Tres días después del primer polvo con Richie Tozier, la relación de ambos se había complicado más de lo que ya lo estaba desde el primer día en el que la morena se atrevió a dar el primer paso, plantándole un beso al comediante en los labios. De eso hacía ya 2 años y ahora se habían atrevido a unir sus cuerpos. Sin embargo, eso no hizo que las cosas entre ellos se normalizaran. No, todo lo contrario. Ella seguía comportándose como su agente, pero no habían hablado de lo que sucedió aquella noche.
¿Lo recordaría él? Estaban muy borrachos. Bueno, estaban no, estaba él. O al menos era el que se había bebido casi una botella entera de vermú y por poco termina con la de vodka. Y eso que ella estaba ahí precisamente para que no cayera en las garras de la bebida.
Pero falló. Fallaron los dos y terminaron echando un polvo magistral sobre el suelo y sobre la mesa en la que él intentaba escribir sus guiones. Intentaba, sí. Pero pocas veces lo lograba. Era Ally precisamente la que lo ayudaba en eso, sin tener ella ni idea en absoluto de humor. A veces se le ocurrían cosas, cosas que después él usaba en sus números. Eso la llenaba de emoción.
A esas alturas podía confirmarse ya lo enamorada de él que estaba. Ya no era un simple recuerdo, una sensación vacía. No, ahora lo tenía más que claro. El problema... el problema era que ninguno de los dos parecía querer admitir nada acerca de sus sentimientos. Hasta ahora.
Ese día Richie se había prometido a sí mismo que la llevaría a casa para hablar de lo sucedido aquella noche, la noche del desmadre. Y es que él, al contrario de lo que Allyson creía, no estaba tan borracho. De hecho, no lo estaba en absoluto. Lo suficiente para desinhibirse y hacer aquello que durante tantos meses llevaba queriendo hacer.
Había algo en ella, en Ally, que no le permitía entregarse por completo. Era como esa sensación de peligro que se despierta en tu vientre cuando entras a un lugar extraño, cargado de energía. Ally era ese lugar recóndito, abandonado, dejado de la mano de Dios, uno de esos sitios que te erizaban la piel. La chica tenía un cartel en la cara que ponía: «PELIGRO, NO TE ACERQUES, RIESGO DE MUERTE». Aunque el único riesgo que corría Richie era recordar todo aquello que había olvidado.
Y ahí estaban, camino a su lujosa casa con vistas al mar.
Las vistas al mar… ¿Por qué no fueron a echar ese polvo en la orilla?
«Porque hacía frío, Allyson. Porque hacía un frío de narices».
Sea como fuere, a ella le hubiera encantado tener a Richard Tozier entre las piernas, tumbada en esa playa con el sonido del mar acariciando sus oídos, junto a los gemidos del humorista.
Fantaseó con esa idea en el interior del Mustang. Los asientos calefactados solo hicieron que aumentar el calor que sentía entre sus muslos, así que se removió, apretando las piernas, estimulándose en un egoísta y pernicioso silencio, como aquel día cuando era niña y Beverly les explicó a todos cómo Bowers y Hockstetter se sujetaban las pollas.
—¿Estás bien? —preguntó Richie, arrugando un poco el ceño.
—S-sí —se sobresaltó ella, como si hubiera sentido que él podía leerle la mente—. Estoy bien.
—Te noto abstraída. ¿En qué estás pensando? —alternaba la mirada entre ella y la carretera.
—En ti —fue un tono de broma el que empleó, para ponerlo nervioso, pero era verdad, no mentía.
—¿En mí? Oh… —un tono ronco, interesante—. ¿Y qué estás pensando exactamente? —Richie en cambio no disimulaba nada bien. Se había puesto nervioso y Ally lo supo. Por la forma en la que apretaron el volante sus manos, por la manera en la que se tensaron sus brazos y por cómo se torció su boca durante unos segundos, hasta poder fingir una sonrisa muy fugaz.
Ella no le respondió, le estaba mirando fijamente, en silencio. Otra vez con esa mirada viperina, lasciva, ladina. Era como un animal acechándolo. Pero qué animal…
Cuando se giró y se topó de frente con aquellos ojos sintió un vértigo en el estómago.
