Cuenta la leyenda que existió una mujer cuya vida transcurrió entre libertinajes, trucos de magia de poca monta y toda suerte de artimañas. Era capaz de salir airosa de cualquier situación, siempre sin enfrentar consecuencias. No obstante, su muerte acabó alcanzándola, y el demonio esperaba por ella. Frente a ello recurrió a los mismos trucos que la habían acompañado toda su vida. Primero, propuso al diablo realizarle un acto de magia y, si lograba hacerlo reír, este le concedería cinco años más de existencia. El trato se cumplió; el tiempo pasó y la mujer murió de nuevo. Entonces repitió la estrategia: le mostró otro truco. El diablo, aunque menos impresionado, volvió a otorgarle cinco años adicionales.

 

Sin embargo, a la tercera muerte, el diablo decidió invertir los papeles. Le anunció que, si encontraba la llave para la libertad de su alma dentro de una manzana, sería eternamente libre del infierno y accedería al conocimiento de los secretos del mundo y de la divinidad. Ella aceptó. Mordió la manzana hasta dejar únicamente las semillas, pero la llave jamás apareció. El diablo soltó una carcajada, pues aquella manzana pertenecía a las prohibidas del Edén. La mujer había caído en el pecado original, víctima del engaño.

 

Como castigo, el diablo extrajo una extensión de sí mismo en forma de serpiente negra, que invadió el cuerpo y el alma de la mujer. Su mente colapsó en locura, incapaz de soportar el peso de todos los misterios del universo. Adoptó la forma de un arlequín, reflejo irónico de su muerte y de la vida que llevó; las características serpentinas permanecieron en ella como recordatorio del pecado original que ahora estaba destinada a esparcir.