• This can be our secret… if you want.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    STARTER PARA 𝚂𝙰𝙽𝙳𝙾𝚁 𝙲𝙻𝙴𝙶𝙰𝙽𝙴

    Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño.

    Aquella noche, Serenna soñó con Sandor.
    Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada.

    Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector.

    El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo.

    Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno.

    Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía.

    Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra.

    ------------------------------------------------------

    Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido.

    La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister.

    Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros.
    Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna.

    —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo.

    Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo

    Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia.

    —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar.

    Él se encogió de hombros.

    —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady.

    “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan.

    Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor.
    No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida.

    Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla.
    Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir.

    Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?...

    No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco.

    ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?...

    La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja.
    El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano.
    La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino.

    Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime.

    Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle.
    Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo.

    O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo.

    Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios.

    —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis.

    Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir.

    Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante.

    Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante.

    —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento.

    Ella contuvo el aliento.

    —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia.
    Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado.
    El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo.

    —My lord... os agradezco vuestra clemencia.

    Él asintió.

    —¿Significa eso que...?

    Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado…

    —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada.

    En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño.

    Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí.

    —¿He sido lo suficientemente claro?

    Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado.
    Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos.

    Asintió lentamente, bajando la vista.

    —Sí, mi lord. Lo entiendo.

    Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz
    —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo.

    Ella tragó saliva y asintió una vez más.
    Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás.

    ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando?

    Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse.
    Pero entonces, su voz la detuvo.

    —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte.

    Serenna se quedó inmóvil.

    Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella.

    Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente.

    —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás.

    Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado.

    El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello…

    Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría.

    Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable.

    Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto.

    Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella.

    Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre.

    Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia.

    Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas.

    —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado.

    Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro.

    Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos.

    Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose.

    Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería.
    El mar.

    ------------------------------------------------------


    Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha.
    Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora.

    La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más.
    Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle.

    Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo.

    Entonces, ella se giró, y buscó su mirada.

    —Ser Clegane…

    Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.

