LADY VALENNA

 

𒀱 HISTORIA 𒀱

 

Lady Valenna Velaryon nació destinada a heredar Marcaderiva. Hija primogénita de una de las casas más antiguas de Poniente, creció entre los muros húmedos y el olor salado del mar, rodeada de historias sobre sirenas y caballos marinos que arrastraban a los hombres a las profundidades.

Desde niña mostró un ingenio fuera de lo común: aprendía con rapidez, sabía escuchar y, aún en silencio, parecía entender más que los maestres que la instruían. Su belleza acompañaba a esa inteligencia peligrosa; de ojos claros y cabello plateado, poseía el magnetismo de su linaje, capaz de atraer miradas tanto como de inspirar recelo.

Su padre quiso concertarle un matrimonio ventajoso que asegurara alianzas para los Velaryon. Valenna lo rechazó. Lo hizo por amor, afirmaron algunos: se había fijado en Vaeron Tidewell, un hombre que no tenía título ni fortuna, pero sí la capacidad de despertar en ella lo que nadie más lograba.
Velenna se casó con Vaeron y tuvieron a Serenna, despojándola así del título que le pertenecía.


Algunos murmuraban que aquello no fue amor sino desafío, un movimiento frío y calculado para demostrar a su padre que no obedecería órdenes ni siquiera en lo más sagrado de Poniente: la unión de la sangre.

Fuese cual fuese la verdad, aquel acto la privó de la herencia y del lugar que le correspondía. Y lo que podría haber sido un golpe para otra mujer, en ella se convirtió en semilla de rencor y ambición.

Dicen que Valenna desapareció después de aquello, como arrastrada por la marea. Nadie más supo de ella. Cambió de identidad, el color plateado de su cabello pasó al negruzo de un cuervo.



𒀱La masacre de Harrentown𒀱

"No fue el acero de un ejército el que derramó la primera sangre en Harrentown, sino las órdenes de una mujer."

Nadie sabe cuántos hombres empleó, ni cómo convenció a aquellos que la siguieron. Solo se cuenta que la villa ardió en una sola noche, que los gritos se mezclaron con el rugido del fuego, y que al amanecer el estandarte de Valenna ondeaba sobre los restos ennegrecidos. Desde entonces, Harrentown fue suyo. No por derecho de nacimiento, sino por conquista.

Valenna entró en la villa al caer la noche, cuando las puertas ya habían sido cerradas y los centinelas dormitaban en las almenas. No traía dragones ni huestes incontables, sino un puñado de hombres leales.

Los herreros fueron los primeros en morir: sin ellos, nadie podía forjar armas para resistir. Después cayó el septón, atravesado en su propio altar con un cuchillo de cocina, la boca abierta como si quisiera invocar a los Siete que jamás lo escucharon.

El fuego vino después. Casas y graneros ardieron en silencio al principio, como hogueras dispersas, hasta que el viento del lago avivó las llamas y convirtió la villa en un horno.

Se cuentan historias de madres que se arrojaron al agua con sus hijos para huir del calor, solo para que los arqueros de Valenna los derribaran como patos en una charca. Los gritos resonaron toda la noche, mezclados con el crujir de la madera y el silbido de las flechas.

Al amanecer, Harrentown ya no existía. En su lugar había cenizas, cadáveres y una mujer erguida sobre los restos. Dicen que llevaba el cabello suelto, manchado de hollín y sangre, y que sus ojos brillaban como si hubiera visto cumplida una visión. La compararon con una sirena salida del mar, hermosa y terrible, capaz de hechizar con una sonrisa y degollar en el mismo gesto.

 

Quienes la siguieron la llamaron reina. Quienes sobrevivieron, Lady. Todos la temieron.

El terror fue su cetro. Harrentown no volvió a levantarse contra ella. Los hombres juraban obediencia con las manos temblorosas, las mujeres bajaban la vista cuando pasaba, y los niños crecieron aprendiendo que su nombre no debía ser pronunciado en vano.

