La punta de la pistola se hallaba humeante, rastro de la bala que había sido disparada.

Jean jadeaba, y su agarre en el arma era tembloroso. Sus ojos se veían turbios, perturbados.


—¡Qué buena puntería! —lo felicitó el hombre con una gran sonrisa, atreviéndose a acercarse y darle una palmada en el hombro, como si lo que hubiera hecho fuera algo digno de celebración.

—Has usado un arma antes, ¿verdad?


No.


No para esto.


Pero Jean asintió para sacárselo de encima. Quería que se mantuviera lejos, lo más lejos posible.


Tragó saliva. Sentía la garganta seca y unas enormes ganas de vomitar.


—¡Se nota, se nota! —se carcajeó con alegría ese hombre, sin intenciones de mantenerse alejado, como Jean quería. —Este pedazo de mierda no lo vio venir.


En cambio, se agachó frente al cadáver para rebuscar en los bolsillos de su chaqueta cierta cosa, y cuando la halló, se reincorporó y levantó el objeto a la altura de sus ojos, haciéndolo visible para Jean.


—¿En serio esta chatarra vale tanto? —murmuró.


Jean asintió distraído, pero el hombre no podía verlo, concentrado en observar aquella ‘chatarra’.


Ahora mismo se hallaba abstraído, sin prestar atención a lo que estaba sucediendo a su alrededor. Su mente repetía el momento en el que su dedo apretó el gatillo y la bala voló hacia la sien de ese tipo, la sangre salpicando sus zapatos, el casquillo de la bala cayendo al suelo al mismo tiempo que ese cuerpo sin vida.


Su mano diestra seguía apretando fuertemente el arma, y todo su cuerpo temblaba sin control.


Por otro lado, aquel hombre escudriñó unos segundos más el objeto y se lo guardó en el bolsillo.


Jean lo vio hacerlo y se inquietó, saliendo de su ensimismamiento por un momento.


Había hecho lo que había hecho por él.

Ese objeto era valioso para Su Majestad, y ahora mismo se encontraba en las sucias manos de ese repugnante hombre.


Debía recuperarlo.


—¿Qué crees que estás haciendo? —le dijo bruscamente.


El hombre apenas le dirigió la mirada, dándose la vuelta con curiosidad, como si lo que Jean hubiera dicho fuera incomprensible.


Jean levantó el arma temblorosamente, y el hombre reaccionó, volviendo a reírse de esa manera desagradable suya.


—Lo que estás viendo, pequeñajo. Me lo llevo.


—Déjalo.


—¿Cómo has dicho?


—Que lo dejes o terminarás como él —amenazó con más firmeza.


Pero el hombre no parecía convencido. Su sonrisa se ensanchó y su mirada transmitía solo indiferencia.


Dio un paso tentativo hacia adelante, probando su determinación para dispararle.


Jean dudó. Su cuerpo temblaba, y la pistola en su mano también.


Aquella muerte todavía estaba fresca, tirada en el suelo con un rostro de inquietante calma… y con un agujero sangriento en la cabeza.


En principio, Jean no había querido hacerlo.



No había querido matarlo.



Pero él no había escuchado. Se había acercado. Era su culpa.


Además, era una escoria. Nadie lo lloraría ni lo extrañaría, no merecía nada mejor que morir en un sucio callejón maloliente en la parte más recóndita de la ciudad.


Pero su pecho seguía oprimiéndose y su respiración continuaba entrecortada en un jadeo caliente que creaba un vapor en el aire helado de la noche.


Su duda se prolongó demasiado, y fue tan palpable que el hombre no lo tomó en serio y se acercó a él sin sufrir ninguna consecuencia.


Jean seguía abstrayéndose, perdiéndose en su mente turbada.


—¿En serio? —se burló el hombre. Su sonrisa, tan desagradable, le provocaba más dolor de cabeza. —¿Tienes las pelotas para matarme?


El hombre se acercó tanto que su pecho chocó contra la pistola que empuñaba débilmente.


Jean apretó los labios.


El hombre interpretó su gesto como una negativa, y en realidad, Jean lo estaba considerando.


Si ya había apretado el gatillo, ¿por qué no podía hacerlo una segunda vez?


Esta basura frente a él, que se creía con derecho a dominarlo, lo estaba molestando.


Y sus dudas se estaban esfumando mientras más miraba esos ojos arrogantes y temerarios.


¿Dónde debía dispararle?


¿En la sien?



Una muerte instantánea.


Pero por más desagradable que fuera, matarlo sería… igual de horrible que con aquel otro tipo.


Quizás dispararle en un punto no vital para asustarlo sería suficiente y borraría esa estúpida sonrisa de su cara.

—Já. Lo sabía —se rió desagradable el hombre. —Este tipo es tu primer muerto, ¿eh? Solo bastó ver tu cara de perro mojado para saberlo.


Abruptamente, el hombre lo agarró por el dobladillo de la ropa, rompiendo su espacio personal y dándole una mirada severa para intimidarlo.


Jean jadeó.


—Un mocoso como tú, que no conoce lo que es ensuciarse las manos, no debería tener el puesto que tiene.


Jean seguía temblando, mirándolo con esos ojos azules turbados. Luchando internamente con una decisión tan repugnante como el tipo frente a él.


El hombre lo soltó con un chasquido de lengua, mirándolo con desprecio al no obtener ninguna respuesta de su parte.


—Ni siquiera tienes las pelotas para responder —siguió burlándose.



Creyendo Jean que estaba demasiado asustado para reaccionar, lo empujó con desprecio.



Grave error.



Jean ya se encontraba inquieto, y ese simple movimiento bastó para que apretara el gatillo y le volara la cabeza.



La sangre y restos de seso lo bañaron por completo.



Inmediatamente, vomitó.

 

————————

| Esto lo había escrito creo que el año pasado, no me acuerdo. Pero lo retoque muy poco, por lo que sigue tal cual lo escribí en su momento.

Esto es más bien como una posibilidad, sin significar que pasará en algún momento de su historia peroo, podría suceder. Esta es como una manera de desarrollarlo, ya que, me falta rolear más a este Jean adulto joven|.