«Por Dios, Richie, cálmate. Es solo una mujer».
«Solo una mujer que ya te has follado y joder, qué apretada estaba».
Tuvo que contener una erección, pensando en cualquier otra cosa que no fueran sus pechos brincando de un lado al otro, pero lamentablemente se perdió en aquella imagen.
—¿Te estoy poniendo nervioso? —preguntó con aquella voz provocativa.
«No, me estás poniendo como una moto».
—E-estoy bien —balbuceó.
—No lo parece…
Los ojos de Richie la vieron a través de las gafas, de arriba abajo, con un deje de nerviosismo: boca seca, entreabierta, ceño y frente fruncidos.
—E-estoy bien, de verdad.
Pero la repentina mano de la chica sobre su muslo, sembrando caricias y apretones, lo hizo retorcerse sobre el asiento. Era inútil, por mucho que intentara acomodarse y dejar por un momento de hacerle caso a su entrepierna no podía. Era como intentar amoldarse en un nido de avispas, inverosímil. Carraspeó.
—Ally —un tono firme, seco.
—¿Sí?... —y el suyo, provocativo.
—¿P-puedes?
Él quiso decir que apartara la puta mano de sus vaqueros, pero no se atrevió. Ahora de repente no sabía conducir y pensar al mismo tiempo. Ella lo entendió mal, o lo quiso entender mal, y acercó peligrosamente su mano hacia los entre muslos del contrario.
«Oh, joder. ¡Oh, mierda!».
Se le estaba poniendo muy dura dentro de esos tejanos. Parpadeó muy deprisa, como si se le nublara la vista.
—Q-quítame la puta mano de encima, joder —dijo al final en un hilo de voz, descompuesto.
Aquellas palabras fueron directas al corazón de la morena, quien no solo apartó la mano de su muslo, sino que su postura corporal cambió por completo, girándose hacia la ventanilla como pudo, con el cinturón de seguridad oprimiéndole el vientre.
«Ya la has jodido, Rich. Estarás contento».
—N-no quería decirte eso, no q...
—Pues lo has hecho —se cruzó de brazos, sin mirarle.
—Ally, vamos. No te enfades. No quise decírtelo así.
—¿Ah, no? ¿Y cómo entonces? Te ha faltado escupirme.
Richie chasqueó la lengua. A punto estuvo de parar el coche en medio de la carretera para solucionarlo. Total, por ahí ya no solía haber nadie a esas horas, estaban rodeados de bosque y ahí solo vivía la gente de pasta, como él. Joder, qué raro se le hacía. Era un puto famoso. Un puto famoso que acababa de hablarle como el culo a la única mujer que lo soportaba, la única que no había desaparecido al día siguiente y seguramente la única a la que le gustaría repetir.
—Perdóname, ¡me has puesto nervioso, ¿vale?!
—¿Ahora tengo yo la culpa? —se llevó las manos al pecho, ofendida—. Mejor dejémoslo.
—¿Dejar el qué? —inquirió él, preocupado.
—La conversación, imbécil.
«Imbécil. Bueno, no está nada mal, podría haber sido peor».
—¿Q-quieres que te deje en casa? —la miró.
—NO —masculló. No iba a dar toda la vuelta ahora, además, aún tenía esperanzas de arreglarlo. A pesar de haberse comportado como un auténtico gilipollas no quería apartarse de su lado—. Conduce.
Pasaron tal vez 5 minutos hasta que volvió a escuchar su voz.
—Eres un capullo de mierda —se estaba desahogando y esa, de momento, era de la única forma que podía.
Richie apretó los labios y asintió, sin saber muy bien dónde meterse ni qué decir.
—Idiota… —protestó, girándose aún más hacia la ventanilla, si es que aquello era posible. Pero el silencio del contrario solo hizo que ponerla más nerviosa, volteándose hacia él, indignada—. ¿Es que no vas a decir nada?
—¿Q-qué? ¿Cómo qué?
—No sé, defiéndete —rezongó.
—Zorra —dijo de pronto, como si anduviera a tientas.
