Journaling
Hay un rincón en los reinos del sueño donde incluso yo no soy bienvenido. Un umbral donde el tiempo se hunde en sí mismo y la lógica pierde forma. Allí no hay color, ni ruido, ni viento. Solo una sombra sentada bajo la luz de una luna que no orbita ningún mundo. Allí está él.
No tiene nombre, aunque muchos le temen. Yo, Morfeo, he aprendido a respetarlo.
Es un ser solitario, viejo como el primer pensamiento, pero eterno como el último suspiro de un soñador moribundo. No es un dios, ni un demonio. No da ni quita, solo espera y escribe. Mientras yo traigo a los mortales las visiones del deseo, el consuelo del recuerdo o el filo del miedo, él se sienta en su trono de piedra sin esculpir y recoge lo que yo dejo atrás.
A veces lo visito. Lo observo en silencio, como se observa a un secreto que nunca será revelado. Su cabello, revuelto como el caos de una mente desgastada. Sus ojos, dos brasas apagadas que arden sin calor. Escribe en un cuaderno que nunca se cierra, y su pluma traza líneas que no se borran, que ni los dioses pueden reescribir.
¿Qué registra con tanta devoción?... ¿Acaso son los sueños no soñados? ¿Las historias interrumpidas por el llanto? ¿Las palabras que murieron antes de ser pronunciadas? ¿Cada pensamiento negado, cada imagen disuelta por el miedo o la cordura? Lo que sí sé, es que, él guarda todo eso...
Su luz no brilla. Es un resplandor sordo, una claridad que no ilumina, sino que revela. Es la luz del entendimiento tardío, del recuerdo indeseado, del espejo que no miente.
A su lado, una botella que nadie ha visto vacía. Contiene el último aliento de un dios olvidado, o tal vez la tinta de su escritura, hecha de la sustancia misma del silencio. Él no habla. No necesita hacerlo. Su existencia es un discurso sin voz.
He visto a los mortales despertar llorando, sin saber por qué. Lo que soñaban les fue arrebatado sin haberlo conocido. Él lo tiene. Sé que no es por crueldad, sino por función. Así como yo construyo las alas de los sueños, él recoge sus cenizas cuando arden demasiado cerca del sol.
En el equilibrio del cosmos onírico, él es necesario.
Yo soy el principio.
Él es el fin.
Y entre nosotros… habita el alma humana.