Al alba del día siguiente a su partida para derrotar al dragón entre los primeros rayos de sol apareció lentamente la silueta de Yukine, quien avanzada lentamente hacia el pueblo con sus ropas chamuscadas y cubiertas de sangre y tierra, la espada que había llevado al enfrentamiento estaba en muy mal estado, casi al punto de romperse debido a sus hechizos potenciadores.
el centinela al avistarlo dio a aviso al pueblo quienes rápidamente se agolparon en las calles, sus rostros llenos de esperanza y ansiedad. Habían sufrido durante años bajo la amenaza del feroz dragón que asolaba sus tierras.
Yukine al llegar a la plaza del pueblo alzó su espada en señal de victoria y anunció con voz firme: “¡El dragón ha sido derrotado! ¡La bestia que los atormentaba ya no es más!” Los aplausos y vítores resonaron en todo el pueblo. Las lágrimas de alivio y gratitud fluían libremente.
La alcaldesa, una mujer de cabellos plateados y ojos cansados, se acercó al joven. “¿Es cierto?”, preguntó con voz temblorosa. “¿Hemos sido liberados?”
Este asintió. “Sí, señora alcaldesa. El dragón ha caído. Vuestras tierras están a salvo.”
La multitud estalló en júbilo. Los niños saltaban, los ancianos sonreían y las campanas de la iglesia repicaban.
Allí, frente a todos, el héroe habló: “Este pueblo ha demostrado su valentía y resistencia. Juntos, enfrentamos la oscuridad y prevalecimos. Que esta victoria nos recuerde que la unidad y la esperanza pueden superar cualquier adversidad.”
La alcaldesa le entregó una corona de laurel, y el héroe la aceptó con humildad. “No soy solo yo quien merece honor”, dijo. “Es el coraje de todos ustedes lo que ha hecho posible este día.”
La plaza estalló en aplausos renovados. El héroe miró a su alrededor, viendo los rostros de aquellos a quienes había jurado proteger. Sabía que su deber no había terminado, pero en ese momento, se permitió sonreír. El pueblo estaba a salvo, y él había cumplido su promesa.
Al alba del día siguiente a su partida para derrotar al dragón entre los primeros rayos de sol apareció lentamente la silueta de Yukine, quien avanzada lentamente hacia el pueblo con sus ropas chamuscadas y cubiertas de sangre y tierra, la espada que había llevado al enfrentamiento estaba en muy mal estado, casi al punto de romperse debido a sus hechizos potenciadores.
el centinela al avistarlo dio a aviso al pueblo quienes rápidamente se agolparon en las calles, sus rostros llenos de esperanza y ansiedad. Habían sufrido durante años bajo la amenaza del feroz dragón que asolaba sus tierras.
Yukine al llegar a la plaza del pueblo alzó su espada en señal de victoria y anunció con voz firme: “¡El dragón ha sido derrotado! ¡La bestia que los atormentaba ya no es más!” Los aplausos y vítores resonaron en todo el pueblo. Las lágrimas de alivio y gratitud fluían libremente.
La alcaldesa, una mujer de cabellos plateados y ojos cansados, se acercó al joven. “¿Es cierto?”, preguntó con voz temblorosa. “¿Hemos sido liberados?”
Este asintió. “Sí, señora alcaldesa. El dragón ha caído. Vuestras tierras están a salvo.”
La multitud estalló en júbilo. Los niños saltaban, los ancianos sonreían y las campanas de la iglesia repicaban.
Allí, frente a todos, el héroe habló: “Este pueblo ha demostrado su valentía y resistencia. Juntos, enfrentamos la oscuridad y prevalecimos. Que esta victoria nos recuerde que la unidad y la esperanza pueden superar cualquier adversidad.”
La alcaldesa le entregó una corona de laurel, y el héroe la aceptó con humildad. “No soy solo yo quien merece honor”, dijo. “Es el coraje de todos ustedes lo que ha hecho posible este día.”
La plaza estalló en aplausos renovados. El héroe miró a su alrededor, viendo los rostros de aquellos a quienes había jurado proteger. Sabía que su deber no había terminado, pero en ese momento, se permitió sonreír. El pueblo estaba a salvo, y él había cumplido su promesa.