"Nunca me voy a acostumbrar a las noches de una ciudad..." pensó para sí mismo mientras alzaba la vista a un cielo que reflejaba ténuemente la Luna, parecía que el firmamento no dejaba ver las estrellas, escondidas tras un cielo dañado por la contaminación lumínica.

 

Las luces, los ruidos, la gente... todo aquello era muy diferente a cómo lo recordaba. Las nuevas tecnologías fueron el mayor quebradero de cabeza para Samael, pero poco a poco iba adaptando su conocimiento a los nuevos detalles que aquel mundo ofrecía.

 

Su apariencia, un hombre de edad media, frondosa y arreglada barba que combinaba con una larga coleta trenzada de un color que mezclaba el rubio oscuro y el cobrizo, daban un aspecto de fireza a unos rasgos que transmitían tranquilidad. Superaría el metro ochenta de estatura, un físico algo corpulento se ocultaba tras un traje de color negro entre-abierto dejando ver la camisa azul oscura que portaba debajo. Lo poco que se veía de su piel, las manos, se encontraba cubierta de tatuajes y decorada con anillos. Había tenido que modificar en cantidad la apariencia que mostraba pues, con el paso de siglos sin caminar por estas tierras, su Avatar había quedado anticuado y lo último que quería, era levantar sospechas.

El viento acarreaba una sensación que muchos describirían como extraña, otros incómoda, pero para Samael era llena de expectativa. La enorme puerta del Hotel "Πύθων" se abrió conforme su figura accedió al recinto.

"Buenas noches, señor Öὄφις" indicó una mujer pelirroja de mejillas sonrojadas mientras levantaba la mirada desde su escritorio.

 

Samael no respondió, simplemente le dedicó una fugaz sonrisa y un movimiento de cabeza a modo de saludo y entró en uno de los lujosamente decorados ascensores del resorte. El último piso, número 13, el único botón solitario de toda aquella lista.

 

Las puertas del ascensor revelaron un amplio pasillo decorado con una alfombra roja con detalles dorados bordados a sus laterales, varias esculturas, réplicas por supuesto, se encontraban dispersas en las paredes, cuadros... nada que despertara su curiosidad, aunque admitiría que apreciaba el detalle. La suite que había reservado hacía 5 meses era el único habitáculo de aquel piso; una enorme puerta doble se abrió en el momento que detectó la presencia del hombre, o eso creía pues su mente aún no conocía algunas de las cosas más mundanas como por ejemplo el escaner que portaba la puerta integrado.

 

En el interior, un suspiro de alivio escapó de sus labios a la par que se desataba la corbata, odiaba llevar aquel artículo, no entendía el por qué de dicho complemento en las etiquetas modernas. Adentrándose en lo que él concebía como el salón de la suite, donde un enorme sofá de terciopelo rojo decoraba el centro, frente al mueble una mesa baja complementaba aquella zona que daba a una gran televisión; pero la atención de Samael fue al pequeño bulto que había en la gran mesa situada pocos pasos hacia la otra dirección de la sala.

Sólo él tenía acceso a aquellos aposentos, sabía que ningún trabajador del Hotel, staff o limpiador habría entrado por lo que, tras una minúscula pausa para sacar un paquete de cigarrillos del boslillo del pantalón y encenderlo con un Zippo metálico, decorado con una serpiente con ojos formados por esmeraldas, se plantó delante de la mesa para poder observar qué era aquello.

Un libro, Samael pasó su índice derecho por la cubierta, el tacto era rugoso indicando que era de cuero. Con el roce de su piel varios símbolos comenzaron a dibujarse en el cuero, como si hubieran sido grabados con un metal caliente sobre la piel, símbolos que para una persona podrían ser identificados como garabatos pero que para Samael tenían mucho sentido; comenzaron a formar un círculo doble, letras en cada zona cardinal y una marca en su interior.

Sonrió y dio una larga calada al cigarro.

Las cosas empezaban bien.


S.