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. π³πππ ππ πππ, ππππ πππ, πππ πππ ππ [Nifrid]
—Aidna no era princesa aproximadamente 330 días al año.
Este hecho era un hecho objetivo y observable por la población de Fjellriket. Su reina estaba más dada a ir a su aire que a las labores como reina. Todos lo sabían y se habían acostumbrado, algunos habían empezado ya a bromear con que Rhianwen acabaría siendo, muy probablemente, la reina de Fjellriket muy pronto. Ellos, claro, no sabían que pronto tendrían un joven príncipe al que admirar...
Volviendo al hilo, Aidna no era princesa 330 días al año.
Pero había 35 días restantes en los que sí era princesa, y era cuando se trataba de la Navidad. Aidna florecía en Navidad. De hecho, cuando llegaban esas fechas, La Princesa de la Navidad (como sus súbditos la llamaban cariñosamente) se transformaba y lucía menos humana que nunca y más espíritu elemental. Solo vestía con colores vivos para resaltar sobre la nieve, y a su paso la perseguía una corte de animalillos que entregaban juguetes y chucherías a los niños.
En definitiva, era una imagen digna de un reino mágico.
Ese año, Aidna tenía una sorpresa para su hermana. Todos los años, Fjellriket elegía a un invitado de honor para llenarle de regalos y tratarle como a un rey. Este año, Aidna había elegido a Edain, e incluso le había tejido un vestido de copos de nieve para la ceremonia.
Finalmente, Aidna usó sus poderes para construir una escalera a lo alto del arbol, bajo la atenta mirada de sus súbditos. Todo el mundo contuvo el aliento. La Princesa actuó como si cogiese una estrella del firmamento (acto que había ensayado mil veces) y formó una estrella helada entre sus manos.
Con cuidado, la colocó encima del árbol, el árbol más alto del continente. Inmediatamente, desató un efecto cascada de luces. Toda la estructura se iluminó, siguiendo las calles, los escaparates... un rastro de magia por todo el continente. La gente liberó un jadeo de emoción y sorpresa, sin poder contener la excitación. El punto culminante fue el Palacio del Eterno Invierno, cuyas paredes reflejaron la iluminación mientras en los balcones se encendían las luces. Cientos de fuegos artificiales estallaron en el cielo, culminando el momento más maravilloso de Aidna.
Lentamente descendió por la escalera, haciéndola desaparecer tras ella. Una vez abajo, la Reina Regente avanzó y depositó un sobre en su mano.
La sonrisa de la mujer hizo estremecer a Aidna. Perdió momentáneamente la concentración—. Ehem. —Sus ojos divagaron hasta encontrarse con los de su hermana. Y finalmente, pudo encontrar paz—. ¡Pueblo de Fjellriket! ¡Me hallo ante vosotros para presentar al Invitado de Honor de este año! —Se hizo un silencio absoluto en la plaza—. La persona elegida este año es extremadamente importante para mí... me ha acompañado en los momentos más duros de mi vida y... le debo mi más eterno agradecimiento por inspirarme a ser fuerte, y a convertirme en la reina que queréis que sea. —Casi sin necesitarlo, abrió el sobre—. Demos la bienvenida al invitado de honor... —Entonces, Aidna leyó el nombre—. ¡¿Nifrid Auerswald, Prícipe del Noble Reino de Springflur!? —Exclamó, claramente enfurecida. Aunque, claro, sus palabras fueron ahogadas inmediatamente por los clamores de un público sorprendido y probablemente avivados por la mala bicha de la reina. ¡No podía ser!
Y, allí estaba, avanzando con su estúpida capa y su estúpida sonrisa. Nifrid Auerswald, su mayor enemigo, su peor pesadilla...
Su prometido—.
—Aidna no era princesa aproximadamente 330 días al año.
Este hecho era un hecho objetivo y observable por la población de Fjellriket. Su reina estaba más dada a ir a su aire que a las labores como reina. Todos lo sabían y se habían acostumbrado, algunos habían empezado ya a bromear con que Rhianwen acabaría siendo, muy probablemente, la reina de Fjellriket muy pronto. Ellos, claro, no sabían que pronto tendrían un joven príncipe al que admirar...
Volviendo al hilo, Aidna no era princesa 330 días al año.
Pero había 35 días restantes en los que sí era princesa, y era cuando se trataba de la Navidad. Aidna florecía en Navidad. De hecho, cuando llegaban esas fechas, La Princesa de la Navidad (como sus súbditos la llamaban cariñosamente) se transformaba y lucía menos humana que nunca y más espíritu elemental. Solo vestía con colores vivos para resaltar sobre la nieve, y a su paso la perseguía una corte de animalillos que entregaban juguetes y chucherías a los niños.
En definitiva, era una imagen digna de un reino mágico.
Ese año, Aidna tenía una sorpresa para su hermana. Todos los años, Fjellriket elegía a un invitado de honor para llenarle de regalos y tratarle como a un rey. Este año, Aidna había elegido a Edain, e incluso le había tejido un vestido de copos de nieve para la ceremonia.
Finalmente, Aidna usó sus poderes para construir una escalera a lo alto del arbol, bajo la atenta mirada de sus súbditos. Todo el mundo contuvo el aliento. La Princesa actuó como si cogiese una estrella del firmamento (acto que había ensayado mil veces) y formó una estrella helada entre sus manos.