—¿Perdón?
Richie la miró, ciertamente atemorizado por recibir un bofetón que le mandara las gafas a tomar por culo y tuvieran un accidente. Tenía actuaciones en Reno, no podía permitirse morir ahora.
—¡Me has dicho que me defienda!
—¡Que te defiendas, no que me insultes! ¡Ahg! Déjalo, eres un caso aparte.
—Nunca me habían dicho algo tan especial.
—Es una maldita ironía, Tozier.
—Tozier… Ni mi madre me llamaba así.
—Ya, pues yo no soy tu madre.
—Lo sé. Haberme follado a mi madre hubiera sido raro… —curvó el ceño.
Quiso reprimirlo, de verdad. Ally quiso no reír, no romper en carcajadas porque estaba molesta y quería que el enfado desapareciera con un “lo siento” o algo así, no con una puta risa. Giró un poco el cuello y apretó los labios en una sonrisa para que él no la viera. Él por supuesto se dio cuenta, y la miró de forma insistente, intentando vislumbrar el atisbo de risa. Hasta que fue demasiado obvio…
—Te estás riendo —la acusó.
—No —respondió con el labio tembloroso.
—¡Claro que sí, mírate!
—Que no, que me dejes —si antes ya era más que obvio, ahora era más que evidente.
A Richie se le contagió su sonrisa y para demostrarle que no se equivocaba, empezó a hundir el dedo índice alrededor de su vientre y de sus costillas, haciéndole cosquillas hasta que ella estalló en grandes carcajadas que a él se le contagiaron rápidamente.
Ya está. Ya había conseguido quitarle el enfado sin necesidad de hablar de lo que había pasado. No al menos por el momento. Los carcajeos duraron un par de segundos, extendiéndose hasta un minuto, apagándose poco a poco, extinguiéndose. Él la miró, con una sonrisa tenue. ¿Cómo podía haberle hablado así a esa mujer? Tan preciosa, tan dulce, tan…
Se le ocurrió que era un buen momento para encender la radio. Tardó un rato en encontrar una emisora que se oyera bien en aquella zona en concreto de la carretera y *Put Your Head on My Shoulder* de Paul Anka sonó en la radio. A ella parecieron removérsele por dentro los recuerdos. Claro que… él no podía recordar.
Allyson sonrió de forma triste, nostálgica, mientras lo miraba. Él se volteó hacia ella con un ceño distraído, torpe diría incluso, pero terminó por sonreír también, cantando la canción que, por lo visto, sí sabía.
Y tras Paul Anka llegó Doris Day, y tras ella Webb Pierce. Era, al parecer, la única emisora que daba señal en ese sitio, así que tenían que conformarse. Para Ally no supuso ningún problema, todo eso la transportaba a su niñez, a su adolescencia, con él, con Richie, con Eddie, con Bill, Ben, Mike, Beverly, y el estirado de Stan. Qué mal se llevaban los dos. Eran tal vez semejantes, parecidos, maduros para su edad. Veían la vida de una manera bastante similar y tal vez por eso Stanley no se fiaba de ella. Aunque… ¿tenía eso mucho sentido?
—¿Es porque es lista? —preguntaba Richie, siempre defendiéndola.
—No, claro que no.
—¿Porque es guapa?
—Déjalo, Richie.
—No, vamos, tenemos curiosidad.
Tanto Ben como Bill y Eddie lo miraron, asintiendo.
—¡Vamos, tío! —insistió Rich.
Stan guardó unos segundos de silencio antes de hablar, echándole un vistazo a las miradas de sus compañeros.
—Es… extraña, diferente. No me fío de ella.
—Stan, todos somos d-d-diferentes.
—Sí, tío —añadió Richie.
Stan lo miró como si pudiera ver a través de sus ojos. Sabía perfectamente de qué manera la veía él, que se sentía atraído al igual que Ben por Beverly. Era parecido, solo que Richie… Richie no lo tenía tan claro.
—A mí me cae bien —dijo Eddie.
—A mí t-t-también.
—¿Y a ti, Ben? —preguntó Richie.
