Algo anda mal, lo supo desde que llegó al bar a eso del mediodía. No se siente bien, tiene jaqueca, a veces siente mareos, le duele todo el cuerpo y se cansa de sólo estar en pie.
"¿Se trata de una gripe?", piensa.
Y así, su mente de brujo se echa a andar buscando alternativas para darle un motivo a su malestar, mientras regresa trabajosamente a casa.
— Jaqueca... —dice, pensando en voz alta—. Parece tensional... es decir, lo normal. Las tengo todo el tiempo.
La ciudad, incluso en su usual letargo al atardecer, parece ir mucho más rápido que él.
— Mareos... —continúa—. Una situación desconcertante. Sólo esta semana he tenido un buen par —evalúa—. Pero hay una en especial...
Khan.
Pero no quiere pensar en ello.
— El maldito dolor muscular... —protesta—. Específicamente las articulaciones, las rodillas especialmente.
Eso es tan fácil y cotidiano para él, como las propias jaquecas.
— No quiero arrodillarme, no quiero ceder frente a... —recita.
Y en su cabeza se dibuja la imagen de Adda.
— No quiero seguir siendo un juguete, no quiero ser un vaso de vidrio —continúa—. A mí también me duele que me uses y descartes, según tú para que yo no te descarte.
La ciudad ya ha dado paso al límite del bosque que, gracias al próximo invierno y la quietud de la noche, luce aún más mágico de lo habitual.
— Has dado por hecho que yo quería descartarte, pero yo nunca he tenido esa intención —habla consigo mismo, aprovechando la soledad—. Pero ya no quiero ceder, no quiero ser yo quien lo componga esta vez. No seré yo quien se trague el orgullo, otra vez. Sé cuánto cuesta hacerlo y también sé que yo lo valgo tanto como tú lo vales para mí. No es justo que sólo se trate de ti...
Siente que se le humedecen los ojos. Le arden.
— Así que también tengo fiebre —sospecha.
La cabaña ya está frente a él, sólo aparece, como si nunca hubiera estado ahí hasta ahora. Tal es el hechizo que ha puesto sobre esta.
De pronto, le faltan las fuerzas. Se apoya pesadamente en la puerta de entrada casi como si le cayera encima. Siente en el cuerpo la incomodidad que le aqueja en el espíritu.
— Tendría que haberme quedado en Siberia... y jamás haber salido de ahí... —murmura.
No.
Se arrepiente de lo que ha dicho tan pronto como lo ha dicho, porque aún hay alguien que, sin importar lo que diga o haga, o cómo reaccione, o lo que sea, sigue estando a su lado. Alguien que realmente se merece todo lo que ha invertido en amistades ingratas, todo lo que ha hecho por gente que no le compensa, y sobre todo, su cariño.
Respira profundo, preparándose para alzar la voz y llamarle. Pero recuerda que no es necesario.
— Thomas, ¿Podrías... ayudarme, por favor? —Pide, confiando en los agudos sentidos del dragón.
#ElBrujoCojo
"¿Se trata de una gripe?", piensa.
Y así, su mente de brujo se echa a andar buscando alternativas para darle un motivo a su malestar, mientras regresa trabajosamente a casa.
— Jaqueca... —dice, pensando en voz alta—. Parece tensional... es decir, lo normal. Las tengo todo el tiempo.
La ciudad, incluso en su usual letargo al atardecer, parece ir mucho más rápido que él.
— Mareos... —continúa—. Una situación desconcertante. Sólo esta semana he tenido un buen par —evalúa—. Pero hay una en especial...
Khan.
Pero no quiere pensar en ello.
— El maldito dolor muscular... —protesta—. Específicamente las articulaciones, las rodillas especialmente.
Eso es tan fácil y cotidiano para él, como las propias jaquecas.
— No quiero arrodillarme, no quiero ceder frente a... —recita.
Y en su cabeza se dibuja la imagen de Adda.
— No quiero seguir siendo un juguete, no quiero ser un vaso de vidrio —continúa—. A mí también me duele que me uses y descartes, según tú para que yo no te descarte.
La ciudad ya ha dado paso al límite del bosque que, gracias al próximo invierno y la quietud de la noche, luce aún más mágico de lo habitual.