    STARTER PARA [THEH0UND] Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño. Aquella noche, Serenna soñó con Sandor. Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada. Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector. El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo. Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno. Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía. Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra. ------------------------------------------------------ Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido. La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister. Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros. Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna. —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo. Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia. —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar. Él se encogió de hombros. —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady. “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan. Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor. No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida. Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla. Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir. Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?... No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco. ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?... La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja. El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano. La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino. Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime. Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle. Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo. O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo. Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios. —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis. Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir. Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante. Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante. —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento. Ella contuvo el aliento. —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia. Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado. El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo. —My lord... os agradezco vuestra clemencia. Él asintió. —¿Significa eso que...? Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado… —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada. En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño. Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí. —¿He sido lo suficientemente claro? Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado. Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos. Asintió lentamente, bajando la vista. —Sí, mi lord. Lo entiendo. Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo. Ella tragó saliva y asintió una vez más. Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás. ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando? Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Pero entonces, su voz la detuvo. —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte. Serenna se quedó inmóvil. Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella. Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente. —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás. Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado. El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello… Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría. Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable. Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto. Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella. Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre. Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia. Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas. —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado. Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro. Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos. Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose. Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería. El mar. ------------------------------------------------------ Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha. Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora. La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más. Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle. Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo. Entonces, ella se giró, y buscó su mirada. —Ser Clegane… Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.
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    Categoría Romance
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    La entrada a la Torre de la Mano estaba flanqueada por más guardias. El interior olía a papiro viejo, a cera derretida y a madera encerada. Pero su vista no se posó en los estantes, ni en la mesa central, ni siquiera en la figura menuda que la esperaba allí.
    Aquel lugar le traía demasiados recuerdos. Recuerdos dolorosos. ¿Cuánto tiempo hacía que la había castigado con su ausencia? Ahora, estar allí solo le hacía sentir una cosa: que lo necesitaba más de lo que quería admitir. No solo era el olor de los libros o los muebles, era el suyo, el de él. Ahí dentro olía demasiado al hombre que tanto deseaba, y aquello solo hizo que desestabilizarla.
    Serenna cerró los ojos un segundo, como si el aroma le trajera de vuelta no solo los recuerdos en su mente, sino en su cuerpo. Podía sentirlo: sus manos, sujetándola, incitándola a seguir leyendo. Deteniéndola, manejándola a su antojo.
    Tyrion, que la observaba desde el centro de la estancia, no dijo nada al principio. Se limitó a mirarla. Sus ojos, pequeños y astutos, leyeron cada gesto. Sabía a quién buscaba. Y también por qué.
    —Él no está aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Se ha marchado antes del amanecer. Supongo que también os habéis preguntado dónde está vuestro sabueso. No irán lejos, pero no volverán hasta bien entrada la noche.
    —Él no es mi sabueso —lo corrigió ella, avanzando hacia la mesa—. Pero sí, me lo he preguntado —tomó asiento—. ¿Dónde han ido?
    Tyrion la miró con un deje de ternura, incluso de lástima.
    —Volverán. Sanos y salvos —Tyrion enarcó una ceja, y entonces, se corrigió—: O eso espero.
    Serenna lo miró con advertencia.
    —Es lo habitual —continuó Tyrion—. Ya conocéis a mi padre. Lo ha sido también para vos. Aunque de una forma muy distinta... —dijo, más para sí mismo que para ella—. Estáis acostumbrada a esto.
    La mesa estaba cubierta de mapas, libros abiertos, pergaminos que olían a sal y tinta seca. Tyrion había reunido todo lo necesario para una lección completa sobre las casas del Mar Angosto, y en especial, sobre los Velaryon.
    —¿Dónde concluisteis vuestras lecciones la última vez? —preguntó. Pero la mirada que le dedicó Serenna no fue del todo afable.
    Recordarle a Tywin solo hacía que tensarla más. Como si estuviera riéndose del castigo que él mismo le había impuesto, recordándoselo, restregándoselo.
    —Ya... —dijo entonces, apretando los labios, enarcando una ceja—. Creo que lo mejor será tomar un nuevo rumbo. ¿Qué tal vuestra descendencia?
    Serenna no respondió, su mirada se paseó por la estancia, como si ver algo en distinto lugar pudiera hacerle verle ahí: reubicando, tocando, manipulando.
    Cuánto lo echaba de menos... Cuánto deseaba volver a verle, volver a… sentirle.
    —Vuestra sangre es antigua —comenzó, al ver que ella no parecía querer colaborar—. Noble. Rica. Terriblemente incómoda de llevar, imagino.
    Ahora sí, lo miró. Pero una vez más, no parecía estar en la misma conversación que él, ni querer continuar.
    Tyrion no dijo nada al respecto. En lugar de eso, desenrolló un pergamino con el escudo de su casa: el hipocampo plateado sobre el verde marino.
    —Los Velaryon fueron navegantes antes de que muchas casas aprendieran a flotar. Antes de que los dragones surcaran el cielo, ellos surcaban el agua. Hicieron fortuna, guerra, alianzas, y leyendas.
    Serenna inclinó la cabeza.
    —¿Y por qué debería importarme una historia hecha de sal y hombres muertos?
    —Porque sois el final de esa historia —respondió él sin perder el ritmo—. Porque cuando seáis Reina de Marcaderiva, y os digan que sois una bastarda con suerte, tendréis que recordarles que vuestro linaje hunde raíces más profundas que sus espadas. Y más viejas que sus prejuicios.
    Ella lo miró. Por primera vez desde que había entrado, lo miró de verdad.
    Y entonces, un espasmo. Fuerte, sordo, implacable.
    Serenna se tensó. Sus hombros se recogieron, su vientre se contrajo, y un leve gesto crispó su rostro antes de que pudiera evitarlo. Cerró los ojos un instante. Su mano derecha se apoyó sobre el borde del banco. Respiró por la nariz.
    Tyrion dejó de hablar al instante.
    No hizo preguntas. Solo la observó. Un parpadeo lento, un leve cambio en su postura.
    —¿Mi Lady?… —preguntó, alzando ambas cejas.
    —Estoy bien —respondió con la voz contenida, pero firme.
    Él por supuesto no insistió. Solo se reclinó un poco en el asiento y bajó la mirada hacia los pergaminos, carraspeando la garganta.
    —Como decía, vuestra familia está acostumbrada al mar. No sois la primera Velaryon en detestar la tierra firme. Vuestros antepasados tenían tanto de pez como de hombre. Dormían en cubiertas abiertas, comían lo que pescaban, y según algunos poetas... respiraban sal.
    Serenna volvió a mirar el escudo de su casa.
    —¿Y vos creéis en esas cosas? —preguntó—. ¿En las leyendas?
    Tyrion tomó un sorbo de su copa, luego giró uno de los pergaminos, mostrando una línea de tiempo pintada con esmero.
    —La historia es una suma de mentiras que el tiempo ha vuelto útiles. Pero algunas leyendas... tienen raíces demasiado profundas como para ignorarlas.
    Ella lo miró un segundo más, como evaluando algo. Luego bajó la vista.
