Pristina marioneta, hace mucho tiempo que te vimos dormitando en el ojo de una rocambolesca tempestad. Tú que dibujaste a una bailarina y una canción de cuna. En ese tu eterno edén interno que se quebró por nuestra causa. A ti te amamos por sobre todas las cosas pese a que destruimos cada parte de ti para rehacerte a nuestra imagen y semejanza. Tú que viviste entre escombros y ruina. Entre los candores propios de los huérfanos que crecían a tu lado.       

Tú, eres el amante más incondicional de nuestra existencia.        

De entre todos, tus ojos brillaban con un insólito relumbre y tu cuerpo, oh, tu cuerpo, era la delicia del viento, la arena y el mar de fauna fluorescente que envidiaba la insana libertad interior que poseías. No eras más que un niño en el tiempo de tiempos en el que te conocimos, esos tiempos cuando soñabas con ser algo más que un despojo de basura y cenizas, orina y suciedad. Pese a todo, no nos arrepentimos de haber roído cada ápice de tu inocencia para nuestro beneficio.                     
Ahora eres una criatura de eterna calma y sonrisa a la que no le basta más que a sí mismo.  Y no, no nos arrepentimos de haber revertido cada uno de los conjuros que ahí mismo pintabas con la alegría de una verdad hecha oración.          

¿Recuerdas los tiempos en los que nadabas contento entre la podredumbre y la inmundicia que tu gente te podía entregar, cuando sus sueños importaban más que el de todas las criaturas de tu pequeño universo de matices siderales hechos vigilias y añoranza?        

No eras más que una marioneta hecha niño cuando te encontramos y te despojamos de lo más poderoso e importante que tenías. Eras un juguete arrojado a su suerte, un niño de nadie, un niño de nada. Un juguete que forjaría idilios a nuestro favor.   

¿Alguna vez soñaste con ser alguien pese a que nadie te escuchó ni te ayudó hasta nuestra aparición?          

¿El sueño en el que viviste tuvo más de una canción de cuna?    

¿Alguna vez pensaste en reír ahora que no eres más que rastros de ti mismo unidos a tu inmunda suciedad hecha salvaje y retorcida ternura?   
             
No podemos pedirte disculpas por lo que te hicimos; era necesario, debías llevar a cabo nuestro cometido para con los tuyos desde la ingenuidad y la salvación. Desde la integridad y la razón. Librando un perfume de intrínsecos sentimientos. Fuiste después de todo, la representación de nuestra justicia y la salvedad de nuestra herencia. Recordamos que te crearon y burlaste a la alada muerte hasta que nos conociste y pisaste ese etéreo globo al que tanto rezaste como la criatura extraviada que eras, en la grandeza de los representantes que pronto harías hincar de rodillas ante ti.            

No por esto olvides que eres perfecto. Que tu poder y tu gloria lo es todo. Que tu furia es insurrección y nuestros deseos lo que te hace tocar el cielo al que jamás pudiste llegar.

Meja’nrar, ¿pudiste ver los espacios consagrados donde caíste desde el instante en el que te criaron, sabedor de entre los tuyos para ser devorado por todos los que te oprimieron? No podemos decir que fuiste bendito pues devastadoras ilusiones anidaron en tus alas y en tu ingenio. Resquebrajamos tus ingenuidades y las tejimos, tal y como dibujaste a una bailarina y una canción de cuna en tu aniñada carne.

Y allí el ojo de tu edén hecho agonía, condensó las poderosas tormentas de tu interior, y amainaron entre todos las criaturas acuáticas que eran ustedes; compuestas de curiosas alas transparentes y de escamas y pieles de seda, de coronas esplendorosas que más tarde se tornaron macilentas por nuestras causa.  
Eran después de todo los peces de todo un callado universo que los envidiaba por su maravillosa naturaleza, criados para ser alimento. Criados para ser degollados por otros de mayor envergadura.          

Meja’nrar, tus alas hechas luz no fueron suficientes para ponernos un alto.         

¿Recuerdas cuando tus silencios se convirtieron en llantos?        

Te perseguimos y jugamos contigo, devastamos tus juegos, te ilusionamos, hicimos lo que quisimos contigo, te hicimos uno con nosotros; y nos presentamos ante tu esperanza y tu gratitud ya partida en nueve partes por nuestros huracanes de descaro y ruina.           

Te ocultaste conforme nosotros, imperiosos, sometimos a nuestra tiranía cada espacio de tu edén envidiado por la refulgente alegría que poseías en secreto. ¿Recuerdas tu alegría ahora que sonríes sin realmente sentirlo del todo? Tus emociones no son más que un recuerdo hecho acontecimiento ambivalente. Naciste desde una agraciada podredumbre y en una podredumbre hecha pensamiento evolucionaste.