 

Los más osados que se atrevieron a desafiarla, a murmurar que aquella mujer no era más que una usurpadora, terminaron colgados de las murallas o arrojados vivos al lago. No delegaba esas muertes: era Valenna misma quien blandía la espada, fría e implacable, para que no quedara duda de quién mandaba.

Algunos la describen como una mujer cruel, otros como una estratega sin igual. Los más osados la comparan con Tywin Lannister, y no sin motivo. Como él, Valenna entendía que el poder no se pide: se toma.

Su silencio no era calma, sino cálculo; cada mirada suya pesaba como una sentencia. Cautivaba a los hombres con su belleza, los desarmaba con una sonrisa, y cuando se daban cuenta de que estaban perdidos ya era demasiado tarde. Su inteligencia no brillaba como la de un maestre, ni su belleza como la de una doncella de canciones. Era más peligrosa que eso: una combinación de ambas, un don que convertía su mera presencia en amenaza.

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De ella se dice que nunca olvidaba una afrenta y que siempre encontraba el modo de cobrar venganza, aunque pasaran años. Algunos de sus enemigos desaparecieron sin dejar rastro; otros murieron de maneras que parecían accidentes, pero cuyas coincidencias resultaban imposibles de ignorar.

Quienes la conocieron en persona rara vez se atreven a hablar de ella. Quienes no, la recuerdan como una sombra que se deslizó fuera de su herencia y construyó un reino propio en mitad de cenizas.

Lady Valenna Velaryon fue tan hermosa como temida, tan brillante como peligrosa. Y si el mar guarda sus secretos, los hombres que alguna vez la desafiaron ya no están vivos para contarlos.

 

𒀱ACTUALIDAD𒀱

 

No fue en Essos donde Ser Jorah Mormont juró por primera vez lealtad a una reina caída, sino en las ruinas ennegrecidas de Harrenhal.

Aquel caballero, desterrado y deshonrado, vagaba como un perro herido por las Tierras de los Ríos. El hambre lo había doblegado, la sed lo había vuelto medio loco, y su caballo no era más que huesos cubiertos de piel.

No buscaba gloria, ni justicia, ni siquiera redención. Solo un pellejo de agua, un pedazo de pan, algo que le dejara vivir un día más.

Se cuenta que la vio por primera vez entre la niebla, montada en un corcel, los cabellos sueltos bajo la capucha.


Pensó que era una visión, quizá la Muerte disfrazada de doncella, hasta que descendió del caballo y lo tocó con manos dulces, frías.

Fue ella misma quien le dio agua, quien hizo que su animal compartiera grano con el suyo, quien lo obligó a incorporarse y lo arrastró consigo hasta Harrentown, que ya era suyo por conquista.

Para un hombre como Jorah, aquel acto fue más que caridad. Era salvación. Y la salvación engendra deudas que no se pueden pagar con oro.

Desde aquel día, Ser Jorah se convirtió en su sombra. Sirvió a Valenna como más tarde serviría a Daenerys Targaryen, con la misma devoción ciega, como si la redención de sus pecados estuviera escrita en los ojos de esa mujer. Combatió por ella, mató por ella.

Y, aunque no fue el único caballero que la siguió, sí el más fiel, porque no veía en ella a una usurpadora ni a una hechicera peligrosa, como murmuraban otros. Veía a su señora.

El pueblo de Harrentown lo aprendió pronto: donde caminaba Valenna, allí estaba el oso de Mormont, dispuesto a desgarrar a cualquiera que osara alzar la voz contra su señora. No reclamaba honor, ni gloria, ni siquiera reconocimiento. Lo único que quería era permanecer a su lado, pagar con hierro y sangre la deuda de aquel día en que una mujer lo rescató de la muerte.

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Y si los maestres se preguntan por qué un caballero del Norte habría de jurar lealtad a una Velaryon caída en desgracia, la respuesta es tan simple como cruel: Jorah Mormont estaba hambriento, ella le dio de comer; estaba perdido, y ella... le dio un destino...

 

 

          "Quien desafía al mar, no muere ahogado: muere olvidado."