—N-no he hablado mucho con ella, pero supongo que sí.
—Ella no forma parte de este grupo —se atrevió a decir Stan, algo ceñudo, incluso diría que receloso.
Richie no tardó en arrugar el morro, sus grandes ojos a través de los cristales brillaron.
—¿Por qué dices eso? —preguntó.
—¿La habéis visto? Ella no es una perdedora. Le plantó cara a Bowers, a Hockstetter.
—Sí, por d-d-d-defender a Richie.
—Exacto —afirmó Eddie.
—¿Le habéis preguntado si quiere formar parte de esto? ¿Eh? ¿Se lo habéis preguntado?
La respuesta era no, y no hizo falta que se miraran entre ellos para saberlo. Negaron a la vez.
—No aceptará. Solo está aquí por…
«Por Richie. Claro. Por quién sino».
Pero Stan nunca desveló el secreto. Podría decirse incluso que se lo llevaría a la tumba.
La interferencia de la radio hizo que los dos se sobresaltaran sobre la tapicería. Richie jugueteó con los botones intentando recuperar la conexión. En aquel instante, Ally sintió algo extraño, algo que se le removió por dentro, como un feto en el octavo mes de embarazo, dándole patadas.
Y escuchó su voz cantarina en el interior de su cabeza. Fue un segundo. Una milésima de segundo en la que lo escuchó decir «Ally…», como si le tuviera preparada una sorpresa. Pero no podía ser, hacía tanto tiempo que no lo sentía. Era imposible, allí, en Los Ángeles. No… debía estar alucinando.
Pero cuando levantó su mirada hacia el parabrisas, vislumbró algo a lo lejos, en la espesura de la noche. Aguzó los ojos, en silencio, sin que Richie apartara los suyos de la dichosa radio. El corazón de la morena bombeaba con fuerza, con intensidad, apagándose despacio a cada metro que se aproximaba a aquella sombra, como si el silencio pudiera ayudarla a pasar desapercibida. Las luces del Mustang lo apuntaron entonces, cuando apenas lo tenían a 40 metros. Sus ojos claros se abrieron de par en par.
—Richie… —musitó en un hilo de voz.
—E-estoy en ello.
—R-Richie… —insistió, paralizada.
—¿Qué? —preguntó con parsimonia, al fin logrando dar con la emisora perfecta.
*Be Careful What You Do* de The Headcutters sonando.
—¡Para el coche! —gritó ella, escandalizándolo—. ¡Para el maldito coche!
Richie por poco perdió el control del volante.
—¡Eh, eh, Ally, tranquilízate!
—¡¿Es que no lo ves?! ¡Para el maldito coche!
—¿¡Ver el qué!? ¡¿Te estás volviendo loca o qué?!
—¡Quita la puta música, joder! —sus propios dedos buscaron el botón de apagado pero lo único que consiguió fue cambiar de emisora una y otra vez, desquiciándole a él también. Sus manos se dirigieron al centro del volante y ella misma fue quien golpeó con fuerza el claxon de forma insistente. Richie estaba tan sorprendido que se quedó completamente paralizado. Su pie, eso sí, dejó de apretar el acelerador.
Ally bajó de golpe la ventanilla, sacando la cabeza.
—¡Eh, tú, maldito hijo de puta!
Richie abrió de par en par los ojos, desencajando la mandíbula, alternando la mirada entre ella y aquella silueta. Frenó en seco porque ella estuvo a punto de bajarse en marcha. Para cuando se desabrochó el cinturón y salió, ella ya estaba zarandeando a aquel pobre hombre vestido de payaso.
—¡Wo, wo, wo! ¡Eh! —bramó Richie corriendo hacia ella.
—¡SÉ LO QUE INTENTAS HACER! ¡NO TE TENGO NINGÚN MIEDO! —gritó, sin dejar de sacudirlo con todas sus fuerzas.
—¡Ally, Ally! —Richie llegó a tiempo, abrazándola desde la espalda, sujetándola por el vientre mientras ella lanzaba patadas al aire, removiéndose sin dejar de gritar y amenazar a aquel pobre hombre que ya tenía hasta las manos alzadas.