    —He oído que los Velaryon se relacionaron con los Targaryen —murmuró—. Que… engendraron hijos, juntos.
    Tyrion arqueó una ceja. El tono había cambiado. Ya no hablaba solo por curiosidad. Había algo en su voz… algo más íntimo, más personal.
    —Lo hicieron —admitió con un tono más grave—. En más de una ocasión, de hecho. No era extraño que las casas valyrias entrelazaran su sangre… sobre todo cuando esa sangre era considerada sagrada.
    Silencio.
    Tyrion la observó sin disimulo, con una perspicacia que rara vez se permitía mostrar tan abiertamente.
    —¿Y vos? —preguntó entonces—. ¿Creéis que en vuestras venas hay algo más que sal y tormentas?
    Serenna no respondió de inmediato. Su mirada se perdió un momento en la superficie de la mesa, donde la tinta trazaba rutas marítimas. Luego alzó los ojos, y los clavó en él.
    —Creo que si en mis venas corriera sangre Targaryen vuestro padre ya hubiera acabado conmigo. ¿Me equivoco?
    Tyrion no parpadeó, pero su expresión cambió, como si aquella frase hubiera hendido una capa más profunda.
    —No os equivocáis —dijo al fin, con calma—. Pero tampoco estáis del todo en lo cierto.
    Se inclinó hacia delante, despacio, con el ceño levemente fruncido.
    —Mi padre no mata a alguien porque sí. No si puede usaros primero. No si puede exprimiros hasta dejaros seca… y convertiros en un estandarte útil.
    —¿Entonces por qué me permite seguir aquí?
    —Porque, de momento, lo que sois… le conviene.
    —¿De verdad creéis que es por la relación que tuvo con mi padre?...
    —Creo que eso ayudó —admitió—. Pero no es la razón —Se echó hacia atrás, con un suspiro que arrastró parte de la tensión, pero no la disipó del todo—. Tywin Lannister no mantiene a alguien a su lado por afecto, Serenna. Guarda todo lo que pueda usar a su favor cuando llegue el momento. Vuestro padre fue útil, sí. Pero vos también lo sois. Ahora.
    —No se me ocurre por qué podría resultarle útil… Él mismo lo dijo: que era una idiota, una necia por lo que había hecho. Por eso llevo todo este tiempo encerrada. Porque no me… considera útil.
    —El error que cometisteis —prosiguió Tyrion—, no fue escapar al mar. Fue recordarle que no puede controlarlo todo. Ni siquiera a vos. Y eso… eso enfurece a mi padre más de lo que podríais imaginar.
    —¿Y qué debo hacer para que me perdone? ¿Para poder… volver al mar?...
    Tyrion suspiró despacio, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y la miró.
    —Nada —dijo al fin—. No hay gesto o palabra que os garantice su perdón.
    —¿Entonces?...
    —Saldréis cuando él vea que encerraros le cuesta más que teneros suelta. Cuando vuestra ausencia pese más que vuestra desobediencia —Hizo una pausa—. Y eso solo lo lograréis convirtiendo vuestra jaula en un trono. No llorando tras los barrotes… sino aprendiendo a gobernar desde ellos.
    —No os entiendo...
    —¿Conocéis la diferencia entre un peón y una reina?
    Serenna negó.
    —El peón se lanza hacia delante. La reina espera, se mueve cuando quiere… y cuando lo hace, nadie puede detenerla.
    —Pero yo no soy ninguna reina. Ni pretendo serlo. Y está claro que él nunca me verá como tal.
    Tyrion sostuvo su mirada con una intensidad insólita. Por un instante, sus ojos dejaron de ser los de un Lannister y se tornaron los de un hombre que conocía de cerca lo que era ser menospreciado.
    —Eso es lo que os convierte en una amenaza aún mayor —dijo, con voz baja pero firme—. Las reinas que nacen para reinar son previsibles. Las que no lo hacen… son impredecibles. Y las impredecibles hacen temblar los cimientos.
    Serenna apretó los labios. Sus manos se cerraron sobre el faldón de su vestido, como si contuviera en los puños algo que no sabía cómo liberar.
    —No quiero hacer temblar nada. Solo quiero volver a ser libre.
    —Exacto —Tyrion alzó una ceja, casi con ternura—. Esa es precisamente la diferencia. Él os encerró creyendo que rompería vuestra voluntad. Pero seguís deseando lo único que él no puede daros. La libertad no se otorga, Serenna, se escoge. Se toma.
    Ella bajó la mirada, despacio, frunciendo el ceño, con aquellos pensamientos tomando forma en su mente.
    —Mi Lord… —dijo, y Tyrion sonrió, como si no estuviese acostumbrado a que lo trataran… bien—. Antes hablasteis sobre los Targaryens y los Velaryon. Sé que ellos tenían dragones. Los Velaryon… ¿qué teníamos que pudiera interesar a alguien como… los Targaryen?
    Tyrion dejó la copa a un lado, despacio. La sonrisa se desvaneció con suavidad, no por desagrado, sino porque aquella pregunta le intrigaba.
    —Los Targaryen eran fuego —dijo en un too reverente—. Los Velaryon… eran el mar. —Hizo una pausa—. No teníais dragones —continuó—. Pero navegasteis antes que nadie. Surcasteis las rutas entre islas cuando otros apenas sabían mirar más allá de la costa. Había quien decía que los Targaryen eran los conquistadores… pero sin los Velaryon, su conquista no habría cruzado jamás el mar Angosto.
    —Creo que no me estáis…
    —Y hay más —la interrumpió—. Leyendas apenas susurradas. Antiguas incluso para Valyria. En lo profundo, en lo oscuro, criaturas que no vuelan, pero que se deslizan entre corrientes y ruinas olvidadas. Serpientes, leviatanes. Sombras con ojos.
    Ella no se movió, pero sus labios se entreabrieron apenas, como si algo dentro de sí reconociera aquella idea.
    —¿Habláis de… monstruos… marinos?
    —Algunos los llaman monstruos —dijo Tyrion, inclinándose apenas hacia adelante—. Otros, dioses. Depende de a quién preguntéis… y de cuánto haya visto.
    Serenna contuvo la respiración.
    —Mi madre solía hablar de eso —dijo, con un hilo de voz—. Decía que algunas líneas de sangre podían despertar a esas criaturas. Que no respondían al hierro… sino a la llamada de su linaje.
    Tyrion frunció el ceño apenas.
    —Una vez oí hablar de una criatura en las Islas del Verano —continuó—. Dicen que emergía solo cuando los niños desaparecían. Que tenía alas membranosas y una cabeza tan alargada como la vela mayor de un barco. Se movía sin romper la superficie, deslizándose. Como una sombra bajo el mundo.
    —¿Y creéis que son reales? Esas... criaturas... Mi Lord...
    —No lo sé. Pero cuando un marinero vive más de sesenta años y aún no ha tocado fondo...
    Serenna se quedó en silencio un momento más. Miró el mapa, luego el mar pintado con tinta azul, y el hipocampo de su escudo.
    —Tal vez no todos los dragones vuelen —susurró.
    Tyrion la observó en silencio.
    —Los que caen y sobreviven, Lady Serenna —dijo al fin—, suelen ser los más peligrosos.
    Y por fin, Tyrion pudo ver el atisbo de una sonrisa.
    —Lord Tyrion… De… existir esas criaturas… ¿Creéis que alguna de ellas habría vivido aquí? ¿En Poniente?… En… el mar que nos rodea.
    Tyrion entrecerró los ojos.
    —En Poniente… —repitió, con lentitud—. Hay quienes creen que las profundidades del Mar del Ocaso no tienen fin. Que hay grietas tan hondas que ni la luz ni el tiempo las alcanzan. Que en las aguas al sur de Rocadragón, a veces los barcos desaparecen sin dejar rastro.
    —Mi padre hablaba del estrecho de Marcaderiva —dijo de pronto—. Decía que había zonas donde las redes salían rasgadas. Donde los peces no volvían.
    Tyrion la contempló en silencio, atento.
    —Pero también hablaba de estas aguas… —continuó, casi para sí misma—. Decía que el mar de aquí no se parece a ningún otro. Que parece manso, seguro. Pero que en realidad…
    Tyrion frunció el ceño, ladeando la cabeza, curioso.
    —¿En realidad…?
    —…es el más inseguro —Levantó la mirada—. Contaba historias de reyes y de príncipes que dormían tranquilos en sus fortalezas, convencidos de que el poder les pertenecía solo por ocupar un trono. —Sus dedos rozaron el borde del mapa, distraídos—. Creían que el peligro venía del norte, de los campos de batalla, de la traición de los hombres. Pero bajo sus castillos, Mi Lord… bajo sus torres de piedra, bajo su orgullo… dormían criaturas que no conocen de leyes, ni coronas. Criaturas que podrían reducir un reino entero a ruinas con el solo batir de su cola. Y ellos ni siquiera tendrían tiempo de mirar hacia abajo.
    Tyrion la observó durante unos segundos más. En el rostro de Serenna no quedaba rastro de duda. Lo que antes era tristeza o resignación se había tornado en algo más sutil y mucho más difícil de controlar: determinación.
    Y aquello, lo inquietó.
    Desvió la mirada con un suspiro casi imperceptible. Apoyó las manos en el borde de la mesa, como si de pronto el peso de la conversación lo reclamara de vuelta a tierra firme.
    —Bien —dijo, en voz baja, con una leve sacudida de cabeza—. Creo que hemos hablado suficiente por hoy.
    Intentó sonreír, pero la mueca apenas alcanzó a suavizar el gesto. No era cinismo lo que temblaba en sus labios, sino cautela.
    —Mi intención era distraeros un poco, no… daros alas —añadió con tono más ligero, aunque no del todo convincente—. O branquias, en este caso.
    Ella no respondió. Seguía absorta, los ojos clavados en el mapa como si, de repente, lo viera por primera vez.
    —Mi Lady... —la llamó Tyrion, más serio esta vez—. Escuchad... Solo son... leyendas. No os dejéis arrastrar por lo que podría ser. No ahora. Lo último que necesitáis es otro motivo para desafiarlo.
    Ella alzó la vista con lentitud.
    Tyrion se enderezó con suavidad y recogió un par de papeles del escritorio. Luego, al pasar junto a ella, se detuvo brevemente.
    —Mañana hablaremos de comercio marítimo y alianzas entre casas. Algo… menos poético, y mucho menos propenso a tentaros a nadar hasta la ruina —le dedicó una última mirada, casi a modo de advertencia—. No le deis a mi padre más razones para manteneros encerrada...
    Colocó su mano sobre la de ella, un ligero apretón. Y es que, realmente la apreciaba. Él no era Cersei, él quería a esa chica por quien era, no por lo que su hermana creía que les había arrebatado. Ella no tenía la culpa de que su padre la hubiera elegido.
    Él ya hacía tiempo que se había resignado, y la envidia no formaba parte de sí.
    Tyrion se marchó. La puerta se cerró con suavidad, dejándola sola con el mapa y el escudo.

