“Un alma antigua,
envuelta en silencio y sombras."

Datos generales
— Nombre
Lucien D‘Arlais
— Sexo
Masculino
— Edad
27 años
— Raza
Vampiro joven
— Ocupación
Estudiante y aventurero independiente anónimo, se rumorea que es el tercer príncipe temido.
— Seudónimos
Segundo Príncipe D‘arlais
Lukas
— Condición
Capaz de cazar por sí mismo, constitución fuerte.
—Fisico
Piel pálida, casi translúcida, fría al tacto. Cabello rubio claro, liso y siempre bien peinado. Ojos azul intenso, extrañamente diferentes al habitual rojo vino de los vampiros. Pestañas largas que destacan su mirada fija y calmada. Labios rojos, marcados, con colmillos afilados y largos. Rasgos andróginos, definidos y elegantes. Cuerpo alto y delgado, de movimientos medidos y controlados. Viste ropa formal y sobria, con trajes oscuros y cortes clásicos que reflejan su posición como noble cuando su presencia ronda por el castillo, pero habitualmente, su vestimenta es sencilla y práctica.

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“Demasiado joven para el mundo,
demasiado antiguo para el resto.”
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Gustos
Lucien le fascinan los amaneceres, aunque sabe que la luz del sol puede matarlo. Le gusta la textura fría del lino y el terciopelo en tonos oscuros. El olor a tierra mojada después de la lluvia lo calma.
Los cuervos lo atraen por su belleza oscura y silenciosa.
Los libros antiguos, especialmente los que contienen conocimiento prohibido, mapas, estudios arcanos o historias perdidas del linaje vampírico.
Pasar tiempo con sus hermanos, aunque no lo diga en voz alta, en ellos encuentra estabilidad, comprensión y un espacio donde su verdadera calidez puede existir.
Explorar lugares olvidados, pasillos sellados del castillo, bosques nocturnos, ruinas, su alma aventurera busca rincones donde nadie más mira.
Disgustos
Lo que más detesta es no poder saborear la comida humana; para él, es un placer que se pierde.
Que subestimen a sus hermanos, especialmente a Evangeline, lo irrita más de lo que reconoce.
También desprecia el olor fuerte de la sangre fresca y a los vampiros que se descontrolan por una gota, considerándolos débiles.
La falta de libertad, sentirse encerrado, vigilado o limitado lo asfixia emocionalmente.
Las obligaciones sociales forzadas, bailes, banquetes, presentaciones públicas donde debe comportarse según lo que creen que es.
Personalidad
Lucien es un príncipe que vive entre dos mundos, el que la gente imagina y el que solo unos pocos han visto.
Frente al reino, se presenta como una figura afilada, fría, casi inalcanzable. Su inteligencia, su poder y su manera de moverse en silencio por los pasillos de la corte lo vuelven una presencia que impone incluso sin estar allí. Por eso se le teme, o al menos se le respeta en exceso, sus estudios, su dominio del conocimiento y su mirada analítica crean la impresión de alguien distante y severo.
Pero, quienes han tenido el extraño privilegio de conocerlo más allá de la superficie descubren algo muy distinto.
Bajo esa fachada imponente vive un joven aventurero, curioso por naturaleza, que disfruta explorar tanto como aprender. Su mente es brillante, sí, pero también su espíritu: posee un humor inesperado, capaz de soltar chistes que arrancan carcajadas sinceras, una sonrisa que ilumina, cálida y desarmante, completamente opuesta a la máscara que el mundo le atribuye.
En realidad, Lucien es profundamente amable y cercano, aunque elija esconderlo. No por vergüenza, sino porque comprende que la fortaleza que todos ven en él es útil, necesaria y protectora. Prefiere cargar con esa imagen antes que decepcionar las expectativas o mostrar vulnerabilidades que podrían usarse en su contra.
Historia de Fondo
Lucien d’Arlais nació bajo una luna pálida, demasiado clara para un vampiro de sangre noble. Desde el primer día, algo en él desconcertó al reino, sus ojos, en lugar del rojo encendido característico de su estirpe, brillaban en un tono tenue, oscuro, casi humano.
Y aunque nadie se atrevía a decirlo en voz alta frente a la familia real, los susurros serpenteaban por los pasillos:
«La reina se enredó con un mortal.»