—¡No he hecho nada, se lo juro! ¡Y-y-yo… ¡Y-yo venía de una fiesta de cumpleaños, se lo prometo! ¡T-tome! —quiso entregarle el teléfono—. Ll-llame a mi agente, él se lo explicará todo —estaba atemorizado, las manos le temblaban y sus ojos se movían frenéticos de un lado al otro, como si en cualquier momento fuera a salir alguien más del coche con un bate de béisbol para abrirle la cabeza.
—Discúlpela, es que sufre de delirio —se excusó él, aún con ella entre los brazos.
—¿Qué? —preguntó Ally, deteniéndose por un momento, soltándose por fin, quedando frente a él, dándole la espalda al hombre—. ¿Es que no lo ves? ¡¿No lo v...? —pero cuando se giró vio lo mismo que él, a un hombre corriente, disfrazado de payaso. Llevaba un traje blanco, abolsado, pero ni llevaba pompones rojos, ni esa gran sonrisa hasta los ojos. Apenas iba caracterizado con una nariz roja enorme y una calva que estaba a punto de despegársele por completo. Se quedó perpleja, sin poder hablar.
«Juraría… juraría que…».
—Discúlpenos, de verdad. ¿N-necesita que lo llevemos a algún sitio? —preguntó Richie.
—N-n-no. T-t-tengo mi coche justo aquí —aún estaba asustado. Y cómo para no estarlo. Un par de locos podían haberlo matado. Sería una buena historia que contarle a su mujer. Si la tuviera.
—Está bien, ¡buenas noches! —y la agarró de la muñeca, arrastrándola hacia el coche como si tuviera 5 años y hubiera derramado la leche en el sofá nuevo. Le abrió la puerta y por poco la sentó él mismo. Cerró su puerta de un golpe y se dirigió a su asiento dando grandes zancadas. Arrancó el motor, pero no pisó el acelerador. Su pecho subía y descendía como una de esas atracciones que producen mareos—. ¿En qué demonios estabas pensando? —preguntó por fin, mirándola incrédulo. Pero ella no reaccionaba, estaba ida, fuera de sí, con los ojos vidriosos y la mirada perdida en la nada—. ¡Mierda! ¡Joder! —golpeó el volante, pitando una sola vez, vez que bastó para que el hombre vestido de payaso diera un brinco sobre el suelo y se dispusiera a correr, atemorizado. Richie pudo verlo a través del retrovisor—. Oh, mierda —bajó su ventanilla y asomó la cabeza—. ¡Disculpe! —vociferó, con un movimiento de mano, forzando una sonrisa, como si pudiera verla—… T-todo bien —le volvió a bramar, incómodo—. Mierda, Ally. ¿Qué coño ha pasado?
—Le… le he visto…
—¿Que has visto qué? —la miraba ceñudo, como si esa chica que estuviera sentada sobre su asiento no fuera la misma que le ayudaba a escribir sus frases.
—T-tenía su cara… Le… le escuché decir mi nombre —finalmente una lágrima resbaló por su mejilla y gracias a eso Richie tomó paciencia, porque de lo contrario se hubiera vuelto loco.
Suspiró y cerró un segundo los ojos, recomponiéndose, pero la radio le molestaba. Ese maldito country de los cojones. *Goin’ Down Slow* no acabó aquella noche, él no le dio tiempo. El silencio los acompañó durante el camino restante, hasta que llegaron a su casa.
«Yo… juraría que…».
Sí. Lo vio. Lo vio porque así lo quiso Eso. Lo vio porque ese hombre no era ningún hombre ni ninguna persona. No era ni siquiera humano. Lo vio porque estaba en lo cierto, porque la criatura aún seguía teniendo ese fuerte poder sobre ella. Si Richie no podía recordarle, ella sí lo hacía, y era suficiente para que pudiera presentársele en cualquier circunstancia ahora que, 27 años más tarde, resurgía de su hibernación.
De haberse girado, de haber mirado por el retrovisor, lo hubiera visto despidiéndose con la mano, como la primera vez que se le apareció, con todos aquellos globos flotando.