— En un extenso y majestuoso jardín, lleno de arboledas y plantas cuidadosamente dispuestas, se alzaba una propiedad de ensueño: un castillo que irradiaba lujo y elegancia. En el corazón de aquel paraíso, una fuente adornada con una estatua de un ángel de facciones finas y delicadas capturaba la atención. La figura celestial sostenía un cántaro del que brotaban cristalinos chorros de agua, llenando la pileta a sus pies. Sus imponentes alas servían de refugio para los pájaros, que se posaban sobre ellas mientras admiraban la belleza del lugar.
Con el paso del tiempo, la superficie de la estatua comenzó a agrietarse. Los delicados trazos de mármol se rompían lentamente, dejando escapar una energía latente que había estado contenida durante siglos. La maldición finalmente se disipó, y el ángel cobró vida.
Sus alas se desplegaron con un poderoso aleteo, levantando una nube de polvo que flotó en el aire, iluminada por la luz del sol. Con movimientos torpes pero llenos de gracia, la figura celestial se irguió, despertando de su largo letargo.
— ¡Por los cielos! —exclamó con un tono que oscilaba entre el asombro y el cansancio—. Eso sí que fue agotador.
El ángel se estiró, sintiendo cómo sus músculos adormecidos protestaban tras años de inmovilidad. Sus ojos, profundos y chispeantes, recorrieron el jardín con curiosidad mientras una sonrisa maliciosa curvaba sus labios.
— Vaya, vaya… —murmuró con un aire juguetón—. Espero que este lugar, al menos, sea entretenido.
Con el paso del tiempo, la superficie de la estatua comenzó a agrietarse. Los delicados trazos de mármol se rompían lentamente, dejando escapar una energía latente que había estado contenida durante siglos. La maldición finalmente se disipó, y el ángel cobró vida.
Sus alas se desplegaron con un poderoso aleteo, levantando una nube de polvo que flotó en el aire, iluminada por la luz del sol. Con movimientos torpes pero llenos de gracia, la figura celestial se irguió, despertando de su largo letargo.
— ¡Por los cielos! —exclamó con un tono que oscilaba entre el asombro y el cansancio—. Eso sí que fue agotador.
El ángel se estiró, sintiendo cómo sus músculos adormecidos protestaban tras años de inmovilidad. Sus ojos, profundos y chispeantes, recorrieron el jardín con curiosidad mientras una sonrisa maliciosa curvaba sus labios.
— Vaya, vaya… —murmuró con un aire juguetón—. Espero que este lugar, al menos, sea entretenido.
— En un extenso y majestuoso jardín, lleno de arboledas y plantas cuidadosamente dispuestas, se alzaba una propiedad de ensueño: un castillo que irradiaba lujo y elegancia. En el corazón de aquel paraíso, una fuente adornada con una estatua de un ángel de facciones finas y delicadas capturaba la atención. La figura celestial sostenía un cántaro del que brotaban cristalinos chorros de agua, llenando la pileta a sus pies. Sus imponentes alas servían de refugio para los pájaros, que se posaban sobre ellas mientras admiraban la belleza del lugar.
Con el paso del tiempo, la superficie de la estatua comenzó a agrietarse. Los delicados trazos de mármol se rompían lentamente, dejando escapar una energía latente que había estado contenida durante siglos. La maldición finalmente se disipó, y el ángel cobró vida.
Sus alas se desplegaron con un poderoso aleteo, levantando una nube de polvo que flotó en el aire, iluminada por la luz del sol. Con movimientos torpes pero llenos de gracia, la figura celestial se irguió, despertando de su largo letargo.
— ¡Por los cielos! —exclamó con un tono que oscilaba entre el asombro y el cansancio—. Eso sí que fue agotador.
El ángel se estiró, sintiendo cómo sus músculos adormecidos protestaban tras años de inmovilidad. Sus ojos, profundos y chispeantes, recorrieron el jardín con curiosidad mientras una sonrisa maliciosa curvaba sus labios.
— Vaya, vaya… —murmuró con un aire juguetón—. Espero que este lugar, al menos, sea entretenido.