    La noche caía sobre Desembarco del Rey con lentitud propia. Las torres de la Fortaleza Roja, recortadas contra un cielo encapotado, comenzaban a encender sus antorchas mientras la ciudad se sumía en su habitual murmullo nocturno. La brisa del mar traía consigo el olor del puerto y el rumor constante de los navíos meciéndose en los muelles.
    Una tropa de hombres montados a caballo, atravesaban la Puerta del Río sin ceremonia. Sus capas polvorientas y el barro seco en los flancos de los caballos hablaban de un viaje largo.
    Habían cabalgado hasta Rosby aquella mañana, tras una carta urgente llegada al amanecer. Un asunto de recursos, según Tywin: un cargamento de suministros que se retrasaba, una deuda que debía cobrarse con presencia, y una amenaza velada de deslealtad por parte de un vasallo menor. Rosby no quedaba lejos, apenas una jornada de ida y vuelta si se apresuraban.
    No necesitaba a Sandor para negociar, pero sí para recordar que la disuasión podía ir más allá de las palabras. Su sola presencia bastaba para sembrar el respeto.
    El camino de regreso fue tranquilo, pero no silencioso del todo. Tywin encabezaba al grupo de hombres, siempre reflexivo tras cerrar un trato. Cabalgaba con el entrecejo fruncido, ordenando pensamientos y estrategias. Sandor lo seguía, casi a su misma altura.
    —Tenéis algo en la mente, Clegane —dijo Tywin, sin mirarlo.
    STARTER PARA [THEH0UND] La entrada a la Torre de la Mano estaba flanqueada por más guardias. El interior olía a papiro viejo, a cera derretida y a madera encerada. Pero su vista no se posó en los estantes, ni en la mesa central, ni siquiera en la figura menuda que la esperaba allí. Aquel lugar le traía demasiados recuerdos. Recuerdos dolorosos. ¿Cuánto tiempo hacía que la había castigado con su ausencia? Ahora, estar allí solo le hacía sentir una cosa: que lo necesitaba más de lo que quería admitir. No solo era el olor de los libros o los muebles, era el suyo, el de él. Ahí dentro olía demasiado al hombre que tanto deseaba, y aquello solo hizo que desestabilizarla. Serenna cerró los ojos un segundo, como si el aroma le trajera de vuelta no solo los recuerdos en su mente, sino en su cuerpo. Podía sentirlo: sus manos, sujetándola, incitándola a seguir leyendo. Deteniéndola, manejándola a su antojo. Tyrion, que la observaba desde el centro de la estancia, no dijo nada al principio. Se limitó a mirarla. Sus ojos, pequeños y astutos, leyeron cada gesto. Sabía a quién buscaba. Y también por qué. —Él no está aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Se ha marchado antes del amanecer. Supongo que también os habéis preguntado dónde está vuestro sabueso. No irán lejos, pero no volverán hasta bien entrada la noche. —Él no es mi sabueso —lo corrigió ella, avanzando hacia la mesa—. Pero sí, me lo he preguntado —tomó asiento—. ¿Dónde han ido? Tyrion la miró con un deje de ternura, incluso de lástima. —Volverán. Sanos y salvos —Tyrion enarcó una ceja, y entonces, se corrigió—: O eso espero. Serenna lo miró con advertencia. —Es lo habitual —continuó Tyrion—. Ya conocéis a mi padre. Lo ha sido también para vos. Aunque de una forma muy distinta... —dijo, más para sí mismo que para ella—. Estáis acostumbrada a esto. La mesa estaba cubierta de mapas, libros abiertos, pergaminos que olían a sal y tinta seca. Tyrion había reunido todo lo necesario para una lección completa sobre las casas del Mar Angosto, y en especial, sobre los Velaryon. —¿Dónde concluisteis vuestras lecciones la última vez? —preguntó. Pero la mirada que le dedicó Serenna no fue del todo afable. Recordarle a Tywin solo hacía que tensarla más. Como si estuviera riéndose del castigo que él mismo le había impuesto, recordándoselo, restregándoselo. —Ya... —dijo entonces, apretando los labios, enarcando una ceja—. Creo que lo mejor será tomar un nuevo rumbo. ¿Qué tal vuestra descendencia? Serenna no respondió, su mirada se paseó por la estancia, como si ver algo en distinto lugar pudiera hacerle verle ahí: reubicando, tocando, manipulando. Cuánto lo echaba de menos... Cuánto deseaba volver a verle, volver a… sentirle. —Vuestra sangre es antigua —comenzó, al ver que ella no parecía querer colaborar—. Noble. Rica. Terriblemente incómoda de llevar, imagino. Ahora sí, lo miró. Pero una vez más, no parecía estar en la misma conversación que él, ni querer continuar. Tyrion no dijo nada al respecto. En lugar de eso, desenrolló un pergamino con el escudo de su casa: el hipocampo plateado sobre el verde marino. —Los Velaryon fueron navegantes antes de que muchas casas aprendieran a flotar. Antes de que los dragones surcaran el cielo, ellos surcaban el agua. Hicieron fortuna, guerra, alianzas, y leyendas. Serenna inclinó la cabeza. —¿Y por qué debería importarme una historia hecha de sal y hombres muertos? —Porque sois el final de esa historia —respondió él sin perder el ritmo—. Porque cuando seáis Reina de Marcaderiva, y os digan que sois una bastarda con suerte, tendréis que recordarles que vuestro linaje hunde raíces más profundas que sus espadas. Y más viejas que sus prejuicios. Ella lo miró. Por primera vez desde que había entrado, lo miró de verdad. Y entonces, un espasmo. Fuerte, sordo, implacable. Serenna se tensó. Sus hombros se recogieron, su vientre se contrajo, y un leve gesto crispó su rostro antes de que pudiera evitarlo. Cerró los ojos un instante. Su mano derecha se apoyó sobre el borde del banco. Respiró por la nariz. Tyrion dejó de hablar al instante. No hizo preguntas. Solo la observó. Un parpadeo lento, un leve cambio en su postura. —¿Mi Lady?… —preguntó, alzando ambas cejas. —Estoy bien —respondió con la voz contenida, pero firme. Él por supuesto no insistió. Solo se reclinó un poco en el asiento y bajó la mirada hacia los pergaminos, carraspeando la garganta. —Como decía, vuestra familia está acostumbrada al mar. No sois la primera Velaryon en detestar la tierra firme. Vuestros antepasados tenían tanto de pez como de hombre. Dormían en cubiertas abiertas, comían lo que pescaban, y según algunos poetas... respiraban sal. Serenna volvió a mirar el escudo de su casa. —¿Y vos creéis en esas cosas? —preguntó—. ¿En las leyendas? Tyrion tomó un sorbo de su copa, luego giró uno de los pergaminos, mostrando una línea de tiempo pintada con esmero. —La historia es una suma de mentiras que el tiempo ha vuelto útiles. Pero algunas leyendas... tienen raíces demasiado profundas como para ignorarlas. Ella lo miró un segundo más, como evaluando algo. Luego bajó la vista. —He oído que los Velaryon se relacionaron con los Targaryen —murmuró—. Que… engendraron hijos, juntos. Tyrion arqueó una ceja. El tono había cambiado. Ya no hablaba solo por curiosidad. Había algo en su voz… algo más íntimo, más personal. —Lo hicieron —admitió con un tono más grave—. En más de una ocasión, de hecho. No era extraño que las casas valyrias entrelazaran su sangre… sobre todo cuando esa sangre era considerada sagrada. Silencio. Tyrion la observó sin disimulo, con una perspicacia que rara vez se permitía mostrar tan abiertamente. —¿Y vos? —preguntó entonces—. ¿Creéis que en vuestras venas hay algo más que sal y tormentas? Serenna no respondió de inmediato. Su mirada se perdió un momento en la superficie de la mesa, donde la tinta trazaba rutas marítimas. Luego alzó los ojos, y los clavó en él. —Creo que si en mis venas corriera sangre Targaryen vuestro padre ya hubiera acabado conmigo. ¿Me equivoco? Tyrion no parpadeó, pero su expresión cambió, como si aquella frase hubiera hendido una capa más profunda. —No os equivocáis —dijo al fin, con calma—. Pero tampoco estáis del todo en lo cierto. Se inclinó hacia delante, despacio, con el ceño levemente fruncido. —Mi padre no mata a alguien porque sí. No si puede usaros primero. No si puede exprimiros hasta dejaros seca… y convertiros en un estandarte útil. —¿Entonces por qué me permite seguir aquí? —Porque, de momento, lo que sois… le conviene. —¿De verdad creéis que es por la relación que tuvo con mi padre?... —Creo que eso ayudó —admitió—. Pero no es la razón —Se echó hacia atrás, con un suspiro que arrastró parte de la tensión, pero no la disipó del todo—. Tywin Lannister no mantiene a alguien a su lado por afecto, Serenna. Guarda todo lo que pueda usar a su favor cuando llegue el momento. Vuestro padre fue útil, sí. Pero vos también lo sois. Ahora. —No se me ocurre por qué podría resultarle útil… Él mismo lo dijo: que era una idiota, una necia por lo que había hecho. Por eso llevo todo este tiempo encerrada. Porque no me… considera útil. —El error que cometisteis —prosiguió Tyrion—, no fue escapar al mar. Fue recordarle que no puede controlarlo todo. Ni siquiera a vos. Y eso… eso enfurece a mi padre más de lo que podríais imaginar. —¿Y qué debo hacer para que me perdone? ¿Para poder… volver al mar?... Tyrion suspiró despacio, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y la miró. —Nada —dijo al fin—. No hay gesto o palabra que