Aquellos tres golpes en la puerta hicieron que se envarase junto a la cafetera. Habría reconocido la cadencia de ese sonido entre un millón. Ni siquiera logró pronunciar palabra alguna antes de que la puerta se abriese y Bethany invadiese el despacho igual que hizo tantas otras veces, como si aquel espacio le perteneciese. Patrick inspiró profundamente y decidió continuar preparándose el café como si nada, pero notando la forma en que sus dedos habían comenzado a temblar ante su presencia, algo que le hizo detestarse a si mismo. —¿Ni siquiera piensas saludarme? Estoy aquí. Hola. No pudo evitar reírse entre dientes al escucharla. ¿Su voz siempre había sido así de estridente y molesta? —Buenos días, Beth. ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! Así que aun recuerdas mi nombre. —Mi memoria es insufriblemente buena. —¿En serio? Nadie lo diría -algo en su tono le hizo volverse para mirarla con los ojos entornados-. Oh, no me mires así, Pat. Sabes de sobra a qué me refiero. —Pues no. Y no estoy seguro de querer saberlo. —Veamos... -la chica se observó la perfecta manicura, distraída, pero muy consciente de su papel-, No hace ni dos meses que rompimos nuestro compromiso. Nuestra boda habría sido la semana pasada... Y tú ya andas por ahí llenando revistas con tu nueva novia. 𝑅𝑜𝑚𝑝𝑖𝑚𝑜𝑠. La cosa pintaba fea si de verdad pensaba emplear ese plural. —¿Mi nueva...? No. No es... -cerró la boca, apretando los dientes con fuerza-. No creo que tengas el menor derecho a venir aquí y ponerte a hacerme reproches. —No te estoy haciendo ningún reproche, Patrick. No te alteres o se te inflamará la vena de la frente. Sabes que no te favorece. Tuvo que apretar el puño con fuerza antes de soltar la taza y girarse despacio hacia ella. —¿A qué has venido, Bethany? Tengo muchas cosas que hacer. —Pasaba por aquí de camino a la galería y... —¡Bethany! Su tono de voz, exigente y quizá más elevado de lo debido sobresaltó a la chica, que dio un respingo y se atusó el flequillo. —Sólo quería saber cómo estás y... —Bien. ¿No me ves? Estoy perfectamente. —Patrick, por favor. No quiero... —Me da igual lo que quieras, Beth. No me importa. Ya no. Tú decidiste acabar con todo, decidiste tirar más de seis años a la basura y eso fue lo que pasó. Ahora he pasado página. Si esperabas encontrarme desolado y llorándote, has llegado tarde. Supéralo. —Eres un maleducado y un rencoroso. —Y tú tienes la cara muy dura si crees que voy a dejar que vengas aquí y me insultes, así que haz el favor de... —¿Va todo bien por aquí? La voz de Aubrey les sobresaltó desde la puerta, suponía que había acudido alertada por el volumen de su voz, que había ido alzando inconscientemente. —No te preocupes. Ella ya se iba. La rubia exhaló. Estaba ofendida y bien sabía él que siempre había sido la reina del drama. Por desgracia era algo que ya no despertaba en él ni una sombra de la simpatía de antaño. —Estupendo. Señorita Williams, si es tan amable... —No. No lo soy. Lo cierto es que aún no tenía pesado irme. —Señorita Williams, no me haga llamar a seguridad. —Oh. No te atreverías. Patrick, dile que... —Lárgate, Bethany. —¿Es que no me has oído? No voy a... —¡Qué te largues! Incluso él se sobresaltó esta vez. Pocas veces perdía los estribos, pero empezaba a verse sobrepasado por la situación y no estaba del mejor humor para soportar sus desaires de niña mimada. No necesitó hacer nada más para que Aubrey entrase en acción y se adelantase para sujetar a la chica por el codo. —Te juro que no te reconozco, Patrick -le reprochó soltándose de un violento tirón y rebuscando en su bolso hasta dar con lo que buscaba: el anillo de pedida, que le arrojó con desdén- Regálaselo a tu estúpida cantante. Y cuando dejes de comportante como un adolescente despechado, llámame y hablamos las cosas como los adultos que se supone que... —Aubrey, por favor... -casi le imploró ayuda, con los ojos cerrados y tapándose los oídos como un niño pequeño, notando cómo empezaba a extenderse la sombra de esas migrañas que hacía años había dejado de sentir. Podía oír su voz, alejándose por el pasillo en medio de protestas y bufidos. Dudaba que esta vez Aubrey fuese a dejarla escapar tan fácilmente. Había estado a punto de casarse con ella. ¡De locos! Con un nuevo suspiro, se agachó para coger el anillo, que guardó en su chaqueta sin ni siquiera mirarlo y continuó preparándose el café.