Oraste muchas veces por ayuda, nos pediste que te dejásemos quieto, pero, recordamos que entre más no los pedías, más tiempos nos hacíamos a la idea de que eras lo que buscábamos. Sereno, hermoso, magnifico, sí, sí, sí, eres magnifico sea cual fuese tu naturaleza. Nos conmoviste desde tu integridad hecha carne y forjaste en nuestros pensamientos la llama más sagrada del deseo por tenerte entre nuestros brazos.            

Dinos Meja’nrar, ¿algunas veces solías pedir a nuestro creador ayuda sin siquiera conocer la ternura de su rostro?           

Porque sabemos que no tenías donde recitar el eco del eco de tu aurora, tus lágrimas eran canciones de cuna venidas de tu interior, esas que se alzaban como las más adoradas enredaderas que recubrían tu piel y escamas, tus hilos hechos gratitud, tus eventos aniñados hechos sonrisas entre descarados y creativos eventos. Porque recordamos que en el criadero donde residías solías nadar como sólo lo hace una soñada aparición condenada. Una aparición que no pidió existir por más que al firmamento rogó morir mansamente.

Eras uno entre muchos, en un espacio donde no eras más que alimento. Un alimento. Nadie te ayudó, Meja’nrar, y aun así te encuentras ante nosotros sabedor y dueño de todas las marionetas y el amo de todas las ilusiones que pudieron existir en la inconmensurable llamarada que es la inevitable vida. Siempre nos has preguntado cómo fue posible que durases tanto tiempo abandonado en ese maravilloso y carroñero edén, ése desde el cuál alzabas tus cabezas y las contenías a veces sobre el regazo de las prietas providencias.     

Eras más que nuestro niño cuando te encontramos, y te convertiste por derecho propio en nuestro todo. Tus ojos y tus labios nos pertenecieron, tu amor nos hizo todo lo que consentiste, y por eso y sólo por eso, te prometimos otro comienzo, Meja’nrar. Burlamos a las aladas muertes sólo por ti. Esa que en tu columna vertebral se adhería pues, al igual que nosotros, se había enamorado de ti como nadie. Ellas, Meja’nrar, nos guiaron a ti. Hasta tu nación, hasta todo lo que significaba el furioso laberinto donde te amoldaban para ser devorado.      

En un principio te tejieron con otras dulces amalgamas y, por esto, renaciste en innumerables sentidos, desde el olfato al gusto, desde el tacto al oído, naciste perfecto y tú, sólo demostraste más de lo que otra criatura demostró. Revuelo en providencia, máscara insana de revolución, etérea resurrección hecha criatura, hecha niño; nosotros pedimos por ti desde antes de nacer, antes de moldear el viento y las estrellas.  

Tú que pintaste a una bailarina y una canción de cuna, ¿recuerdas de dónde emergiste? ¿Por qué estás aquí? ¿Eres consciente de que eres más que sólo una realidad hecha heraldos de amor? Cáptalo y siéntelo en el ojo de tu interior, Meja’nrar.     

Ninguno era como tú, pues habían tejido tus alas y la composición de tu espacio con calma y gratitud, para hacerte un vendaval, una sentencia, una calamidad al encontrarte; nosotros los que te hallamos cuál firmamento soleado y cuál tormenta. Requeriste más que del llanto para salir de tu encierro, y al igual que nuestro creador, moraste en una jaula hecha de carmín y bruma, de acuarelas, de espuma, de plomo, de todas las esencias a las que aún no puedes alcanzar. Esas que más allá de tu rostro pintado cuál calamitoso bufón, espían todos los pecados.     

Porque él tejió tu existencia con nubes, con honores, con candores, con caricias que, finalmente, nosotros nos encargamos de devorar con devastadores silencios e ilusiones. Por esto y más no calles, y sonríe, porque el color de tu sonrisa nos dará más que la libertad, y así la salvación a todos. Tú, sagrado en nuestros nombres, escucha nuestras voces resonando en tu cabeza.         

Óyenos y descríbenos como sólo se describe aquello que es descubierto desde el fondo del placer y la penumbra de la revelación más amada.     

Muchas veces acudiste a nosotros en busca de un consejo, conforme te tomaba un tiempo de tiempos el reposar de tu desnudada cabeza sobre el primor y los sonrojos de los que te hicimos lo que eres, Meja’nrar. No todo es por nuestra causa, tú también lo deseaste. Lo viviste, viviste lo marchito del vivir entre las criaturas de templadas protuberancias y macizos y tupidos ficciones.     

