—¡Vamos, Martina, tú puedes hacerlo! —se animó a sí misma en un susurro entrecortado mientras se aferraba a las enredaderas con determinación.
Sus pies patinaron torpemente contra la pared de la posada y sus manos se agarraron a las hojas con desesperación.
—Solo necesitas un poco más de... ¡ayuda! —jadeó, haciendo un esfuerzo desmedido para alzar su pierna y encontrar un punto de apoyo.
Un mechón de cabello cayó sobre su rostro mientras luchaba por mantener el equilibrio.
Con una mezcla de determinación y torpeza, continuó su ascenso, suspirando entre dientes mientras se repetía a sí misma que valdría la pena para conseguir lo que deseaba.
Martina se aferró con fuerza a las enredaderas que trepaban por la fachada de la posada de Valle Sereno.
Sus manos temblaban y su corazón latía con fuerza mientras observaba a través de la ventana entreabierta.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Reena y Gaudy riendo juntos en la cama de una habitación, compartiendo risas cómplices y miradas llenas de amor.
El brote de celos la envolvió como una tormenta, haciéndola sentir que su corazón estaba siendo destrozado en mil pedazos.
Cada risa de Reena era como un puñal en su pecho, y cada gesto cariñoso de Gaudy le dolía como si le hubieran arrancado el alma.
Sin embargo, a pesar del dolor que la embargaba, no podía apartar la mirada. Se quedó allí, oculta en la oscuridad, sufriendo en silencio mientras el amor que anhelaba parecía estar al alcance de su mano, pero fuera de su alcance.
—Siempre consigue lo que quiere, ¿verdad? Incluso si eso significa arrebatarlo de las manos de otra persona — susurró Martina con amargura con sus ojos clavados en Reena.
No mucho después, Martina perdió el equilibrio mientras se aferraba a las enredaderas y, en un instante de desesperación, sus manos resbalaron.
Un grito ahogado escapó de sus labios mientras caía desde la altura. Su cuerpo golpeó contra el suelo con un sonido sordo.
El dolor punzante se mezcló con su angustia interna, y yació allí, en el suelo, sin ningún tipo de glamour, sintiendo que su sufrimiento exterior reflejaba el tormento que la consumía por dentro.
—¡Me vengaré, Reena Inverse!