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Pero un ruido extraño lo sacudió de su sueño, obligándolo a abrir los ojos de golpe. Se frotó los párpados y apartó la vieja sábana que un hombre bondadoso le había regalado.
A lo lejos, distinguió un grupo de hombres que se acercaban sigilosamente a la aldea.
Gazú sonrió, sintiendo cómo el miedo y la adrenalina se mezclaban en su sangre, despertando cada fibra de su ser oscuro.
Su lanza, fiel compañera, descansaba a su lado. La tomó con cuidado, asegurándose de no hacer ruido entre la multitud dormida.
Se arrastró por el suelo sigilosamente como una serpiente, escuchando atentamente los pasos de los bandidos que se aproximaban.
Pronto, llegó a un mural aledaño a una casa y se ocultó tras él. Respiró hondo, aferrando su lanza con fuerza, y esperó pacientemente a que los intrusos se acercaran.
De repente, uno de los hombres se detuvo justo frente al muro. Gazú contuvo el aliento, su corazón latía fuertemente. El bandido, se giró para dar una señal a sus compañeros. Fue en ese instante que Gazú vio su oportunidad.
Con un movimiento rápido y preciso, emergió de su escondite, El bandido apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Gazú lo derribara dislocando su cuello brutalmente. El sonido del cuerpo cayendo alertó a los demás bandidos, unos huyeron y solo dos se volvieron hacia él con suma furia.
Gazú sonriente arrojo con suficiente fuerza y precisión su lanza, logrando por suerte, clavar la espalda a uno que huia.
Retrocedió un poco mientras los dos se aproximaban con sus hachas.
Gazú esquivó con agilidad el hachazo de uno de los bandidos y bloqueó la patada del otro.
Con un salto hacia atrás, evitó el ataque combinado de ambos.
Rápidamente, tomó un puñado de nieve del suelo y lo lanzó a los ojos de sus adversarios. Uno de ellos quedó cegado, y Gazú aprovechó para darle una patada tan fuerte en la rodilla que se la fracturó.
El otro, creyendo tener la oportunidad de decapitarlo, levantó su hacha, pero Gazú se agachó en el último segundo y le clavó el puño en el estómago logrando derribarlo.
Uno de los bandidos yacía muerto a las afueras, con una lanza clavada en su espalda, su cuerpo inmóvil bajo la fria nieve.
Otro, lloraba de dolor mientras intentaba arrastrarse lejos de la aldea por su rodilla fracturada. El último, luchaba por respirar, mientras Gazú apretaba con su propio pecho y brazo el cuello.
Finalmente, con un último esfuerzo, el bandido dejó de moverse...
π π‘πππ ππ π‘π πππππ‘ππππ πππππ‘πππ πππ ππππππππ πππππππ πππππππππππ‘π...
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Pero un ruido extraño lo sacudió de su sueño, obligándolo a abrir los ojos de golpe. Se frotó los párpados y apartó la vieja sábana que un hombre bondadoso le había regalado.
A lo lejos, distinguió un grupo de hombres que se acercaban sigilosamente a la aldea.
Gazú sonrió, sintiendo cómo el miedo y la adrenalina se mezclaban en su sangre, despertando cada fibra de su ser oscuro.
Su lanza, fiel compañera, descansaba a su lado. La tomó con cuidado, asegurándose de no hacer ruido entre la multitud dormida.
Se arrastró por el suelo sigilosamente como una serpiente, escuchando atentamente los pasos de los bandidos que se aproximaban.
Pronto, llegó a un mural aledaño a una casa y se ocultó tras él. Respiró hondo, aferrando su lanza con fuerza, y esperó pacientemente a que los intrusos se acercaran.
De repente, uno de los hombres se detuvo justo frente al muro. Gazú contuvo el aliento, su corazón latía fuertemente. El bandido, se giró para dar una señal a sus compañeros. Fue en ese instante que Gazú vio su oportunidad.
Con un movimiento rápido y preciso, emergió de su escondite, El bandido apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Gazú lo derribara dislocando su cuello brutalmente. El sonido del cuerpo cayendo alertó a los demás bandidos, unos huyeron y solo dos se volvieron hacia él con suma furia.
Gazú sonriente arrojo con suficiente fuerza y precisión su lanza, logrando por suerte, clavar la espalda a uno que huia.
Retrocedió un poco mientras los dos se aproximaban con sus hachas.
Gazú esquivó con agilidad el hachazo de uno de los bandidos y bloqueó la patada del otro.
Con un salto hacia atrás, evitó el ataque combinado de ambos.
Rápidamente, tomó un puñado de nieve del suelo y lo lanzó a los ojos de sus adversarios. Uno de ellos quedó cegado, y Gazú aprovechó para darle una patada tan fuerte en la rodilla que se la fracturó.
El otro, creyendo tener la oportunidad de decapitarlo, levantó su hacha, pero Gazú se agachó en el último segundo y le clavó el puño en el estómago logrando derribarlo.
Uno de los bandidos yacía muerto a las afueras, con una lanza clavada en su espalda, su cuerpo inmóvil bajo la fria nieve.
Otro, lloraba de dolor mientras intentaba arrastrarse lejos de la aldea por su rodilla fracturada. El último, luchaba por respirar, mientras Gazú apretaba con su propio pecho y brazo el cuello.
Finalmente, con un último esfuerzo, el bandido dejó de moverse...
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Su lanza, fiel compañera, descansaba a su lado. La tomó con cuidado, asegurándose de no hacer ruido entre la multitud dormida.
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