os garantice su perdón. —¿Entonces?... —Saldréis cuando él vea que encerraros le cuesta más que teneros suelta. Cuando vuestra ausencia pese más que vuestra desobediencia —Hizo una pausa—. Y eso solo lo lograréis convirtiendo vuestra jaula en un trono. No llorando tras los barrotes… sino aprendiendo a gobernar desde ellos. —No os entiendo... —¿Conocéis la diferencia entre un peón y una reina? Serenna negó. —El peón se lanza hacia delante. La reina espera, se mueve cuando quiere… y cuando lo hace, nadie puede detenerla. —Pero yo no soy ninguna reina. Ni pretendo serlo. Y está claro que él nunca me verá como tal. Tyrion sostuvo su mirada con una intensidad insólita. Por un instante, sus ojos dejaron de ser los de un Lannister y se tornaron los de un hombre que conocía de cerca lo que era ser menospreciado. —Eso es lo que os convierte en una amenaza aún mayor —dijo, con voz baja pero firme—. Las reinas que nacen para reinar son previsibles. Las que no lo hacen… son impredecibles. Y las impredecibles hacen temblar los cimientos. Serenna apretó los labios. Sus manos se cerraron sobre el faldón de su vestido, como si contuviera en los puños algo que no sabía cómo liberar. —No quiero hacer temblar nada. Solo quiero volver a ser libre. —Exacto —Tyrion alzó una ceja, casi con ternura—. Esa es precisamente la diferencia. Él os encerró creyendo que rompería vuestra voluntad. Pero seguís deseando lo único que él no puede daros. La libertad no se otorga, Serenna, se escoge. Se toma. Ella bajó la mirada, despacio, frunciendo el ceño, con aquellos pensamientos tomando forma en su mente. —Mi Lord… —dijo, y Tyrion sonrió, como si no estuviese acostumbrado a que lo trataran… bien—. Antes hablasteis sobre los Targaryens y los Velaryon. Sé que ellos tenían dragones. Los Velaryon… ¿qué teníamos que pudiera interesar a alguien como… los Targaryen? Tyrion dejó la copa a un lado, despacio. La sonrisa se desvaneció con suavidad, no por desagrado, sino porque aquella pregunta le intrigaba. —Los Targaryen eran fuego —dijo en un too reverente—. Los Velaryon… eran el mar. —Hizo una pausa—. No teníais dragones —continuó—. Pero navegasteis antes que nadie. Surcasteis las rutas entre islas cuando otros apenas sabían mirar más allá de la costa. Había quien decía que los Targaryen eran los conquistadores… pero sin los Velaryon, su conquista no habría cruzado jamás el mar Angosto. —Creo que no me estáis… —Y hay más —la interrumpió—. Leyendas apenas susurradas. Antiguas incluso para Valyria. En lo profundo, en lo oscuro, criaturas que no vuelan, pero que se deslizan entre corrientes y ruinas olvidadas. Serpientes, leviatanes. Sombras con ojos. Ella no se movió, pero sus labios se entreabrieron apenas, como si algo dentro de sí reconociera aquella idea. —¿Habláis de… monstruos… marinos? —Algunos los llaman monstruos —dijo Tyrion, inclinándose apenas hacia adelante—. Otros, dioses. Depende de a quién preguntéis… y de cuánto haya visto. Serenna contuvo la respiración. —Mi madre solía hablar de eso —dijo, con un hilo de voz—. Decía que algunas líneas de sangre podían despertar a esas criaturas. Que no respondían al hierro… sino a la llamada de su linaje. Tyrion frunció el ceño apenas. —Una vez oí hablar de una criatura en las Islas del Verano —continuó—. Dicen que emergía solo cuando los niños desaparecían. Que tenía alas membranosas y una cabeza tan alargada como la vela mayor de un barco. Se movía sin romper la superficie, deslizándose. Como una sombra bajo el mundo. —¿Y creéis que son reales? Esas... criaturas... Mi Lord... —No lo sé. Pero cuando un marinero vive más de sesenta años y aún no ha tocado fondo... Serenna se quedó en silencio un momento más. Miró el mapa, luego el mar pintado con tinta azul, y el hipocampo de su escudo. —Tal vez no todos los dragones vuelen —susurró. Tyrion la observó en silencio. —Los que caen y sobreviven, Lady Serenna —dijo al fin—, suelen ser los más peligrosos. Y por fin, Tyrion pudo ver el atisbo de una sonrisa. —Lord Tyrion… De… existir esas criaturas… ¿Creéis que alguna de ellas habría vivido aquí? ¿En Poniente?… En… el mar que nos rodea. Tyrion entrecerró los ojos. —En Poniente… —repitió, con lentitud—. Hay quienes creen que las profundidades del Mar del Ocaso no tienen fin. Que hay grietas tan hondas que ni la luz ni el tiempo las alcanzan. Que en las aguas al sur de Rocadragón, a veces los barcos desaparecen sin dejar rastro. —Mi padre hablaba del estrecho de Marcaderiva —dijo de pronto—. Decía que había zonas donde las redes salían rasgadas. Donde los peces no volvían. Tyrion la contempló en silencio, atento. —Pero también hablaba de estas aguas… —continuó, casi para sí misma—. Decía que el mar de aquí no se parece a ningún otro. Que parece manso, seguro. Pero que en realidad… Tyrion frunció el ceño, ladeando la cabeza, curioso. —¿En realidad…? —…es el más inseguro —Levantó la mirada—. Contaba historias de reyes y de príncipes que dormían tranquilos en sus fortalezas, convencidos de que el poder les pertenecía solo por ocupar un trono. —Sus dedos rozaron el borde del mapa, distraídos—. Creían que el peligro venía del norte, de los campos de batalla, de la traición de los hombres. Pero bajo sus castillos, Mi Lord… bajo sus torres de piedra, bajo su orgullo… dormían criaturas que no conocen de leyes, ni coronas. Criaturas que podrían reducir un reino entero a ruinas con el solo batir de su cola. Y ellos ni siquiera tendrían tiempo de mirar hacia abajo. Tyrion la observó durante unos segundos más. En el rostro de Serenna no quedaba rastro de duda. Lo que antes era tristeza o resignación se había tornado en algo más sutil y mucho más difícil de controlar: determinación. Y aquello, lo inquietó. Desvió la mirada con un suspiro casi imperceptible. Apoyó las manos en el borde de la mesa, como si de pronto el peso de la conversación lo reclamara de vuelta a tierra firme. —Bien —dijo, en voz baja, con una leve sacudida de cabeza—. Creo que hemos hablado suficiente por hoy. Intentó sonreír, pero la mueca apenas alcanzó a suavizar el gesto. No era cinismo lo que temblaba en sus labios, sino cautela. —Mi intención era distraeros un poco, no… daros alas —añadió con tono más ligero, aunque no del todo convincente—. O branquias, en este caso. Ella no respondió. Seguía absorta, los ojos clavados en el mapa como si, de repente, lo viera por primera vez. —Mi Lady... —la llamó Tyrion, más serio esta vez—. Escuchad... Solo son... leyendas. No os dejéis arrastrar por lo que podría ser. No ahora. Lo último que necesitáis es otro motivo para desafiarlo. Ella alzó la vista con lentitud. Tyrion se enderezó con suavidad y recogió un par de papeles del escritorio. Luego, al pasar junto a ella, se detuvo brevemente. —Mañana hablaremos de comercio marítimo y alianzas entre casas. Algo… menos poético, y mucho menos propenso a tentaros a nadar hasta la ruina —le dedicó una última mirada, casi a modo de advertencia—. No le deis a mi padre más razones para manteneros encerrada... Colocó su mano sobre la de ella, un ligero apretón. Y es que, realmente la apreciaba. Él no era Cersei, él quería a esa chica por quien era, no por lo que su hermana creía que les había arrebatado. Ella no tenía la culpa de que su padre la hubiera elegido. Él ya hacía tiempo que se había resignado, y la envidia no formaba parte de sí. Tyrion se marchó. La puerta se cerró con suavidad, dejándola sola con el mapa y el escudo. La noche caía sobre Desembarco del Rey con lentitud propia. Las torres de la Fortaleza Roja, recortadas contra un cielo encapotado, comenzaban a encender sus antorchas mientras la ciudad se sumía en su habitual murmullo nocturno. La brisa del mar traía consigo el olor del puerto y el rumor constante de los navíos meciéndose en los muelles. Una tropa de hombres montados a caballo, atravesaban la Puerta del Río sin ceremonia. Sus capas polvorientas y el barro seco en los flancos de los caballos hablaban de un viaje largo. Habían cabalgado hasta Rosby aquella mañana, tras una carta urgente llegada al amanecer. Un asunto de recursos, según Tywin: un cargamento de suministros que se retrasaba, una deuda que debía cobrarse con presencia, y una amenaza velada de deslealtad por parte de un vasallo menor. Rosby no quedaba lejos, apenas una jornada de ida y vuelta si se apresuraban. No necesitaba a Sandor para negociar, pero sí para recordar que la disuasión podía ir más allá de las palabras. Su sola presencia bastaba para sembrar el respeto. El camino de regreso fue tranquilo, pero no silencioso del todo. Tywin encabezaba al grupo de hombres, siempre reflexivo tras cerrar un trato. Cabalgaba con el entrecejo fruncido, ordenando pensamientos y estrategias. Sandor lo seguía, casi a su misma altura. —Tenéis algo en la mente, Clegane —dijo Tywin, sin mirarlo.
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  • The Lady of Harrentown.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    Starter para 『 𝑺𝑬𝑹 𝑱𝑂𝑅𝐴𝐻 𝑴𝐎𝐑𝐌𝐎𝐍𝐓

