Es un honor que el Príncipe de Springflür sea. . . nuestro invitado especial. — Ella se conforma con un beso en la mejilla de su hermana. —
Es un honor que el Príncipe de Springflür sea. . . nuestro invitado especial. — Ella se conforma con un beso en la mejilla de su hermana. —
饾悥饾悮饾惀饾悿饾悽饾惂饾悹 饾悽饾惂 饾悮 饾惏饾悽饾惂饾惌饾悶饾惈 饾惏饾惃饾惂饾悵... 饾悕饾悽饾悹饾悺饾惌饾惁饾悮饾惈饾悶?!
饾懐饾拏饾挄饾拞 饾挄饾拹 饾拡饾拪饾挆饾拞 饾挄饾拤饾拞 饾挃饾拏饾挄饾拪饾挃饾拠饾拏饾拕饾挄饾拪饾拹饾拸, 饾拏饾挃饾拰饾拪饾拸饾拡 饾拤饾拹饾挊 饾挌饾拹饾挅'饾挀饾拞 饾拝饾拹饾拪饾拸饾拡 饾拸饾拹饾挊? 饾懐饾拹饾挊'饾挃 饾挄饾拤饾拞 饾拕饾拏饾挃饾挄饾拲饾拞 饾拑饾挅饾拪饾拲饾挄 饾拹饾拠饾拠 饾拺饾拞饾拹饾拺饾拲饾拞 饾挌饾拹饾挅 饾拺饾挀饾拞饾挄饾拞饾拸饾拝 饾挄饾拹 饾拕饾拏饾挀饾拞 饾拏饾拑饾拹饾挅饾挄? 饾懕饾挅饾挃饾挄 饾挊饾拤饾拏饾挄 饾挌饾拹饾挅 饾挊饾拏饾拸饾挄饾拞饾拝. 饾懗饾拹饾拹饾拰 饾拏饾挄 饾挌饾拹饾挅, 饾拕饾拹饾拹饾拲 饾拡饾挅饾挌, 饾挌饾拹饾挅 饾拡饾拹饾挄 饾拪饾挄 [Nifrid]
—Aidna no era princesa aproximadamente 330 días al año.
Este hecho era un hecho objetivo y observable por la población de Fjellriket. Su reina estaba más dada a ir a su aire que a las labores como reina. Todos lo sabían y se habían acostumbrado, algunos habían empezado ya a bromear con que Rhianwen acabaría siendo, muy probablemente, la reina de Fjellriket muy pronto. Ellos, claro, no sabían que pronto tendrían un joven príncipe al que admirar...
Volviendo al hilo, Aidna no era princesa 330 días al año.
Pero había 35 días restantes en los que sí era princesa, y era cuando se trataba de la Navidad. Aidna florecía en Navidad. De hecho, cuando llegaban esas fechas, La Princesa de la Navidad (como sus súbditos la llamaban cariñosamente) se transformaba y lucía menos humana que nunca y más espíritu elemental. Solo vestía con colores vivos para resaltar sobre la nieve, y a su paso la perseguía una corte de animalillos que entregaban juguetes y chucherías a los niños.
En definitiva, era una imagen digna de un reino mágico.
Ese año, Aidna tenía una sorpresa para su hermana. Todos los años, Fjellriket elegía a un invitado de honor para llenarle de regalos y tratarle como a un rey. Este año, Aidna había elegido a Edain, e incluso le había tejido un vestido de copos de nieve para la ceremonia.
Finalmente, Aidna usó sus poderes para construir una escalera a lo alto del arbol, bajo la atenta mirada de sus súbditos. Todo el mundo contuvo el aliento. La Princesa actuó como si cogiese una estrella del firmamento (acto que había ensayado mil veces) y formó una estrella helada entre sus manos.
Con cuidado, la colocó encima del árbol, el árbol más alto del continente. Inmediatamente, desató un efecto cascada de luces. Toda la estructura se iluminó, siguiendo las calles, los escaparates... un rastro de magia por todo el continente. La gente liberó un jadeo de emoción y sorpresa, sin poder contener la excitación. El punto culminante fue el Palacio del Eterno Invierno, cuyas paredes reflejaron la iluminación mientras en los balcones se encendían las luces. Cientos de fuegos artificiales estallaron en el cielo, culminando el momento más maravilloso de Aidna.
Lentamente descendió por la escalera, haciéndola desaparecer tras ella. Una vez abajo, la Reina Regente avanzó y depositó un sobre en su mano.
