Interludio Final: El encuentro con Barbas

 

Última anotación en el Grimorio de lo Nunca Dicho, escrita con baba canina y magia ancestral  

 

---

 

En una pradera que no existía en ningún mapa, entre los límites de lo que es y lo que nunca debió ser, Mia caminaba sola. Había salido del camino, quizá por aburrimiento, quizá porque los cielos la susurraban.  

O quizá… porque alguien la estaba buscando.

—¡Hola! —ladró una voz alegre.  

Ella giró, lista para lanzar fuego o hielo, pero solo vio un perro con orejas grandes y mirada chispeante.

—Soy Barbas. El Barbas. Asistente oficial de Clavicus Vile, sabueso del destino, y coleccionista de huesos de Daedra. Tú debes ser Mia, ¿cierto? Nieta de Akatosh, hija de Alduin, heredera del caos y la ternura.

Ella entrecerró los ojos, recelosa.  

—¿Qué quieres?

Barbas movió la cola con fuerza suficiente para levantar polvo de siglos.

—Solo quería conocerte. Muchos te desean. Unos quieren tu alma, otros tu poder… Yo solo quiero saber si tienes bocadillos. O una historia interesante. O… ambos.

Ella no respondió, solo se sentó y eso bastó. Barbas, con la naturalidad de quien ha hablado con dioses y comido zapatos imperiales, se sentó a su lado.

 

—Sabes… los Daedra creen que vas a cambiar el mundo. Los Divinos creen que eres una anomalía. Tu padre cree que eres su razón de rugir, y tu madre… oh, ella simplemente te ama incondicionalmente, pero ¿sabes tú quién eres?

Mia, por primera vez, pareció dudar.

—No.

—Eso está bien, —dijo Barbas, lamiendo su pata con dignidad.  

—Porque solo los poderosos admiten no tener respuestas. El resto solo ruge por costumbre.

Un silencio los envolvió.

Hasta que Mia sonrió.

—¿Quieres venir conmigo?

Barbas saltó como si hubiese ganado el Bastón de Wabbajack.

—¡¿Y perderme tu historia?! ¡Jamás! Pero una advertencia, joven hija del fin de los tiempos...

—¿Sí?

—Si me dejas solo por más de tres días, le contaré a Sheogorath que una vez te reíste viendo queso derretido en una batalla y él hará una ópera de eso.

Ella rió. Y el cielo se iluminó un poco más.  

 

---

 

Y así, la nieta del tiempo caminó con el sabueso del olvido.

Y el mundo… nunca volvió a ser igual.