¿Cuánto tiempo había pasado desde la primera batalla? Desde que la había hallado prácticamente muerta y su orgullo había hecho que por poco le impidiera rescatarla, llevarla de vuelta al castillo, ponerla a salvo, luchar por ella.

Aún recordaba cómo ella se había levantado aún con la ropa cubierta por su propia sangre. El círculo oscuro que cada vez se hacía más grande en la malla de armadura.

Sus manos ensangrentadas, sus dedos manchados aferrándose a la empuñadura de su espada. Apenas podía mantenerse en pie, pero su orgullo la mantenía con la testarudez de quien no aceptaba una derrota.

Lo recordaba perfectamente. Cada vez que la miraba.

El sol caía oblicuo sobre las piedras húmedas del patio aquella mañana.

Jorah Mormont se había acostumbrado tanto a sus tareas; afilar dagas, cuchillos pequeños, pasar aceite a las hojas para evitar que se oxidaran, ajustando remaches, correas, contando flechas, que ahora ya no necesitaba enfocarse por completo en ello para hacer otras cosas.

Hacía ya unos días en los que su mirada se perdía en la mujer de Harrentown. Seguía sus pasos, la miraba, a lo lejos, caminando con las manos entrelazadas tras la espalda mientras algunas de sus doncellas las seguían y sus guardias la escuchaban. Parecían trazar planes, estrategias, o tal vez recordar los errores que le habían dejado la marca de batalla en la piel.

Había algo que llamaba especialmente la atención de Jorah y de cualquiera que no estuviera acostumbrado a aquella mujer, y era que rara vez sus pies estaban cubiertos. Caminaba descalza. Hiciese frío o calor, hubiera nevado o llovido: poco le importaba.

Los ojos azules del hombre de la Isla del Oso pasaban del rostro de aquella mujer a sus pies desnudos. Tal vez por curiosidad, porque era extraño que alguien caminara durante tanto tiempo descalzo, o porque la piel pálida le llamaba extremadamente la atención. No lo sabía, tampoco pensaba demasiado en ello. No al menos hasta que se hallaba a sí mismo ensimismado, con la mirada baja, fija en el suelo que ella pisaba.

Aquel era uno de esos momentos; afilando una de las dagas se encontraba cuando se percató de que llevaba demasiado tiempo mirando ahí abajo.

Parpadeó torpemente, retirando la mirada tan rápido como sintió el nudo en su garganta. Carraspeó, y entonces una voz le hizo alzar la mirada.

—Ser Jorah…

El hombre tras su espalda se alzaba imponente. Su rostro sereno, serio. Las arrugas surcando su frente, hundiéndose en torno a sus ojos, hondas como cicatrices que el tiempo se había empeñado en abrir una y otra vez. La barba gris cubría su mandíbula, espesa y descuidada, con mechones plateados que brillaban al sol.

Su cabello era largo, suelto, cayendo desordenado sobre sus hombros, lacio.

Y sus ojos… sus ojos eran aún más fríos que él. Tenían la calma de un hombre que ya había visto morir demasiados ejércitos, y que sabía que volvería a ver morir a muchos más.

El gesto apenas se le movía. La boca se le torcía en una mueca que podía parecer sonrisa, pero no lo era. Era un gesto seco, amargo, de quien no encuentra nada nuevo bajo el sol y aun así se permite burlarse en silencio de los demás.

Ser Kaelor.

Saludó Jorah, dejando a un lado lo que estaba haciendo. Se levantó, se limpió las manos en el pantalón y después lo sacudió, entregándole su atención.

Kaelor sonrió de medio lado, una sonrisa apenas perceptible.

—Seguid, no quería interrumpiros.

—Nos os preocupéis, ya he terminado.

Dijo, pero Kaelor volvió a sonreír, enarcando las cejas. Su mirada apuntando con cierto atisbo de ironía hacia la figura de Lady Velhora.

—¿Seguro?

Ser Jorah entreabrió los labios, como si de golpe no supiese qué decir, dónde esconderse, cómo excusarse. Kaelor no le dio tiempo.

—No os preocupéis. No sois el único que observa con devoción a la Señora de Harrentown.

