— Hace dos semanas me pediste que te contara alguna historia sobre Roma verídica, he tenido que pensar y mi disco duro es de medio giga. — Sonrió por su broma y prosiguió contando la historia de Roma que vivió hace ya cientos de años.
–A finales del siglo I d.C., Roma estaba bajo el mandato del emperador Domiciano (81–96 d.C.). Era un hombre obsesionado con el control, la pompa… y los espectáculos sangrientos. Bajo su reinado, los juegos alcanzaron un esplendor y una crueldad pocas veces vistas.
Un día, Domiciano decidió romper las reglas: organizó un combate nocturno, iluminado por antorchas, donde no lucharían hombres, sino mujeres.
Los cronistas Suetonio y Juvenal lo mencionan con asombro y algo de escándalo.
Entre aquellas mujeres estaban Amazona y Aquilia, dos gladiatrices cuyos nombres se han conservado en una inscripción hallada en Halicarnaso (actual Turquía).
“Amazona y Aquilia lucharon valerosamente y fueron despedidas con honor.”
El texto es breve, pero dice mucho. En el lenguaje de los juegos, “despedidas con honor” (missae honeste) significa que el público o el árbitro pidió perdonar sus vidas: habían luchado con tal habilidad y valor que merecieron vivir.
—Imagina la escena tío
La arena iluminada por cientos de antorchas.
El brillo de los cascos de bronce sobre rostros sudorosos.
El público rugiendo al ver a dos mujeres —algo impensable para los romanos más conservadores— blandir espadas y escudos como verdaderas guerreras.
No eran esclavas comunes: muchas gladiatrices provenían de familias libres o incluso nobles que buscaban fama, fortuna o desafío.
Combatían con los mismos riesgos que los hombres, bajo las mismas reglas y con la misma brutalidad.
Tras aquella noche, Amazona y Aquilia se convirtieron en leyenda.
Domiciano, satisfecho, presumió de haber mostrado “el espectáculo más insólito de Roma”.
Poco después, el Senado prohibió oficialmente que las mujeres participaran en los combates, considerándolo un “exceso indigno de Roma”.
Pero durante un breve instante, bajo la luz de las antorchas, dos mujeres desafiaron al Imperio entero.
Narró a su amigo la historia olvidada de las gladiadoras.
— Hace dos semanas me pediste que te contara alguna historia sobre Roma verídica, he tenido que pensar y mi disco duro es de medio giga. — Sonrió por su broma y prosiguió contando la historia de Roma que vivió hace ya cientos de años.
–A finales del siglo I d.C., Roma estaba bajo el mandato del emperador Domiciano (81–96 d.C.). Era un hombre obsesionado con el control, la pompa… y los espectáculos sangrientos. Bajo su reinado, los juegos alcanzaron un esplendor y una crueldad pocas veces vistas.
Un día, Domiciano decidió romper las reglas: organizó un combate nocturno, iluminado por antorchas, donde no lucharían hombres, sino mujeres.
Los cronistas Suetonio y Juvenal lo mencionan con asombro y algo de escándalo.
Entre aquellas mujeres estaban Amazona y Aquilia, dos gladiatrices cuyos nombres se han conservado en una inscripción hallada en Halicarnaso (actual Turquía).
“Amazona y Aquilia lucharon valerosamente y fueron despedidas con honor.”
El texto es breve, pero dice mucho. En el lenguaje de los juegos, “despedidas con honor” (missae honeste) significa que el público o el árbitro pidió perdonar sus vidas: habían luchado con tal habilidad y valor que merecieron vivir.
—Imagina la escena tío
La arena iluminada por cientos de antorchas.
El brillo de los cascos de bronce sobre rostros sudorosos.
El público rugiendo al ver a dos mujeres —algo impensable para los romanos más conservadores— blandir espadas y escudos como verdaderas guerreras.
No eran esclavas comunes: muchas gladiatrices provenían de familias libres o incluso nobles que buscaban fama, fortuna o desafío.
Combatían con los mismos riesgos que los hombres, bajo las mismas reglas y con la misma brutalidad.
Tras aquella noche, Amazona y Aquilia se convirtieron en leyenda.
Domiciano, satisfecho, presumió de haber mostrado “el espectáculo más insólito de Roma”.
Poco después, el Senado prohibió oficialmente que las mujeres participaran en los combates, considerándolo un “exceso indigno de Roma”.
Pero durante un breve instante, bajo la luz de las antorchas, dos mujeres desafiaron al Imperio entero.
Narró a su amigo la historia olvidada de las gladiadoras.