La mañana siguiente a la de la visita de la anciana coincidió con el primer día de vacaciones de verano en la academia.
En cuanto se levantó, el brujo se encontró con todo un día libre por delante al que sobrevendrían varios más.

Por lo pronto, sólo pudo perseguir el fantasma de Thomas por la casa. Le vio frente a la cafetera preparando café, mientras él cocinaba el siempre abundante desayuno que el dragón requería y le llegó el recuerdo del aroma de la salsa de frutos rojos y la carne crepitando perezosamente en la sartén.
Esta mañana, sin embargo, un café amargo sería suficiente, uno que bebió rápidamente frente a la cafetera y sin ceremonias.


Hacía sólo minutos que el sol había amanecido por completo cuando el brujo inició su caminata por el bosque, decidido a ocuparse en buscar a la criatura que cazó al niño, en su mano una bolsa embrujada para contener el olor sobrenatural de la prenda de la víctima.

— Pero dejó un rastro —opina Lester, desde lo alto.

El ave ayuda sobrevolando los alrededores y se comunica con él de forma mental.

— Es cierto, aunque pudo haber sido un accidente —debate el brujo.

— Los osos dejan restos y no por accidente, sino porque no les importa.

— Lo que buscamos no es un oso —asegura, con dificultad al pasar por encima de un tronco caído—. Mira, aquí tenemos leña —comenta.

Mientras el brujo y el ave discuten acerca de la posible inteligencia de la criatura que buscan, el bosque que les rodea se muestra en paz, las aves se comunican alegremente y el viento mece las copas de los árboles.
Allí no hay señales de ningún depredador sobrenatural.

— Esto no está funcionando —dice el brujo, deteniéndose para echar un vistazo alrededor—. Esta zona no ha visto cacerías extrañas.

Lester se aleja un poco más dejando escapar algunos gritos que silencian a las aves cercanas, aunque sólo por un instante, pues pronto, el coro se reanuda.

— Buena idea, Lester. Cuéntame qué dicen los pajaritos... —murmura el brujo.

Alrededor de quince minutos más tarde, Lester trae las nuevas noticias y se las comunica a su amo tras posársele en el hombro.

— Unas golondrinas dicen que tuvieron que abandonar su nido por la peste que asfixió a sus polluelos y unos cuervos salvajes dicen que un par de lobos han visto a una bestia cazadora apestosa en el valle —explica, dejando implícita la conexión entre los sucesos—, parece que la zona que busca está más al sur, cerca del cementerio del pueblo, amo.

— Vaya, qué apropiado —responde el brujo, sin ganas.

A pie, a través del bosque y sus obstáculos, Tolek y Lester cubren tanta extensión de terreno como les es posible desde la cabaña del lago hacia el cementerio del pueblo, manteniéndose a buena distancia de la urbe y al interior del bosque. Así, ya es bien pasado el atardecer cuando llegan más o menos cerca del cementerio y comprueban que, efectivamente, la energía en la zona se siente diferente. El silencio es aplastante, ni siquiera las hojas se sacuden, no hay ni la menor brisa.

De pronto, Tolek puede oír una vez más la psicofonía del llanto del niño atacado y sabe que no se trata de una alucinación, sino de la esencia del Liche corriendo por sus venas.

— Es aquí —declara.

Lester se posa en una rama cercana a la que da un par de picotazos.

— Este árbol está muerto —asegura el cuervo—. Aunque parece bien vivo.

Las señales son claras, pero la visión no. El brujo es presa de ese momento del día en que el atardecer va dando paso al anochecer, cuando la luz del sol es insuficiente y la de la luna aún no llega, ese momento crepuscular cuando las linternas son inútiles pues aún no está demasiado oscuro para iluminar las sombras, pero tampoco está lo suficientemente claro como para ver a simple vista.

En invierno, este es el momento más peligroso del día, incluso más peligroso que la noche misma.

— Lester, ¿Puedes sentir algo?

El ave grazna una sola vez y su voz hace eco en las inmediaciones.

— Nada cerca, amo —responde.

Pero el brujo sigue intranquilo, su intuición le dice que algo no anda bien, que algo les vigila.

Y sólo un momento después, una voz familiar rompe el sepulcral silencio.

— ¿Tolek? —Clama.

Es la voz de Thomas.

Tolek siente una punzada que le atraviesa de lado a lado y le paraliza por un instante. Mientras tanto, Lester luce igual de contrariado, pero menos afectado.

— ¿Amo? ¿Qué fue eso? —Pregunta el ave, que también ha sido capaz de oír aquella voz.

— Ese... —responde el brujo, entrecortadamente—, ese no es Thomas.

