—¡Se acabó! ¡Lo tengo decidido! ¡Nunca más volveré a confiar en nadie que no sea mi querido Zomelster!
Aquellas fueron las palabras de Martina unos días atrás cuando, misteriosamente, Zangulus, su marido, había desaparecido sin dejar rastro.
—Lo siento, mi querido Zomelster. Te he fallado al entregarle mi lealtad a un hombre —añadió con profunda tristeza abrazando el amuleto del Dios que, muy probablemente, ella inventó muchos años atrás. Amuleto con el que solía hablar frecuentemente.
En ningún momento Martina se planteó la posibilidad de que algo le pudiera haber ocurrido a Zangulus o que pudiera estar en peligro; ella, en un acto de extremo dramatismo, directamente asumió que el apuesto espadachín la había abandonado.
Así fue como, después de numerosas investigaciones y de pagar mucho dinero a cambio de información sobre el paradero de aquellos a quienes consideraba sus amigos, Martina se presentó en Valle Sereno buscandoles.
La puerta de la posada en la que Reena, Gaudy y Ameria llevaban hospedados unos días se abrió y el umbral de la misma fue atravesado por una Martina que, cabeza alta y barbilla elevada, trataba de mostrar orgullo y no dolor por el abandono sufrido.
Se dirigió hacia el comedor de la posada. Estaba segura de que lo más seguro era encontrar allí a sus amigos, y no se equivocó.
—¡Queridos amigos! ¡Al fin os encuentro! ¡He decidido que voy a pasar una larga temporada con vosotros! —exclamó emocionada acercándose a la mesa en la que los tres amigos estaban sentados.
[Reena]
Ameria Gaudy [Xellos]