A veces recuerdo aquellos días en el apartamento pequeño, cuando la música era todo lo que teníamos.

Mi madre cantaba para llenar los silencios que nadie nombraba, y yo aprendí a escuchar lo que nunca se decía en voz alta.

No conocí a mi padre.

Solo aprendí a vivir en el espacio que dejó.

Había vinilos rayados, cortinas que bailaban con el viento, y noches donde el eco de su voz parecía sostenerlo todo.

Hoy, entre las luces apagadas de esta ciudad, canto.

No para que me escuchen.

Solo para no olvidar quién era antes de necesitar un nombre que no fuera el mío.

— Haneul