Con cuidado, la colocó encima del árbol, el árbol más alto del continente. Inmediatamente, desató un efecto cascada de luces. Toda la estructura se iluminó, siguiendo las calles, los escaparates... un rastro de magia por todo el continente. La gente liberó un jadeo de emoción y sorpresa, sin poder contener la excitación. El punto culminante fue el Palacio del Eterno Invierno, cuyas paredes reflejaron la iluminación mientras en los balcones se encendían las luces. Cientos de fuegos artificiales estallaron en el cielo, culminando el momento más maravilloso de Aidna.
Lentamente descendió por la escalera, haciéndola desaparecer tras ella. Una vez abajo, la Reina Regente avanzó y depositó un sobre en su mano.
La sonrisa de la mujer hizo estremecer a Aidna. Perdió momentáneamente la concentración—. Ehem. —Sus ojos divagaron hasta encontrarse con los de su hermana. Y finalmente, pudo encontrar paz—. ¡Pueblo de Fjellriket! ¡Me hallo ante vosotros para presentar al Invitado de Honor de este año! —Se hizo un silencio absoluto en la plaza—. La persona elegida este año es extremadamente importante para mí... me ha acompañado en los momentos más duros de mi vida y... le debo mi más eterno agradecimiento por inspirarme a ser fuerte, y a convertirme en la reina que queréis que sea. —Casi sin necesitarlo, abrió el sobre—. Demos la bienvenida al invitado de honor... —Entonces, Aidna leyó el nombre—. ¡¿Nifrid Auerswald, Prícipe del Noble Reino de Springflur!? —Exclamó, claramente enfurecida. Aunque, claro, sus palabras fueron ahogadas inmediatamente por los clamores de un público sorprendido y probablemente avivados por la mala bicha de la reina. ¡No podía ser!
Y, allí estaba, avanzando con su estúpida capa y su estúpida sonrisa. Nifrid Auerswald, su mayor enemigo, su peor pesadilla...
Su prometido—.
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—Aidna no era princesa aproximadamente 330 días al año.
Este hecho era un hecho objetivo y observable por la población de Fjellriket. Su reina estaba más dada a ir a su aire que a las labores como reina. Todos lo sabían y se habían acostumbrado, algunos habían empezado ya a bromear con que Rhianwen acabaría siendo, muy probablemente, la reina de Fjellriket muy pronto. Ellos, claro, no sabían que pronto tendrían un joven príncipe al que admirar...
Volviendo al hilo, Aidna no era princesa 330 días al año.
Pero había 35 días restantes en los que sí era princesa, y era cuando se trataba de la Navidad. Aidna florecía en Navidad. De hecho, cuando llegaban esas fechas, La Princesa de la Navidad (como sus súbditos la llamaban cariñosamente) se transformaba y lucía menos humana que nunca y más espíritu elemental. Solo vestía con colores vivos para resaltar sobre la nieve, y a su paso la perseguía una corte de animalillos que entregaban juguetes y chucherías a los niños.
En definitiva, era una imagen digna de un reino mágico.
Ese año, Aidna tenía una sorpresa para su hermana. Todos los años, Fjellriket elegía a un invitado de honor para llenarle de regalos y tratarle como a un rey. Este año, Aidna había elegido a Edain, e incluso le había tejido un vestido de copos de nieve para la ceremonia.
Finalmente, Aidna usó sus poderes para construir una escalera a lo alto del arbol, bajo la atenta mirada de sus súbditos. Todo el mundo contuvo el aliento. La Princesa actuó como si cogiese una estrella del firmamento (acto que había ensayado mil veces) y formó una estrella helada entre sus manos.
Con cuidado, la colocó encima del árbol, el árbol más alto del continente. Inmediatamente, desató un efecto cascada de luces. Toda la estructura se iluminó, siguiendo las calles, los escaparates... un rastro de magia por todo el continente. La gente liberó un jadeo de emoción y sorpresa, sin poder contener la excitación. El punto culminante fue el Palacio del Eterno Invierno, cuyas paredes reflejaron la iluminación mientras en los balcones se encendían las luces. Cientos de fuegos artificiales estallaron en el cielo, culminando el momento más maravilloso de Aidna.
Lentamente descendió por la escalera, haciéndola desaparecer tras ella. Una vez abajo, la Reina Regente avanzó y depositó un sobre en su mano.
La sonrisa de la mujer hizo estremecer a Aidna. Perdió momentáneamente la concentración—. Ehem. —Sus ojos divagaron hasta encontrarse con los de su hermana. Y finalmente, pudo encontrar paz—. ¡Pueblo de Fjellriket! ¡Me hallo ante vosotros para presentar al Invitado de Honor de este año! —Se hizo un silencio absoluto en la plaza—. La persona elegida este año es extremadamente importante para mí... me ha acompañado en los momentos más duros de mi vida y... le debo mi más eterno agradecimiento por inspirarme a ser fuerte, y a convertirme en la reina que queréis que sea. —Casi sin necesitarlo, abrió el sobre—. Demos la bienvenida al invitado de honor... —Entonces, Aidna leyó el nombre—. ¡¿Nifrid Auerswald, Prícipe del Noble Reino de Springflur!? —Exclamó, claramente enfurecida. Aunque, claro, sus palabras fueron ahogadas inmediatamente por los clamores de un público sorprendido y probablemente avivados por la mala bicha de la reina. ¡No podía ser!
Y, allí estaba, avanzando con su estúpida capa y su estúpida sonrisa. Nifrid Auerswald, su mayor enemigo, su peor pesadilla...
Su prometido—.
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