— Tengo algo que mostrarte —dice el brujo. Tras dejar la jarra sobre la mesa, Tolek se lleva la mano al bolsillo del abrigo para sacar de este un curioso huevo muy similar a aquellas joyas fabricadas por el señor Fabergé. Los diferentes colores que proyecta la gema sobre la mesa varían entre todos los tonos de verde y esmeralda, como un vitral compacto cuyo tamaño apenas supera el del puño cerrado del brujo. — Encontré esto en las tierras de los muertos —agrega, con una calma que parece restar importancia al asunto—. ¿Te parece familiar? ¿O algo peculiar? —Pregunta, con voz cansada. El huevo emite una energía tan antigua, tan primordial, pero que a la vez resulta al brujo tan familiar y propia que, tal y como el pez ignora que vive en el agua, él no es capaz de sentir. #ElBrujoCojo