Una vez más caminaba por un pasillo, pasaba puerta tras puerta, lo revisaban, le preguntaron qué traía en el paquete en manos y, para sorpresa de nadie, lo destrozaron para confirmar si lo que decía era verdad.
Por dentro Demian sentía la creciente necesidad de golpear en medio de la cara a cada policía penitenciario con el que se encontraba mientras iba avanzando. No podía llevar nada sin que revisaran hasta el más pequeño resorte. Aunque era protocolo por obvias razones, seguía siendo molesto y hasta algo humillante, de algún modo. ¿Por qué llevaría algo con lo que podrían prohibirle volver o incluso arrestarlo si se les daba la gana?
—Muy bien, ya puedes pasar. —la voz del hombre detrás de la ventanilla lo sacó de sus pensamientos. Tomó el objeto que trajo como regalo y lo guardó en su bolsillo antes de pasar a la sala donde se permitían las visitas. Estaba vacía. Claro que lo estaba tan temprano por la mañana.
Tomó asiento en una de las mesas y esperó, su pierna derecha rebotando con ligereza mientras miraba hacia todos lados. Poco había para observar, todo estaba cerrado salvo por unas pequeñas ventanas cerca del cielorraso que dejaban entrar luz natural. Luego los guardias en las puertas, mirando hacia el frente sin moverse mucho.
Rascó su nuca con la mano izquierda mientras apoyó la diestra en su pierna que no dejaba de moverse. Un intento mediocre y sin éxito en detener la moción.
Suspiró. Estar nervioso era ridículo. Era solo otra visita más. Ya había hecho algo así años anteriores. ¿Entonces, qué? Tal vez ahora estaba verdaderamente consciente de cómo se sentía cada que pisaba la prisión.
Escuchó una puerta abrirse haciendo que se pusiera de pie de inmediato y ahí lo vio. El hombre se notaba increíblemente cansado, grandes bolsas debajo de los ojos, algunas heridas por aquí y allá, pero el traje naranja bastante decente. Impecable, podría decir.
—Demian. —la sonrisa en el rostro de Zander era enorme y sus ojos marrones se cristalizaron apenas vieron a su hijo. No dudó en envolver al chico en un fuerte abrazo, colocando una mano detrás de la cabeza contraria. El menor notó a uno de los policías moverse un poco al ver aquello, alerta.
Cerró los ojos antes de corresponder el abrazo, pero no era con la misma intensidad a pesar que en el fondo quería aferrarse a su padre como un koala y jamás soltarse. Era al único al que tenía y podía ver cada tanto, incluso si no tenían una relación super estrecha seguía siendo su familiar y alguien a quien quería.
—Me alegro mucho de verte, hijo. No sabes cuánto. —Zander intentó que su voz no temblara, fracasó así como el chico lo hizo con su pierna.
—Es bueno verte... —por el contrario, la voz de Demian era baja, sin mucha emoción, hasta algo distante. Se notó más porque fue quien terminó el abrazo al retroceder unos pasos, antes que el uniformado observando se acercara.— Estas herido de nuevo.
—No te preocupes, son solo pequeños accidentes. Se curan rápido. —el mayor tomó asiento enseguida, pasando las manos por su pecho, como si quisiera limpiarlas de suciedad qué no estaba allí. Quizás sudor. Después las juntó sobre la mesa, moviendo los pulgares. Puede que haya sacado la inquietud de él.— Dime, ¿cómo estás? ¿Qué tal el trabajo?
—Bien, lo usual. —alzó los hombros apenas para restarle importancia mientras copió la acción ajena para sentarse. Siempre era así. Las conversaciones eran más sobre su padre, cosas triviales que pasaran allí, nunca de él.— ¿La comida sigue siendo un asco?
—No te das una idea... pero uno se acostumbra. Y el estómago también. Aunque... daría lo que fuese por gomitas ácidas. —soltó una pequeña risa, pasando una mano por su cabello oscuro.
—Tendrás que entregar tu alma para eso. —el tono de Demian era muy plano, pero eso no quitó que su progenitor se riera de nuevo.— Toma.
Sacó el regalo de su bolsillo, deslizándolo con cuidado por la mesa, cubriéndolo con su mano antes de quitarla y revelar que se trataba de un reloj de muñeca, no demasiado grande, análogo.
—Conseguí que repararan tu reloj. No fue fácil porque estaba hecho un asco y casi nadie aceptó.
—Esto... —el hombre lo tomó con sumo cuidado, como si estuviera sujetando a un recién nacido que no quería soltar por nada del mundo. Se quedó en silencio al observarlo, primero a punto de llorar, luego mostrando una sonrisa con ojos acuosos que miraron directo al joven.—... Te pareces mucho a tu madre.
Silencio. No supo porqué lo dijo. Algo dentro se removió, su estómago, retorcijones que casi le dieron náuseas. Su rostro se mantuvo sereno en comparación.
—No entiendo qué tiene que ver con el regalo.
—Ah, sí. —soltó una risa suave, nerviosa, bajando la vista al reloj de nuevo.— Disculpa es que... bueno, este fue un regalo de tu madre, ¿sabes? Y bueno, te pareces a ella, así que-
—La verdad es que no tengo forma de saberlo. —¿estaba molesto? Sonó molesto. No. Estaba herido. Le dolió por razones que desconocía.— Si son buenos recuerdos, pues okay, supongo.
Otro silencio. Se estiró más mientras el mayor buscó las palabras correctas pues sintió que estaba en frente de una bomba. El problema era que no sabía si la bomba iba a explotar o era una para ahogar. Tuvo miedo de decir algo incorrecto y eso Demian lo notó.
—¿Supiste algo de Leigh? —como siempre, falló.
El castaño tragó y sintió que la saliva se le quedó en medio de la garganta debido al nudo que se creó. Apretó los puños que escondía bajo la mesa, la única señal de tensión en ese momento.
—No. —soltó en un susurro pues no quería terminar gritándole a su padre.— Tengo que irme.
Se puso de pie y caminó hacia la puerta correspondiente, escuchando a Zander ponerse de pie.
—¡Hijo! ¡Lo siento, Demian! —la desesperación en las palabras llegó al objetivo y los pasos se detuvieron.— No soy bueno con... ya lo sabes.
No hubo respuesta.
—Gracias, es un regalo muy bonito. Prometo cuidarlo bien... Y, en caso que no puedas venir, feliz Navidad, hijo... Y año nuevo.
—...Navidad, papá. —respondió sin voltear, pocos segundos después continuando su camino para salir de allí, aún con un nudo en la garganta y sus ojos ardiendo.
...Siempre lo arruina.