El martes comenzó a las 5:03 a.m., cuando Jaejun abrió los ojos antes del amanecer, guiado más por disciplina que por descanso.
Tras una ducha helada y el té negro habitual, salió al jardín del hanok para su entrenamiento matinal: respiración controlada, precisión marcial, y la clase de silencio que solo las vidas demasiado exigidas conocen.

A las 7:10 llegó a Mirror Esotérica. La mañana avanzó entre restauración de talismanes, revisión de anomalías en los archivos del mes y dos reuniones con clientes influyentes que buscaban respuestas que no estaban preparados para comprender. Jaejun mantuvo su actitud habitual: profesional, lacónica, pulida.

A media mañana revisó con Katherine un par de avances técnicos del caso Leclair. Nada demasiado profundo pero lo suficiente para actualizar la línea de investigación. Fue una reunión corta, eficiente, sin concesiones ni pérdidas de tiempo.

El resto del día transcurrió en la misma línea: informes, análisis, firmas, llamadas, silencios.

A las 18:00, regresó al hanok. Cenó frugalmente y se encerró en su despacho para una última hora de trabajo, como siempre: solo, ordenado, metódico.

A las 22:14, cuando por fin cerraba la última carpeta del día, ocurrió.

Los dos espejos ancestrales de sus padres, colgados en el pasillo, vibraron al unísono.
Un pulso breve. Preciso. Como si hubieran reconocido algo… o a alguien.

Jaejun levantó la cabeza, tenso, sin pronunciar palabra.

El aire había cambiado. Y él sabía lo suficiente para entender que no era un error, ni una coincidencia.