#ElBrujoCojo #Wendigo James Benjamin Blackwood
La mañana siguiente a la de la visita de la anciana coincidió con el primer día de vacaciones de verano en la academia. En cuanto se levantó, el brujo se encontró con todo un día libre por delante al que sobrevendrían varios más. Por lo pronto, sólo pudo perseguir el fantasma de Thomas por la casa. Le vio frente a la cafetera preparando café, mientras él cocinaba el siempre abundante desayuno que el dragón requería y le llegó el recuerdo del aroma de la salsa de frutos rojos y la carne crepitando perezosamente en la sartén. Esta mañana, sin embargo, un café amargo sería suficiente, uno que bebió rápidamente frente a la cafetera y sin ceremonias. Hacía sólo minutos que el sol había amanecido por completo cuando el brujo inició su caminata por el bosque, decidido a ocuparse en buscar a la criatura que cazó al niño, en su mano una bolsa embrujada para contener el olor sobrenatural de la prenda de la víctima. — Pero dejó un rastro —opina Lester, desde lo alto. El ave ayuda sobrevolando los alrededores y se comunica con él de forma mental. — Es cierto, aunque pudo haber sido un accidente —debate el brujo. — Los osos dejan restos y no por accidente, sino porque no les importa. — Lo que buscamos no es un oso —asegura, con dificultad al pasar por encima de un tronco caído—. Mira, aquí tenemos leña —comenta. Mientras el brujo y el ave discuten acerca de la posible inteligencia de la criatura que buscan, el bosque que les rodea se muestra en paz, las aves se comunican alegremente y el viento mece las copas de los árboles. Allí no hay señales de ningún depredador sobrenatural. — Esto no está funcionando —dice el brujo, deteniéndose para echar un vistazo alrededor—. Esta zona no ha visto cacerías extrañas. Lester se aleja un poco más dejando escapar algunos gritos que silencian a las aves cercanas, aunque sólo por un instante, pues pronto, el coro se reanuda. — Buena idea, Lester. Cuéntame qué dicen los pajaritos... —murmura el brujo. Alrededor de quince minutos más tarde, Lester trae las nuevas noticias y se las comunica a su amo tras posársele en el hombro. — Unas golondrinas dicen que tuvieron que abandonar su nido por la peste que asfixió a sus polluelos y unos cuervos salvajes dicen que un par de lobos han visto a una bestia cazadora apestosa en el valle —explica, dejando implícita la conexión entre los sucesos—, parece que la zona que busca está más al sur, cerca del cementerio del pueblo, amo. — Vaya, qué apropiado —responde el brujo, sin ganas. A pie, a través del bosque y sus obstáculos, Tolek y Lester cubren tanta extensión de terreno como les es posible desde la cabaña del lago hacia el cementerio del pueblo, manteniéndose a buena distancia de la urbe y al interior del bosque. Así, ya es bien pasado el atardecer cuando llegan más o menos cerca del cementerio y comprueban que, efectivamente, la energía en la zona se siente diferente. El silencio es aplastante, ni siquiera las hojas se sacuden, no hay ni la menor brisa. De pronto, Tolek puede oír una vez más la psicofonía del llanto del niño atacado y sabe que no se trata de una alucinación, sino de la esencia del Liche corriendo por sus venas. — Es aquí —declara. Lester se posa en una rama cercana a la que da un par de picotazos. — Este árbol está muerto —asegura el cuervo—. Aunque parece bien vivo. Las señales son claras, pero la visión no. El brujo es presa de ese momento del día en que el atardecer va dando paso al anochecer, cuando la luz del sol es insuficiente y la de la luna aún no llega, ese momento crepuscular cuando las linternas son inútiles pues aún no está demasiado oscuro para iluminar las sombras, pero tampoco está lo suficientemente claro como para ver a simple vista. En invierno, este es el momento más peligroso del día, incluso más peligroso que la noche misma. — Lester, ¿Puedes sentir algo? El ave grazna una sola vez y su voz hace eco en las inmediaciones. — Nada cerca, amo —responde. Pero el brujo sigue intranquilo, su intuición le dice que algo no anda bien, que algo les vigila. Y sólo un momento después, una voz familiar rompe el sepulcral silencio. — ¿Tolek? —Clama. Es la voz de Thomas. Tolek siente una punzada que le atraviesa de lado a lado y le paraliza por un instante. Mientras tanto, Lester luce igual de contrariado, pero menos afectado. — ¿Amo? ¿Qué fue eso? —Pregunta el ave, que también ha sido capaz de oír aquella voz. — Ese... —responde el brujo, entrecortadamente—, ese no es Thomas. #ElBrujoCojo #Wendigo [Wendigo]
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