El conde de la casa apareció en el gran salón de la mansión; al son de su bastón caminó por la habitación, observando la decoración. Pero algo lo hizo arrugar el ceño.

—¡Sebastián! —llamó a su mayordomo, señalando con el dedo—, ¿por qué esta mesa no está decorada?

Sin embargo, alguien lo rodeó por los hombros.

—¡Hermano! —dijo Ciel con una gran sonrisa. —¿No te parece maravilloso? ¡Estamos juntos en el mismo espacio!

El susodicho se zafó, mirándolo con nada más que recelo y algo de molestia.

—Solo será por hoy, ya que es una ocasión especial.

Ciel asintió, sin borrar su sonrisita.

—¿Quién diría que lo que nos uniría sería el cumpleaños de tu precioso hijo y mi adorable sobrino?

—Hmph —soltó el otro.
El conde de la casa apareció en el gran salón de la mansión; al son de su bastón caminó por la habitación, observando la decoración. Pero algo lo hizo arrugar el ceño. —¡Sebastián! —llamó a su mayordomo, señalando con el dedo—, ¿por qué esta mesa no está decorada? Sin embargo, alguien lo rodeó por los hombros. —¡Hermano! —dijo Ciel con una gran sonrisa. —¿No te parece maravilloso? ¡Estamos juntos en el mismo espacio! El susodicho se zafó, mirándolo con nada más que recelo y algo de molestia. —Solo será por hoy, ya que es una ocasión especial. Ciel asintió, sin borrar su sonrisita. —¿Quién diría que lo que nos uniría sería el cumpleaños de tu precioso hijo y mi adorable sobrino? —Hmph —soltó el otro.
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