o sentado junto a él en el sofá... o recostados en la cama... o cenando juntos... o sólo charlando. Echaba mucho de menos escuchar su voz... sentir las caricias de sus manos... contagiarse de su esencia oscura, pero tan cálida a la vez... A veces, despertaba con los ojos llenos de lágrimas.
Ese día volvió a soñar con Khan, oyó su voz, sintió el cuidado de sus manos al arroparle...
Cuando Añil despertó se encontró tapado con la manta de lana en bruto que tejió sin agujas, sólo con las manos hace algún tiempo... pero no se acordaba de habérsela echado encima antes de quedarse dormido. Sólo era la medianoche, todavía era muy temprano como para ponerse a hornear así que fue donde estaba el mostrador para comprobar las vitrinas y ver si se le ocurría algo para limpiar la nieve del camino... y lo primero que vio fue un gran oso de peluche en la vidriera.
— ¿Un osito...? ¿Se le habrá perdido a alguien...?
Añil salió a buscar el osito para llevarlo dentro en los estantes de exposición y que así el que lo perdió pudiera encontrarlo al pasar por ahí... pero se detuvo al ver que en medio de la calle había otro osito.
— ¿Dos ositos...?
Miró alrededor y se dio cuenta de que no eran sólo dos ositos, eran muchos más puestos por todo el alrededor en posiciones graciosas, uno de cabeza, otro asomado en una ventana, otro sentado casualmente en un borde, otro que parecía de rodillas, uno acostado en el piso...
— Son muchos ositos...
Tomó en brazos el primer osito y lo encontró adorablemente mullido, suave y apretable... pero también sintió el aroma de Khan...
— ¿Estuvo aquí...? ¿Con estos ositos?
Rápidamente se acercó a otro osito y hundió la nariz en la piel de peluche.
— ¡Este también!
Añil se puso a juntar entre sus brazos tantos ositos como pudo cargar, los llevó dentro de la panadería y los dejó sentados uno al lado del otro sobre el mostrador, salió a buscar más y los acomodó en las estanterías cuando ya no cabían en la mesa... pero cuando ya no encontró más y se dio cuenta de tantos que eran, los llevó al sofá donde dormía para acomodarlos juntos a él. Todos juntos casi le hacían sentir la presencia de Khan de modo muy sutil, pero suficiente como para encontrar un poquito de consuelo a lo mucho que le extrañaba. Así podría dormir más tranquilo por algunas horas más... hasta que fuera hora de empezar a amasar...
Diez días no son nada para una criatura que vive al margen del espacio tiempo como Añil, pero eso no significa que no eche de menos a Khan y no es el único, es que los clientes no se quejaron todavía, pero sabe bien que sus bollos no quedan tan buenos como los del dueño. Aprendió bien por observación y por pura memoria, además anotó la receta con lujo de detalle, con el tiempo y la temperatura exactas. Preparó la misma cantidad y la ofreció sin cobrar a todo el que pidiera, día tras día, noche tras noche, limpió, ordenó los insumos necesarios, etc, etc, etc.
Todos los días después de acabada su labor se echaba a dormir y ya no despertaba hasta que tenía que volver a empezar. Preparar, amasar, cortar, hornear... entregar... cerrar... dormir... volver a empezar... y volver a dormir...
Siempre soñaba con Khan, con verle trabajar en la cocina o sentado junto a él en el sofá... o recostados en la cama... o cenando juntos... o sólo charlando. Echaba mucho de menos escuchar su voz... sentir las caricias de sus manos... contagiarse de su esencia oscura, pero tan cálida a la vez... A veces, despertaba con los ojos llenos de lágrimas.
Ese día volvió a soñar con Khan, oyó su voz, sintió el cuidado de sus manos al arroparle...
Cuando Añil despertó se encontró tapado con la manta de lana en bruto que tejió sin agujas, sólo con las manos hace algún tiempo... pero no se acordaba de habérsela echado encima antes de quedarse dormido. Sólo era la medianoche, todavía era muy temprano como para ponerse a hornear así que fue donde estaba el mostrador para comprobar las vitrinas y ver si se le ocurría algo para limpiar la nieve del camino... y lo primero que vio fue un gran oso de peluche en la vidriera.
— ¿Un osito...? ¿Se le habrá perdido a alguien...?
Añil salió a buscar el osito para llevarlo dentro en los estantes de exposición y que así el que lo perdió pudiera encontrarlo al pasar por ahí... pero se detuvo al ver que en medio de la calle había otro osito.
— ¿Dos ositos...?
Miró alrededor y se dio cuenta de que no eran sólo dos ositos, eran muchos más puestos por todo el alrededor en posiciones graciosas, uno de cabeza, otro asomado en una ventana, otro sentado casualmente en un borde, otro que parecía de rodillas, uno acostado en el piso...
