Conocía la sensación, tanto como las finas líneas que le recorrían el rostro, ultrajando la pulida piel tras haber aceptado la cicatriz que evidenciaba su vulnerabilidad no apta para todos los que se acercaran. Sabía lo que era ser abstraído por la oscuridad de su ser, sucumbir a la penitencia impuesta por Lucifer, y no verse capaz, por su propio pie, de levantar cabeza. Casi podía ver la sonrisa desvanecerse, haciendo girar la manecilla del tiempo en su contra, como siempre hacía, mientras cobraba a cuenta gotas cada favor que le pidió.
Las pisadas sobre la obsidiana pulida de un palacio al que nunca daba el sol sonaban más apagadas que nunca, compungiendo aún más el alma que ya tenía problemas para resonar en una frecuencia estable. El lobo oscuro asomaba las orejas de nuevo, tratando de arrebatarle el trono de su mente, porque siempre estaba latente, esperando el momento oportuno para infundir el temor e instaurar una supremacía.

Sin VY ni Scuti para acallar su sed de despilfarrar ira en un duelo equiparable, debía tratar de mediar con sus propios demonios el tiempo que hiciera falta hasta silenciar la perfidia de sus palabras y que no volviera a inmiscuirse en asuntos que no le concernían en absoluto. Necesitaba un baño caliente ante todo, que la piel ardiera hasta la necrosis, con tal de que la mente dejara de vagabundear por ideas colmadas de veneno propio y sin antídoto aún hallado, porque estaba explorando un mundo nuevo para quién, desde el principio, había pensado que ni siquiera podía apelar a ese tipo de emociones.

- JINS, nena, prepárame un baño con agua caliente, hazme el favor.
- A la orden, jefe. - La voz digital de la mujer no se hizo esperar.

Deambuló en silencio por los pasillos exentos de vida, las luces de las paredes que alumbraban con lo sintético de un fuego que no ardía, y ni siquiera el resonar de sus botas supuso motivo suficiente para acallar los sentidos. De hecho, fue al contrario: el rítmico sonido parecía hipnotizarlo para caer en su propia vorágine de pesimismo, donde no había sonrisas y tampoco condescendencia alguna. Black quería ser parte de esa realidad también, estaba al tanto de la situación, pero no iba a rendirse sin plantar batalla primero, porque dejarle salir para evitar enfrentar lo que tenía delante era peligroso en tantos aspectos que solo veía contras en esa idea descabellada.




El olor a jazmín que desprendía el vapor se mezcló con la hierbabuena que adornaba uno de los rincones del amplio cuarto de baño que poco tenía que envidiar a una fuente hidrotermal cuando se metió en el agua, y dejó colgar los brazos de la bañera mientras cerraba los ojos y trataba de relajarse, evitando así ver su compungido reflejo en el techo que, igual que el resto del palacio, espejaba cada forma difuminada.

- JINS… ¿Crees que estoy exagerando las cosas? – Pensó que no contestaría, pero le arrebató una sonrisa el equivocarse con su juicio.
- Responderle a eso no entra dentro de mi programación, señor, lo siento.
- Ya, bueno. Gracias de todas maneras. – Agradecido de corazón, se limitó a exhalar un suave suspiro.

“¿Esto también lo tenías planeado, hermano? ¿El reírte de mí de esta manera mientras me veías desfallecer por una traición?”, pensó, porque decirlo en voz alta era un gasto fútil de saliva y la conexión que mantenía con el Señor del Tiempo era suficientemente profunda como para que interpretara sus silencios y lo que no podía llegar a verbalizar. “¿Cuánto de todo lo que sucede a mi alrededor va a ser un plan tuyo? ¿Hasta cuándo estaré saldando una deuda que me prometiste que no venía con segundas intenciones?” Si iba o no a recibir respuesta, era algo que desconocía profundamente. Ignoraba cuantos, pero muchos fueron los minutos transcurridos, con el agua ondeando por encima de sus formados abdominales, mientras meditaba en silencio una salida de su propia cárcel mental. La piel se arrugó, el agua se enfrió… pero el cansancio no se disipó, la preocupación permaneció, y la tensión se hizo aún más profusa. No quería ser señor ni siervo, pero habría aceptado cualquier tipo de juicio, soborno o sentencia que le hubieran impuesto. A excepción de sentirse de aquella forma. Y, entonces, fue cuando escuchó el rechinar de dientes y la risa maquiavélica, sabiendo que el tiempo, de nuevo, se hallaba en su contra.