— Has dado por hecho que yo quería descartarte, pero yo nunca he tenido esa intención —habla consigo mismo, aprovechando la soledad—. Pero ya no quiero ceder, no quiero ser yo quien lo componga esta vez. No seré yo quien se trague el orgullo, otra vez. Sé cuánto cuesta hacerlo y también sé que yo lo valgo tanto como tú lo vales para mí. No es justo que sólo se trate de ti...
Siente que se le humedecen los ojos. Le arden.
— Así que también tengo fiebre —sospecha.
La cabaña ya está frente a él, sólo aparece, como si nunca hubiera estado ahí hasta ahora. Tal es el hechizo que ha puesto sobre esta.
De pronto, le faltan las fuerzas. Se apoya pesadamente en la puerta de entrada casi como si le cayera encima. Siente en el cuerpo la incomodidad que le aqueja en el espíritu.
— Tendría que haberme quedado en Siberia... y jamás haber salido de ahí... —murmura.
No.
Se arrepiente de lo que ha dicho tan pronto como lo ha dicho, porque aún hay alguien que, sin importar lo que diga o haga, o cómo reaccione, o lo que sea, sigue estando a su lado. Alguien que realmente se merece todo lo que ha invertido en amistades ingratas, todo lo que ha hecho por gente que no le compensa, y sobre todo, su cariño.
Respira profundo, preparándose para alzar la voz y llamarle. Pero recuerda que no es necesario.
— Thomas, ¿Podrías... ayudarme, por favor? —Pide, confiando en los agudos sentidos del dragón.
#ElBrujoCojo
Algo anda mal, lo supo desde que llegó al bar a eso del mediodía. No se siente bien, tiene jaqueca, a veces siente mareos, le duele todo el cuerpo y se cansa de sólo estar en pie.
"¿Se trata de una gripe?", piensa.
Y así, su mente de brujo se echa a andar buscando alternativas para darle un motivo a su malestar, mientras regresa trabajosamente a casa.
— Jaqueca... —dice, pensando en voz alta—. Parece tensional... es decir, lo normal. Las tengo todo el tiempo.
La ciudad, incluso en su usual letargo al atardecer, parece ir mucho más rápido que él.
— Mareos... —continúa—. Una situación desconcertante. Sólo esta semana he tenido un buen par —evalúa—. Pero hay una en especial...
Khan.
Pero no quiere pensar en ello.
— El maldito dolor muscular... —protesta—. Específicamente las articulaciones, las rodillas especialmente.
Eso es tan fácil y cotidiano para él, como las propias jaquecas.
— No quiero arrodillarme, no quiero ceder frente a... —recita.
Y en su cabeza se dibuja la imagen de Adda.
— No quiero seguir siendo un juguete, no quiero ser un vaso de vidrio —continúa—. A mí también me duele que me uses y descartes, según tú para que yo no te descarte.
La ciudad ya ha dado paso al límite del bosque que, gracias al próximo invierno y la quietud de la noche, luce aún más mágico de lo habitual.
— Has dado por hecho que yo quería descartarte, pero yo nunca he tenido esa intención —habla consigo mismo, aprovechando la soledad—. Pero ya no quiero ceder, no quiero ser yo quien lo componga esta vez. No seré yo quien se trague el orgullo, otra vez. Sé cuánto cuesta hacerlo y también sé que yo lo valgo tanto como tú lo vales para mí. No es justo que sólo se trate de ti...
Siente que se le humedecen los ojos. Le arden.
— Así que también tengo fiebre —sospecha.
La cabaña ya está frente a él, sólo aparece, como si nunca hubiera estado ahí hasta ahora. Tal es el hechizo que ha puesto sobre esta.
De pronto, le faltan las fuerzas. Se apoya pesadamente en la puerta de entrada casi como si le cayera encima. Siente en el cuerpo la incomodidad que le aqueja en el espíritu.
— Tendría que haberme quedado en Siberia... y jamás haber salido de ahí... —murmura.
No.
Se arrepiente de lo que ha dicho tan pronto como lo ha dicho, porque aún hay alguien que, sin importar lo que diga o haga, o cómo reaccione, o lo que sea, sigue estando a su lado. Alguien que realmente se merece todo lo que ha invertido en amistades ingratas, todo lo que ha hecho por gente que no le compensa, y sobre todo, su cariño.
Respira profundo, preparándose para alzar la voz y llamarle. Pero recuerda que no es necesario.
— Thomas, ¿Podrías... ayudarme, por favor? —Pide, confiando en los agudos sentidos del dragón.
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