    Las historias que se contaban de Harrentown habían cambiado desde la llegada de Lady Valenna Velaryon. Antes se la conocía como una villa común, asentada bajo la sombra ennegrecida de Harrenhal, donde las piedras aún olían a humo siglos después de que Aegon la incendiara. Ahora, en las Tierras de los Ríos, el nombre de Harrentown se pronunciaba con la misma cautela con que se pronuncia el de un fantasma.

    En pocos meses, Valenna había convertido la villa en su feudo. Gobernaba con puño de hierro, y su belleza era tan temida como sus órdenes. Quienes la servían lo hacían con devoción, pero no con amor, sino con ese fervor que nace del miedo. Sabían que bastaba una palabra mal dicha, una mirada mal dirigida, para acabar colgados en las murallas o arrojados vivos al lago. Algunos de esos castigos los ejecutaba ella misma, sin inmutarse, con la misma serenidad con la que otros nobles parten un trozo de pan en el desayuno.

    Nadie se atrevía a decirlo en voz alta, pero todos lo pensaban: la señora de Harrentown era tan hermosa como mortal.

    Aquella mañana había partido sola a caballo. Le gustaba cabalgar hasta Harrenhal, perderse entre sus ruinas y escuchar el eco hueco de un castillo maldito.

    Donde otros veían piedras quebradas, ella veía advertencias y oportunidades.
    Los muros derruidos le hablaban más que los maestres: le recordaban que incluso el poder más grande podía caer devorado por las llamas, y que solo quienes aprendían a sobrevivir entre cenizas merecían reinar sobre ellas.

    El aire olía a humedad y hierro oxidado. Las torres rotas parecían dedos ennegrecidos señalando al cielo. Valenna desmontó y dejó que su corcel bebiera en un charco estancado, mientras ella recorría la explanada con paso seguro, la capa ondeando tras de sí. Era extraño cómo incluso la quietud de Harrenhal parecía doblegarse a su presencia, como si las piedras mismas reconocieran en ella un espíritu afín.

    Y entonces lo vio, en la espesura del bosque.

    Un hombre. El caballo que lo acompañaba apenas se mantenía en pie, las costillas marcadas bajo la piel sucia. El propio hombre parecía más muerto que vivo: sucio, maltrecho, con la ropa hecha jirones. Un caballero despojado de todo salvo de la sombra de lo que había sido.

    Valenna no se movió de inmediato. Lo observó en silencio, con esa mirada calculadora que lo diseccionaba todo. No era compasión lo que encendía su curiosidad, sino la certeza de estar ante una pieza caída en el tablero. Un hombre a punto de perecer no era nada… a menos que alguien decidiera darle un propósito.

