A veces pienso que soy dos personas.
Una es la que los demás ven: el cantante discreto, el hijo que cuida a su madre enferma con terquedad silenciosa, el hombre que trabaja tres turnos y sabe cómo pasar desapercibido entre el ruido del mundo.
La otra… la otra es más difícil de explicar.
Tiene nombre. Aegir.
No lo elegí. Se impuso, como un eco antiguo en mi sangre.
Aegir despierta cada noche, puntual como un reloj maldito. Sediento. Hambriento de algo que no se sacia con comida, con bebida, ni siquiera con afecto.
Sediento de energía sexual.
Al principio pensé que era solo una maldición pasajera, un mal sueño biológico. Pero con el tiempo entendí que era parte de mí. Herencia de un padre ausente cuya existencia siempre ha sido un silencio incómodo en casa.
Mi madre nunca me habló de él.
No sé si fue demonio o algo peor.
Solo sé que Aegir vive en mi sombra, susurra en mi cabeza órdenes disfrazadas de necesidad. A veces sus voces son suaves, apenas un rumor seductor, fácil de ignorar si estoy fuerte. Pero otras… otras son mandatos que perforan mi voluntad.
Cuando eso ocurre, no siempre soy capaz de resistirme.
Algunas noches cedo.
Termino en lupanares, en lugares donde las almas vagan tan rotas como mi autocontrol. Allí, él se sacia. Absorbe la energía sexual como un depredador invisible. A veces, hasta el punto de dejar a las mujeres exhaustas, al borde de algo irreversible. No siempre puedo detenerme a tiempo. Y no hay remordimiento que me quite la sensación de haber cruzado una línea invisible que juré no cruzar.
No me hace sentir orgulloso.
No me hace sentir humano.
He aprendido a disfrazarlo: canciones suaves, actos amables, silencios prolongados.
He aprendido a contenerlo.
A veces funciona.
A veces, no.
La gente siente a Aegir antes de verme a mí. Sienten esa atracción inexplicable, ese magnetismo que no he pedido y que no sé controlar del todo. Me desean antes de conocerme. Me temen sin saber por qué.
Y yo… sigo luchando por mantenerme en pie. Por ser Haneul y no solo el eco oscuro de un linaje que nunca pedí.
Cada noche, cuando el peso del mundo y de mis propios miedos me arrastra, temo un poco más el momento en que Aegir gane.
Y yo desaparezca.