La sonrisa de la mujer hizo estremecer a Aidna. Perdió momentáneamente la concentración—. Ehem. —Sus ojos divagaron hasta encontrarse con los de su hermana. Y finalmente, pudo encontrar paz—. ¡Pueblo de Fjellriket! ¡Me hallo ante vosotros para presentar al Invitado de Honor de este año! —Se hizo un silencio absoluto en la plaza—. La persona elegida este año es extremadamente importante para mí... me ha acompañado en los momentos más duros de mi vida y... le debo mi más eterno agradecimiento por inspirarme a ser fuerte, y a convertirme en la reina que queréis que sea. —Casi sin necesitarlo, abrió el sobre—. Demos la bienvenida al invitado de honor... —Entonces, Aidna leyó el nombre—. ¡¿Nifrid Auerswald, Prícipe del Noble Reino de Springflur!? —Exclamó, claramente enfurecida. Aunque, claro, sus palabras fueron ahogadas inmediatamente por los clamores de un público sorprendido y probablemente avivados por la mala bicha de la reina. ¡No podía ser!
Y, allí estaba, avanzando con su estúpida capa y su estúpida sonrisa. Nifrid Auerswald, su mayor enemigo, su peor pesadilla...
Su prometido—.
—Aidna no era princesa aproximadamente 330 días al año.
Este hecho era un hecho objetivo y observable por la población de Fjellriket. Su reina estaba más dada a ir a su aire que a las labores como reina. Todos lo sabían y se habían acostumbrado, algunos habían empezado ya a bromear con que Rhianwen acabaría siendo, muy probablemente, la reina de Fjellriket muy pronto. Ellos, claro, no sabían que pronto tendrían un joven príncipe al que admirar...
Volviendo al hilo, Aidna no era princesa 330 días al año.
Pero había 35 días restantes en los que sí era princesa, y era cuando se trataba de la Navidad. Aidna florecía en Navidad. De hecho, cuando llegaban esas fechas, La Princesa de la Navidad (como sus súbditos la llamaban cariñosamente) se transformaba y lucía menos humana que nunca y más espíritu elemental. Solo vestía con colores vivos para resaltar sobre la nieve, y a su paso la perseguía una corte de animalillos que entregaban juguetes y chucherías a los niños.
En definitiva, era una imagen digna de un reino mágico.
Ese año, Aidna tenía una sorpresa para su hermana. Todos los años, Fjellriket elegía a un invitado de honor para llenarle de regalos y tratarle como a un rey. Este año, Aidna había elegido a Edain, e incluso le había tejido un vestido de copos de nieve para la ceremonia.
Finalmente, Aidna usó sus poderes para construir una escalera a lo alto del arbol, bajo la atenta mirada de sus súbditos. Todo el mundo contuvo el aliento. La Princesa actuó como si cogiese una estrella del firmamento (acto que había ensayado mil veces) y formó una estrella helada entre sus manos.
Con cuidado, la colocó encima del árbol, el árbol más alto del continente. Inmediatamente, desató un efecto cascada de luces. Toda la estructura se iluminó, siguiendo las calles, los escaparates... un rastro de magia por todo el continente. La gente liberó un jadeo de emoción y sorpresa, sin poder contener la excitación. El punto culminante fue el Palacio del Eterno Invierno, cuyas paredes reflejaron la iluminación mientras en los balcones se encendían las luces. Cientos de fuegos artificiales estallaron en el cielo, culminando el momento más maravilloso de Aidna.
Lentamente descendió por la escalera, haciéndola desaparecer tras ella. Una vez abajo, la Reina Regente avanzó y depositó un sobre en su mano.
La sonrisa de la mujer hizo estremecer a Aidna. Perdió momentáneamente la concentración—. Ehem. —Sus ojos divagaron hasta encontrarse con los de su hermana. Y finalmente, pudo encontrar paz—. ¡Pueblo de Fjellriket! ¡Me hallo ante vosotros para presentar al Invitado de Honor de este año! —Se hizo un silencio absoluto en la plaza—. La persona elegida este año es extremadamente importante para mí... me ha acompañado en los momentos más duros de mi vida y... le debo mi más eterno agradecimiento por inspirarme a ser fuerte, y a convertirme en la reina que queréis que sea. —Casi sin necesitarlo, abrió el sobre—. Demos la bienvenida al invitado de honor... —Entonces, Aidna leyó el nombre—. ¡¿Nifrid Auerswald, Prícipe del Noble Reino de Springflur!? —Exclamó, claramente enfurecida. Aunque, claro, sus palabras fueron ahogadas inmediatamente por los clamores de un público sorprendido y probablemente avivados por la mala bicha de la reina. ¡No podía ser!
Y, allí estaba, avanzando con su estúpida capa y su estúpida sonrisa. Nifrid Auerswald, su mayor enemigo, su peor pesadilla...
Su prometido—.
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