    Se acercó despacio, las botas aplastando la grava húmeda, hasta que la silueta del desconocido estuvo lo bastante cerca como para distinguir el peso de su armadura, el emblema apenas reconocible bajo la suciedad. El caballo relinchó con debilidad, y Valenna posó una mano sobre el cuello del animal, calmándolo. Después, sus ojos se alzaron hacia él.

    —Estáis muy lejos de vuestra casa... Vuestro caballo apenas se tiene en pie. Al igual que vos... —se paseó a su alrededor, rodeándolo, observándolo—. ¿Quién es el afortunado hombre al que voy a salvarle la vida?
    Starter para [THEM0RMONTBEAR] Las historias que se contaban de Harrentown habían cambiado desde la llegada de Lady Valenna Velaryon. Antes se la conocía como una villa común, asentada bajo la sombra ennegrecida de Harrenhal, donde las piedras aún olían a humo siglos después de que Aegon la incendiara. Ahora, en las Tierras de los Ríos, el nombre de Harrentown se pronunciaba con la misma cautela con que se pronuncia el de un fantasma. En pocos meses, Valenna había convertido la villa en su feudo. Gobernaba con puño de hierro, y su belleza era tan temida como sus órdenes. Quienes la servían lo hacían con devoción, pero no con amor, sino con ese fervor que nace del miedo. Sabían que bastaba una palabra mal dicha, una mirada mal dirigida, para acabar colgados en las murallas o arrojados vivos al lago. Algunos de esos castigos los ejecutaba ella misma, sin inmutarse, con la misma serenidad con la que otros nobles parten un trozo de pan en el desayuno. Nadie se atrevía a decirlo en voz alta, pero todos lo pensaban: la señora de Harrentown era tan hermosa como mortal. Aquella mañana había partido sola a caballo. Le gustaba cabalgar hasta Harrenhal, perderse entre sus ruinas y escuchar el eco hueco de un castillo maldito. Donde otros veían piedras quebradas, ella veía advertencias y oportunidades. Los muros derruidos le hablaban más que los maestres: le recordaban que incluso el poder más grande podía caer devorado por las llamas, y que solo quienes aprendían a sobrevivir entre cenizas merecían reinar sobre ellas. El aire olía a humedad y hierro oxidado. Las torres rotas parecían dedos ennegrecidos señalando al cielo. Valenna desmontó y dejó que su corcel bebiera en un charco estancado, mientras ella recorría la explanada con paso seguro, la capa ondeando tras de sí. Era extraño cómo incluso la quietud de Harrenhal parecía doblegarse a su presencia, como si las piedras mismas reconocieran en ella un espíritu afín. Y entonces lo vio, en la espesura del bosque. Un hombre. El caballo que lo acompañaba apenas se mantenía en pie, las costillas marcadas bajo la piel sucia. El propio hombre parecía más muerto que vivo: sucio, maltrecho, con la ropa hecha jirones. Un caballero despojado de todo salvo de la sombra de lo que había sido. Valenna no se movió de inmediato. Lo observó en silencio, con esa mirada calculadora que lo diseccionaba todo. No era compasión lo que encendía su curiosidad, sino la certeza de estar ante una pieza caída en el tablero. Un hombre a punto de perecer no era nada… a menos que alguien decidiera darle un propósito. Se acercó despacio, las botas aplastando la grava húmeda, hasta que la silueta del desconocido estuvo lo bastante cerca como para distinguir el peso de su armadura, el emblema apenas reconocible bajo la suciedad. El caballo relinchó con debilidad, y Valenna posó una mano sobre el cuello del animal, calmándolo. Después, sus ojos se alzaron hacia él. —Estáis muy lejos de vuestra casa... Vuestro caballo apenas se tiene en pie. Al igual que vos... —se paseó a su alrededor, rodeándolo, observándolo—. ¿Quién es el afortunado hombre al que voy a salvarle la vida?
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    ¡Hola! Estoy buscando gente interesada en llevar uno o ambos personajes de esta búsqueda (info + abajo)

    IMPORTANTE: Con esta cuenta no busco OTP, sino desarrollar la historia principal de mi personaje, junto a los pjs más importantes de su canon.

    FICHA DE SERENNA VELARYON: https://ficrol.com/blogs/295700/Ficha-de-Serenna-Velaryon
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻

    Búsqueda de personajes:

    🢒 TYRION LANNISTER:

    𝄄 ↳ Tyrion siente un interés genuino y complejo hacia Serenna: es una de las pocas personas en la corte, y fiel a su padre, que lo trata con respeto e incluso con cariño. Lo que le otorga un papel importante en su vida, aunque Cersei siempre interfiera.

    Entre ambos habría complicidad intelectual y tensión (ironías, confesiones, debates). Tyrion sabe que ella está enamorada de su padre, pero actualmente aún no se lo ha dicho a Serenna. Podrían explorarse estos temas inrol.

    🢒 TYWIN LANNISTER

    𝄄 ↳ Serenna está enamorada de Tywin, aunque, fiel a su canon, él no corresponderá ese amor de manera explícita. [Por lo tanto, no sería una OTP, ni un SHIP, sino explorar la relación tormentosa de los dos como pupila-mentor. Aunque Serenna sí tenga sentimientos por él.

    Tywin actúa como su protector, siempre teniendo el control, dejando entrever matices que muestran cómo Serenna llega a importarle más de lo que nunca llegaría a admitir.

    (POSIBILIDAD DE OTP CON VELENNA VELARYON, LA MADRE DE SERENNA. Rol del pasado, flashbacks. Ejemplo: https://ficrol.com/blogs/295874/1-La-mujer)

    La historia de ambos personajes junto a sus relaciones está explicada en la ficha del personaje: https://ficrol.com/blogs/295700/Ficha-de-Serenna-Velaryon

    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻
    Qué busco:

    ⟡ Desarrollar la historia y el canon de mi personaje.

    ⟡ Respeto al canon.

    ⟡ Agilidad en las respuestas (valoro mucho que podamos responder seguido para que la trama avance con fluidez).

    ⟡ Escritura cuidada, con énfasis en subtexto, intriga política y emociones contenidas.

    ⟡ Compromiso para desarrollar tramas largas con evolución real de personajes.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻

    Lo que ofrezco:

    ⟡ Escritura detallada, inmersiva y literaria (me inspiro en el estilo de la saga).

    ⟡ Desarrollo profundo de personajes, respetando tanto a los canon como a los originales.

    ⟡ Constancia y comunicación para planear giros y mantener coherencia narrativa.

