El mundo está renaciendo.
Pero no como un evento lineal, ni como una secuencia lógica.
Aetherion no nace en un instante.
Aetherion se está gestando en múltiples momentos a la vez.
Los otros universos lo han comenzado a notar.
No por señales visibles, sino por ausencias:
Lugares que deberían existir y no lo hacen.
Tiempos que deberían haber ocurrido y aún no han sido vividos.
Fragmentos de historia que se niegan a encajar.
Porque Aetherion no está listo.
No porque le falte poder, sino porque el tiempo mismo lo teme.
En el corazón de esta paradoja está Arthas Blackfire.
Él no es simplemente un viajero.
Es el único ser que puede caminar entre el pasado, el presente y el futuro sin ser devorado por ellos.
Puede crear y destruir, alterar líneas, sembrar mundos y deshacerlos.
Pero incluso él, con todo su poder, no puede forzar el nacimiento de Aetherion.
¿Por qué?
Porque Aetherion es más que un universo.
Es una decisión cósmica.
Una convergencia de voluntades que aún no han elegido.
Una historia que aún no ha decidido si quiere ser tragedia, epopeya o redención.
Arthas ha visto lo que vendrá.
Ha caminado por futuros donde el Señor Oscuro aún no es,
por pasados donde el mundo aún no lo ha creado,
y por presentes donde ambos se miran sin reconocerse.
Él sabe que el mundo y el Señor Oscuro son reflejo mutuo.
Que uno no puede existir sin el otro.
Pero también sabe que si Aetherion nace antes de tiempo,
todo se romperá.
Por eso, Arthas no construye aún.
No convoca aún.
No revela aún.
Él espera.
No por debilidad, sino por sabiduría.
Porque el momento correcto no es una fecha.
Es una alineación de almas, de líneas, de decisiones.
Y cuando esa convergencia ocurra,
cuando los jugadores elijan,
cuando los fragmentos se unan,
Aetherion nacerá.
No como un mundo termina
do,
sino como un universo que se atreve a comenzar.