— Son muchos ositos...
Tomó en brazos el primer osito y lo encontró adorablemente mullido, suave y apretable... pero también sintió el aroma de Khan...
— ¿Estuvo aquí...? ¿Con estos ositos?
Rápidamente se acercó a otro osito y hundió la nariz en la piel de peluche.
— ¡Este también!
Añil se puso a juntar entre sus brazos tantos ositos como pudo cargar, los llevó dentro de la panadería y los dejó sentados uno al lado del otro sobre el mostrador, salió a buscar más y los acomodó en las estanterías cuando ya no cabían en la mesa... pero cuando ya no encontró más y se dio cuenta de tantos que eran, los llevó al sofá donde dormía para acomodarlos juntos a él. Todos juntos casi le hacían sentir la presencia de Khan de modo muy sutil, pero suficiente como para encontrar un poquito de consuelo a lo mucho que le extrañaba. Así podría dormir más tranquilo por algunas horas más... hasta que fuera hora de empezar a amasar...
Cuando supo que su intento por proteger al conservador de la nefasta reacción de su alma a los recuerdos revueltos por el tamborcito del alienígena, también supo que un cigarro y algo de aire fresco no bastaría para devolverle la escasa pero contundente ración de paz necesaria para mantenerse racional.
Las cuencas de sangre del brazalete en su muñeca se fracturaron, cerca, pero sin llegar a romperse.
Puso distancia, kilómetros y kilómetros, con el mundo, para proteger de si mismo a quienes ama. Los días pasaron, uno tras otro, alguno más lento, otro más rápido. Fueron diez de aislamiento total cuando llegó la mañana en que corazón latió con calma, sin que sus garras pidieran sangre, y entonces supo que era seguro regresar.
Hizo el camino a pie sumando un par de días más a su ausencia, dándose tiempo para anticipar el reencuentro con su querido Añil, a quien esperaba ver, besar y tantas otras cosas más primero. Y al cachorro, naturalmente, posiblemente en la mañana siguiente a su llegada.
Pasó por un pueblito turístico y, recordando la fascinación de su nuevo compañero de vida por las cosas suaves y mullidas, hizo de equipaje un carro cargado con osos de peluche, deseando verle sumergirse en ellos, pero, conforme se acercaba a la ciudad, comenzó a sospechar que tendría que dar un giro de ciento ochenta grados a sus planes.
Podía atribuir al cambio climático la espesa capa de nieve donde ahora hundía los pies, pero este frío tenía nombre, apellido, y una esencia mágica inconfundible para él; debería ver a Tolek primero, pero su corazón exigía echar aunque sea un vistazo al preservador y así lo hizo.
Fue una visita extremadamente corta a la panadería, le arropó y besó su frente al encontrarle durmiendo. Susurró un "te veré esta noche" antes de separarse para partir hacia el bosque, mas antes de ingresar al local se ocupó de acomodar cada oso de peluche en las inmediaciones de la panadería, para que Añil tuviera la oportunidad de, como el mismo Khan hizo en los últimos dos días, anticipar el reencuentro.
Las cuencas de sangre del brazalete en su muñeca se fracturaron, cerca, pero sin llegar a romperse.
Puso distancia, kilómetros y kilómetros, con el mundo, para proteger de si mismo a quienes ama. Los días pasaron, uno tras otro, alguno más lento, otro más rápido. Fueron diez de aislamiento total cuando llegó la mañana en que corazón latió con calma, sin que sus garras pidieran sangre, y entonces supo que era seguro regresar.
Hizo el camino a pie sumando un par de días más a su ausencia, dándose tiempo para anticipar el reencuentro con su querido Añil, a quien esperaba ver, besar y tantas otras cosas más primero. Y al cachorro, naturalmente, posiblemente en la mañana siguiente a su llegada.
Pasó por un pueblito turístico y, recordando la fascinación de su nuevo compañero de vida por las cosas suaves y mullidas, hizo de equipaje un carro cargado con osos de peluche, deseando verle sumergirse en ellos, pero, conforme se acercaba a la ciudad, comenzó a sospechar que tendría que dar un giro de ciento ochenta grados a sus planes.
Podía atribuir al cambio climático la espesa capa de nieve donde ahora hundía los pies, pero este frío tenía nombre, apellido, y una esencia mágica inconfundible para él; debería ver a Tolek primero, pero su corazón exigía echar aunque sea un vistazo al preservador y así lo hizo.
Fue una visita extremadamente corta a la panadería, le arropó y besó su frente al encontrarle durmiendo. Susurró un "te veré esta noche" antes de separarse para partir hacia el bosque, mas antes de ingresar al local se ocupó de acomodar cada oso de peluche en las inmediaciones de la panadería, para que Añil tuviera la oportunidad de, como el mismo Khan hizo en los últimos dos días, anticipar el reencuentro.