Entrenamiento su lanza Varatha - Lanza de eco largo.

 

Las antorchas azules del pasillo chispeaban con un murmullo constante, como si el propio Inframundo respirara. Él caminaba sin prisa, pero con el cuerpo tenso. En sus manos, la lanza Varatha descansaba con un brillo apagado, casi como si supiera lo que le esperaba. No era la primera vez que descendía a las cámaras del Érebo, pero hoy el aire era distinto. Más denso. Más frío. Más personal.

Megara lo esperaba en el centro del círculo de piedra negra, látigo en mano, su silueta recortada por la tenue luz de los fuegos del Tártaro. No se movía, pero tampoco se relajaba. Estaba lista. Como siempre. Como nunca.

Él frenó a unos metros, clavó la punta de Varatha en el suelo y se apoyó levemente en ella, cruzando los brazos con ese aire entre insolente y resignado que le nacía cuando el corazón pesaba más que el cuerpo.

—¿Otra vez tú, Meg? —murmuró, sin intentar esconder el tono irónico. Pero no era burla. No con ella.

Megara no respondió al instante. Lo miró con dureza. No con odio. Con resolución. Había cicatrices invisibles en ambos, pero las de ella estaban mejor curadas. La de él, no.

—No busques excusas. Si has venido, peleamos. Si no, lárgate. —Su voz era como su látigo: directa, cortante, sin espacio para vacilaciones.

Le sonrió de lado. Un gesto cansado. Una máscara para no quebrarse.

—Sabía que dirías eso. Solo... no lo hagas fácil, ¿sí?

Y entonces, el combate comenzó.

Megara fue la primera en moverse, su látigo silbó en el aire como una serpiente hambrienta. Lo esquivó por poco, girando sobre su talón izquierdo y lanzando una estocada con Varatha. Su forma era precisa, su intención no tanto. Su brazo aún temblaba con el recuerdo de conversaciones que nunca tendrían.

La lanza cortó el aire, no carne. Meg se deslizó a un lado y lo castigó con un látigo al torso. La quemadura del golpe atravesó su piel y su orgullo. Se obligó a retroceder, usando la lanza para marcar distancia, como le había enseñado Aquiles. “Varatha no es un cuchillo de cocina”, le había dicho. “No la arrastres, no la sientas como una carga. Deja que respire contigo.”

Lo volvió a intentar. Varias veces. Pero Meg era un torrente implacable. No atacaba con furia sin dirección, lo hacía con cálculo. Cada movimiento suyo era como una partitura precisa. Él, en cambio, estaba desentonando. Buscaba huecos donde no los había, atacaba desde emociones mal procesadas.

—Sigues luchando como si tuvieras algo que demostrarme —dijo ella entre golpes—. No eres un principiante, Zag. Pero pelear conmigo como si fueras mi sombra, no te va a servir de nada.

Gruñó, frustrado. Saltó hacia atrás, lanzó la lanza con fuerza en línea recta, y la hizo volver con el eco de su sangre. Tocó el hombro de Megara, apenas, pero no fue suficiente para detenerla. Ella se abalanzó sobre él como una tormenta contenida y lo derribó con un golpe seco en las costillas. Varatha se deslizó lejos.

En el suelo, con la respiración desacompasada y el sabor metálico en la boca, cerró sus ojos por un segundo. Dolía. No solo el cuerpo. Dolía fallar. Dolía que ella ya no fuera más que un eco en su camino. Pero dolía más saber que ella sí había avanzado. Que él, por momentos, solo giraba en círculos, pretendiendo crecer mientras esquivaba verdades.

Megara no se acercó más. Solo lo miró, seria, su látigo aún colgando de su mano, pero sin intención de golpear de nuevo.

—Cuando aprendas a dejar de luchar por orgullo y empieces a hacerlo por lo que realmente importa... tal vez ganes, príncipe.

Desde el suelo, él dejó escapar una carcajada entrecortada. Seca. Casi una tos.

—Sí, sí... mensaje recibido. El orgullo apesta. Pero gracias por... la lección. Y las marcas.

Se incorporó con dificultad, recogió a Varatha y le dio una palmada suave.

—Tendré que dejar de fingir que soy un artista del combate. Por ahora, solo soy un aprendiz con estilo.

Megara no respondió. Simplemente se alejó, perdiéndose entre las sombras, sin mirar atrás. Como siempre.

Él se quedó allí un momento, respirando hondo. Se miró las manos, temblorosas. Apretó el puño. Aún no. Pero pronto. El entrenamiento continuaría.

«El combate contra Meg me rompió más por dentro que fuera. No vacila, no duda. Su rabia está contenida como un arte. Yo aún lucho como si intentara demostrar algo. Debo dejar de pelear con el orgullo. La lanza requiere distancia. No la usé como debía.» contiene un suspiro, no era momento para quejarse de sí mismo.«El resultado había sido una Derrota. Y para sorpresa, estaba vivo. Aún seguía aprendiendo.»