—N-no estaba…

Ser Kaelor se desabrochó la armadura y se dejó caer en el asiento cercano, retirándose la espada, dejándola a un lado. Agarró el paño y el aceite y comenzó a repasarla, despacio. La sonrisa no se borró de su rostro. Jorah se quedó de pie, mirándolo como un idiota, alternando la mirada entre él y Velhora. Hasta que finalmente, sus piernas se rindieron y él se dejó caer, sentándose frente a aquel hombre.

—Conozco bien esa mirada. No tenéis que esconderos conmigo.

Ser Jorah frunció el ceño, sin entender a qué se refería.

Kaelor alzó la mirada hacia él. Sus ojos, aquellos ojos grises, profundes y serenos, lo apuntaron fijamente. Justo después, se volteó hacia su espalda, donde a lo lejos, se encontraba ella, ajena a las miradas que la apuntaban.

Volvió a mirarle.

—¿Sabéis cuánto tiempo llevo a su lado?

Ser Jorah negó.

—Era una niña. No muy distinta a quien es ahora… Aunque… he de decir que han habido… algunos cambios… —por supuesto, no mencionó el cambio de color en su cabello, pues nadie debía saberlo—. Su padre me encomendó cuidar de ella, ser su escolta, su sombra, su caballero. Así que, desde que era una cría, me he mantenido a su lado; sirviéndola, protegiéndola. Y he de deciros, que fue sencillo, hasta que cumplió la mayoría de edad. Creo que no es necesario que os hable de su carácter.

Jorah sonrió, negando.

—Siempre fue así, como os digo, no ha… cambiado demasiado. Era difícil mantenerse a su lado si ella no quería. Su padre estaba por encima de sus órdenes, por supuesto, pero ella es… muy…

—Persuasiva.

Kaelor sonrió, la mirada perdida en el filo de su espada, como si supiera que había acertado al iniciar aquella conversación. Asintió.

—Persuasiva —confirmó, alzando ambas cejas—. Años más tarde, me rendí a sus órdenes. ¿Cómo no hacerlo? Ella no era su padre y yo me di cuenta de que a quien realmente quería servir era a ella. Así que la seguí. Hasta aquí. Siempre.

—¿P-por qué me contáis todo esto?...

Pero Kaelor no respondió a su pregunta.

—¿Conocéis a Tywin Lannister? ¿El Lord de Casterly Rock? ¿El león?

Ser Jorah asintió, ceñudo.

Ella también lo conoció... Y él la conoció a ella.

Jorah parpadeó, intrigado.

—Agradecedle a los siete que Lady Velhora estuviera prometida. Dios sabe que entre ellos pudo haber existido un poderoso vínculo. Por decirlo de algún modo.

—¿A qué os referís?

—¿Qué creéis que sería del mundo tal y como lo conocemos si esa unión hubiera dado sus frutos?... Tan solo imaginaos por un momento, la semilla de una mente como la de Tywin Lannister y ella…

Ambos la miraron. Kaelor apartó la mirada primero, Jorah la mantuvo, aún cuando él continuó.

 —¿Cuántas batallas habéis librado?

Ahora sí, lo miró. La mirada aguzada, los rayos del sol proyectando en sus orbes claros la sombra de sus pestañas.

—¿Cuántas habéis ganado? —continuó Kaelor.

Su mirada se agudizó aún más, su corazón acelerándose, como si ya supiera la continuación de aquella pregunta.

—La suya no la ganaréis. Perderéis, pereceréis.

Jorah apartó la mirada, incómodo.

—Alejaos de su mirada... He estado ahí, justo donde estáis ahora… Acabará con vos.

Jorah tragó saliva, manteniéndose en silencio.

—No es una mujer como las que habéis conocido. Ella… no se parece a nada que creáis haber conocido.

Jorah se levantó entonces. Tomó el trapo con el aceite de su mano y volvió a retomar la faena, con un deje de sonrisa. Se dejó caer sobre el asiento, mirándolo con la barbilla alzada. Entonces, la descendió hacia el cuchillo, repasándolo.

—Os equivocáis conmigo —respondió entonces.

Kaelor sonrió, casi viéndose reflejado en aquel hombre. Negó despacio, se levantó, cogió su espada y se alejó. A mitad de camino se detuvo, girándose hacia él, como si quisiera decirle algo que terminó por no decir. Suspiró, negó, y se marchó, dejándolo solo.

La mirada de Jorah se alzó despacio, casi con disimulo hacia la mujer con las manos tras la espalda, justo antes, de que sus miradas se cruzaran un instante.