Tú, pediste por nosotros ayuda, nosotros, las voces más amadas de nuestro creador, acudimos a ti en retorcida ayuda presta toda para ti. Tú que no hacías más que revolcarte en la podredumbre merecida. Una cría que sería devorada sin importar el matiz de su belleza, ni los gorgojos que manaran de su garganta abierta de par en par, esa que recitaba los versos que nuestro creador sólo podría anunciar.    
¿Recurriste a nosotros porque nadie te ayudó?      

¿Decidiste vivir en ese espacio de retorcidos juegos para que te halláramos?     

Porque te hallamos, nosotros.          

En tu mente, cobramos vida y te sepultamos en el variopinto paraíso. Un paraíso  que sólo manaría desde la perfección, desde el amor que tú mismo representas. Tú, inescrupuloso ser, dominado por ese enamoramiento del amor, por todo lo que viviste hasta que te encontramos y violentamos cada parte de tu interior. Sabemos que te desollamos. Te partimos en nueves pedazos, cuando aplastamos tu lengua, tus labios, tus ojos, tus uñas, tus dientes y los engullimos cual carne de pecado. Porque eras un celestino pecado, ese pecado que buscaba acallar el ruido que hacíamos en su interior.     

Y cuando estalló tu cabeza, y cuando coronamos tu mente, dejaste de pedir ayuda y sonreíste sin sentirlo, pues los sentires más primitivos murieron en ti y en tu honor llegaron a resplandecer todo aquello que haría más de una causa para todos los que buscaran redención. Quizá guerra o quizá la paz que muchas veces has librado con nosotros desde el fondo de lo que eres. Y pese a que estiramos cada parte de ti y la engullimos, quedó en ti esa importante inocencia que todo lo podía, entre espacios, entre espacios, entre espacios de despertares hechos beldades.

¿Extrañas tu jaula?   

¿Extrañas la podredumbre?

¿Extrañas tus alas?  

¿Extrañas la vida que poseíste antes de hallarnos en tu cabeza?

¿Has pensado alguna vez que podemos ser producto de tu propia fantasía?      

Resultaría risible si eso llegara a suceder, pero sábete bien, que en cada uno de los tiempos que existen, somos afortunadas de haber encontrado a un recipiente como tú en el que morar. Tu cabeza es un globo lleno de papelillos y serpentinas, lleno de imágenes que van y vienen, que aparecen y desaparecen cuando lo deseas y como lo deseas, y sólo en los escenarios de tu cabeza podemos vivir. Vivir como siempre anhelamos. Sentir pese a que no somos más que sonidos hechos aparición. Pensar pese a que somos invisibles y nacidos desde el susurro más letal de una eminencia que no tiene libertad alguna.  

No es tarde para reflexionar ahora en tu naturaleza, Meja’nrar, no es tarde para pensar en ti mismo como un caminante edén, no es tarde para atender a otras voces pese a que nos escuchas en cada rincón de tu cabeza como un enjambre de maravillas. No es tarde, no. Meja’nrar, eres la criatura perfecta. Eres todo lo que gozamos haber creado desde lo más recóndito, desde el enigma que representa la existencia de los que contemplas en silencio residiendo a tu lado como la manada salvaje que podría ser. Tú, ahora en el ahora en el que vives, sonriendo sin sentir, haciendo rondas entre amaneceres y atardeceres, crees que la eternidad es un juego en el que participas dignamente.          

¿Valió la pena, Meja’nrar, el dejar de ser tú mismo?          

¿Valió la pena abandonar el criadero en el que la vida te arrojó?  

¿Valió la pena, Meja’nrar, el dejar de ser tú mismo?          

¿Valió la pena, Meja’nrar, el dejar de ser tú mismo?          

¿Valió la pena, Meja’nrar, el dejar de ser tú mismo?          

¿Valió la pena, Meja’nrar?    

Escúchanos, Meja’nrar, déjalos delirar e imaginar que eres parte de un cuento. No siempre puedes ser el intérprete que hurta sus esencias, sabes bien que esperan por ti, en todo el tiempo de tiempos en el que se anuncian a nuestro creador entre los rezos en los que tú mismo te cobijas. Esos rezos, esos rezos, esos rezos, donde les das un rostro a nuestras voces. Esos rezos, esos rezos, esos rezos, donde te sientes formar parte de un todo que pudo haberte abandonado de no ser por nosotros. Escúchanos, Meja’nrar. Escúchanos, Meja’nrar. Escúchanos, Meja’nrar.  
¿Valió la pena, Meja’nrar?    

Y es en este precioso y preciso momento en que sostienes tu cabeza, con una demencial fuerza, una que amenaza con arrancarla para acallarnos dentro de ti. Entonces susurras, y susurras y susurras y susurras.    

“Valió la pena”.          

“Valió la pena”.          

“Valió la pena”.          

“Valió la pena cada instante”.