    ⟡ Flexibilidad y creatividad para adaptar las tramas a las ideas de ambos.
    ¡Hola! Estoy buscando gente interesada en llevar uno o ambos personajes de esta búsqueda (info + abajo) IMPORTANTE: Con esta cuenta no busco OTP, sino desarrollar la historia principal de mi personaje, junto a los pjs más importantes de su canon. FICHA DE SERENNA VELARYON: https://ficrol.com/blogs/295700/Ficha-de-Serenna-Velaryon ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻ 🔎 Búsqueda de personajes: 🢒 TYRION LANNISTER: 𝄄 ↳ Tyrion siente un interés genuino y complejo hacia Serenna: es una de las pocas personas en la corte, y fiel a su padre, que lo trata con respeto e incluso con cariño. Lo que le otorga un papel importante en su vida, aunque Cersei siempre interfiera. Entre ambos habría complicidad intelectual y tensión (ironías, confesiones, debates). Tyrion sabe que ella está enamorada de su padre, pero actualmente aún no se lo ha dicho a Serenna. Podrían explorarse estos temas inrol. 🢒 TYWIN LANNISTER 𝄄 ↳ Serenna está enamorada de Tywin, aunque, fiel a su canon, él no corresponderá ese amor de manera explícita. [Por lo tanto, no sería una OTP, ni un SHIP, sino explorar la relación tormentosa de los dos como pupila-mentor. Aunque Serenna sí tenga sentimientos por él. Tywin actúa como su protector, siempre teniendo el control, dejando entrever matices que muestran cómo Serenna llega a importarle más de lo que nunca llegaría a admitir. (POSIBILIDAD DE OTP CON VELENNA VELARYON, LA MADRE DE SERENNA. Rol del pasado, flashbacks. Ejemplo: https://ficrol.com/blogs/295874/1-La-mujer) La historia de ambos personajes junto a sus relaciones está explicada en la ficha del personaje: https://ficrol.com/blogs/295700/Ficha-de-Serenna-Velaryon ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻ ✨ Qué busco: ⟡ Desarrollar la historia y el canon de mi personaje. ⟡ Respeto al canon. ⟡ Agilidad en las respuestas (valoro mucho que podamos responder seguido para que la trama avance con fluidez). ⟡ Escritura cuidada, con énfasis en subtexto, intriga política y emociones contenidas. ⟡ Compromiso para desarrollar tramas largas con evolución real de personajes. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻ ✨ Lo que ofrezco: ⟡ Escritura detallada, inmersiva y literaria (me inspiro en el estilo de la saga). ⟡ Desarrollo profundo de personajes, respetando tanto a los canon como a los originales. ⟡ Constancia y comunicación para planear giros y mantener coherencia narrativa. ⟡ Flexibilidad y creatividad para adaptar las tramas a las ideas de ambos.
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  • Daemyra amaba leer libros, especialmente aquellos que estaban en Alto Valyrio.

    Desde pequeña, su pasión por los libros había crecido más que el amor por los dragones.
    Sus estudios siempre fueron lo más importante para ella. Mientras sus hermanos peleaban y montaban a sus respectivos dragones, ella estudiaba junto a Helaena.

    Helaena, la segunda nacida de los cuatro hermanos, era muy cercana a Daemyra. No solo por ser mujeres, sinó porque ambas podían ser consideradas las "ovejas negras" de la dinastía Targaryen.

    Pero llegó el punto donde Vermithor la eligió.

    ☆☆☆☆☆☆

    La joven princesa tenía catorce años cuando se acercó por primera vez a las Cuevas de Dragón de Rocadragón.

    Ella fue allí a visitar a quien estaba prometida como futura esposa: Lucerys Velaryon.
    Y se encontró siguiéndolo hasta las Cuevas de Dragón. Miedo y anticipación pasaban por el cuerpo de Daemyra a medida que se metían en éstas.

    Lucerys estaba decidido a hacer que Daemyra reclame a un dragón, pero nunca esperó que ella se acerque a Vermithor. La joven Targaryen tragó en seco, sintiendose llamada por el segundo dragón más grande del mundo.

    Acercó con lentitud una mano hacia la Furia de Bronce, y notó como éste bajaba la cabeza, permitiendole tocarlo. Y así lo hizo. Posó su mano por encima de la escamosa piel del dragón, y comenzó a moverla lentamente.

    — Ao issi gevie.

    Vermithor pareció ronronear, no solo ante el tacto de Daemyra, sinó también por sus palabras.

    A partir de aquél día, el lazo de jinete-dragón entre Daemyra y Vermithor, había comenzado.
    Daemyra amaba leer libros, especialmente aquellos que estaban en Alto Valyrio. Desde pequeña, su pasión por los libros había crecido más que el amor por los dragones. Sus estudios siempre fueron lo más importante para ella. Mientras sus hermanos peleaban y montaban a sus respectivos dragones, ella estudiaba junto a Helaena. Helaena, la segunda nacida de los cuatro hermanos, era muy cercana a Daemyra. No solo por ser mujeres, sinó porque ambas podían ser consideradas las "ovejas negras" de la dinastía Targaryen. Pero llegó el punto donde Vermithor la eligió. ☆☆☆☆☆☆ La joven princesa tenía catorce años cuando se acercó por primera vez a las Cuevas de Dragón de Rocadragón. Ella fue allí a visitar a quien estaba prometida como futura esposa: Lucerys Velaryon. Y se encontró siguiéndolo hasta las Cuevas de Dragón. Miedo y anticipación pasaban por el cuerpo de Daemyra a medida que se metían en éstas. Lucerys estaba decidido a hacer que Daemyra reclame a un dragón, pero nunca esperó que ella se acerque a Vermithor. La joven Targaryen tragó en seco, sintiendose llamada por el segundo dragón más grande del mundo. Acercó con lentitud una mano hacia la Furia de Bronce, y notó como éste bajaba la cabeza, permitiendole tocarlo. Y así lo hizo. Posó su mano por encima de la escamosa piel del dragón, y comenzó a moverla lentamente. — Ao issi gevie. Vermithor pareció ronronear, no solo ante el tacto de Daemyra, sinó también por sus palabras. A partir de aquél día, el lazo de jinete-dragón entre Daemyra y Vermithor, había comenzado.
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  • Umbagon Vezof.
    Fandom House of the Dragon & Marvel
    Categoría Crossover
    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia.

    Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia.
    Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte.
    Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas.

    ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios.
    Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba.

    El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres."

    Daemon. Rhaenyra.

    Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir.
    Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama.
    No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono.
    Pero la sangre llamaba a la sangre.

    A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo.

    La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba...
    Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior.
    No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado.
    Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar.
    Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido.

    Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse.

    La sangre llamaba a la sangre.

    Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica.
    Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará.

    Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos.

    Aún recordaba el primer momento en el que lo vio...

    ...

    El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada.
    Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso.

    Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche.

    La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco.

    Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así.
    Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo.

    ...


    El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba.
    En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró.

    Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía.
    No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo.

    El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló.

    Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido.

    El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo.
    Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio.
    Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no.

    Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo.

    Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón.
    Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo.

    El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello.
    A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve.

    La figura seguía sin moverse.

    Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.


    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia. Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia. Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte. Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas. ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios. Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba. El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres." Daemon. Rhaenyra. Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir. Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama. No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono. Pero la sangre llamaba a la sangre. A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo. La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba... Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior. No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado. Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar. Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido. Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse. La sangre llamaba a la sangre. Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica. Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará. Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos. Aún recordaba el primer momento en el que lo vio... ... El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada. Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso. Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche. La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco. Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así. Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo. ... El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba. En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró. Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía. No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo. El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló. Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido. El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo. Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio. Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no. Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo. Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón. Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo. El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello. A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve. La figura seguía sin moverse. Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.
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