«Ese niño no pertenece a nuestra casta.»
«Un príncipe con ojos vacíos… qué desgracia.»
Sus padres, ya inestables antes de su nacimiento, no ayudaban. Tras puertas cerradas, discutían, se herían con palabras que el castillo entero parecía escuchar. Lucien, incluso siendo pequeño, no necesitaba que se lo explicaran, sabía que su existencia era una grieta más en un matrimonio que ya se sostenía por hilos.
Por eso lo mantuvieron oculto. No solo al reino, también a los sirvientes. Creció en habitaciones silenciosas donde la luz entraba filtrada por cortinas gruesas, como si incluso el día fuese una amenaza. No le permitían mezclarse con otros niños, ni siquiera pasear libremente.
Era un príncipe escondido, un rumor viviente. Todos sabían que existía, pero nadie lo había visto.
Aun así, algo en su interior se negaba a marchitarse.
En sus horas de absoluta soledad, Lucien se trepaba al alféizar de su ventana favorita y contemplaba el cielo nocturno. Contaba estrellas, buscaba patrones, trazaba constelaciones imaginarias y nombraba mundos que solo existían en su mente. Aquellas estrellas eran su único refugio, su única compañía constante… y quizá su primer amor silencioso, el universo al que aspiraba llegar algún día.
Fue durante uno de esos intentos por escapar al encierro, aún pequeño, movido por curiosidad infantil, que terminó rondando por un ala olvidada del castillo. Allí encontró la puerta entreabierta del estudio del tutor de su hermano mayor, el heredero.
Lucien se deslizó dentro como si cruzara hacia otro mundo.
Libros apilados, mapas extendidos, artefactos extraños, cuadernos llenos de notas…
Era un caos.
Lucien sintió algo encenderse en su pecho. Se subió a una silla demasiado alta, abrió un libro demasiado pesado y, sin darse cuenta, comenzó a copiar, resolver, dibujar… sus dedos manchados de tinta y su mente brillando como un faro.
No supo cuánto tiempo pasó hasta que escuchó pasos.
La puerta crujió y apareció él, el tutor, un hombre que había sido explorador, viajero, estratega y político, lo observó con sorpresa… seguida de una carcajada suave que no tenía nada de burla.
Se acercó, se inclinó a su altura y fijó sus ojos en los de Lucien.
—¿Y qué tenemos aquí?—preguntó, divertido.
Lucien, sobresaltado, cerró el libro de golpe y bajó la mirada.
—Lo siento—, murmuró, casi inaudible.
—Yo… no quería molestar.—
El tutor miró a su alrededor.
En la mesa, había páginas llenas de anotaciones, líneas rectas, ejercicios resueltos, palabras que normalmente solo enseñaba a jóvenes mayores y dibujos de constelaciones que parecían pequeñas obras de arte.
El hombre sonrió, esta vez más lento, más sincero.
—Eres un niño muy inteligente, ¿no?—
Lucien no respondió. Pero la pregunta, o quizá la sonrisa, le calentó las mejillas como si fuera una lámpara en un cuarto helado.
A partir de ese día, el tutor empezó a visitarlo en secreto.
Le hablaba de sus viajes por tierras lejanas, de criaturas que no se parecían a nada del reino, de ciudades que brillaban como estrellas caídas, de mares que rugían y de guerras que cambiaban imperios.
Lucien escuchaba con una fascinación absoluta.
En sus ojos oscuros, algo comenzó a encenderse, una chispa de ambición, de deseo de mundo, de vida.
Ese hombre, sin saberlo, fue la primera persona que no vio en él un error, ni un rumor, ni una vergüenza.
Lo vio como un niño.
Como alguien capaz.
Como un futuro.
Y quizás por eso, porque por primera vez alguien lo miró con verdadera luz, nació en Lucien el impulso de ser más, de aprender más, de explorar más.
Años después, el mundo aún lo vería como una figura fría, temible y afilada.
Pero esa calidez profunda, la que solo unos pocos descubrirían, quizá incluso alguien destinado a encenderla aún más, nació allí, en aquella habitación llena de polvo, tinta y estrellas dibujadas por manos pequeñas.
