La niebla cubría el Bosque de los Vientos del Alba, un gris espeso que se enroscaba en las ramas y convertía los árboles en sombras espectrales. Era una mañana sin cantos de pájaros, sin murmullos del viento, como si la naturaleza misma supiera que algo oscuro acechaba en sus dominios. Entre las sombras, el guerrero élfico Kaelen avanzaba, siguiendo las huellas desiguales y profundas que cortaban la tierra. Cada paso lo acercaba a una presencia que sentía como una quemadura en su pecho: Drúhen, el monstruo impío que se había alzado en las profundidades del bosque, reunido de carne y odio, compuesto por los cuerpos de los caídos.

A su lado caminaba Faerion, su más cercano amigo y camarada. Juntos habían defendido los límites del bosque durante años, enfrentando criaturas y bestias, pero nunca habían conocido el horror que representaba Drúhen. El rostro de Faerion mostraba determinación, aunque en sus ojos brillaba una sombra de temor.

"¿Estás seguro de que debemos enfrentar a Drúhen, Kaelen?" susurró Faerion, mientras estudiaba las huellas que marcaban el suelo.

Kaelen asintió con la mandíbula tensa, su hacha en mano, cada músculo de su cuerpo preparado para el enfrentamiento. "No hay elección. Si dejamos que siga caminando sobre Daen’Moras, acabará con todo lo que amamos. Esta… aberración debe ser destruida."

Avanzaron en silencio, hasta que el bosque se abrió a un claro donde el sol apenas lograba filtrarse, proyectando sombras inquietantes. Allí, como un cáncer de carne retorcida, estaba Drúhen. El monstruo era una masa compuesta de cuerpos retorcidos y rostros desfigurados, sus brazos deforme se alargaban como ramas malditas, y en el centro, un rostro, más espantoso que los demás, observaba con ojos huecos y brillantes, repletos de malicia y hambre insaciable.

Sin aviso, Drúhen se lanzó sobre ellos, sus brazos extendidos como garras de pesadilla. Faerion desenvainó sus armas y cargó, esquivando las embestidas de aquel monstruo. Su espada brillaba como una franja de luz en la penumbra, y Kaelen no dudó en unirse a la batalla. Pero Drúhen era una fuerza desbordante; cada herida que le infligían se cerraba al instante, su carne retorcida absorbiendo cada golpe como si fuera agua en un pozo sin fondo.

Kaelen apenas pudo ver cuando uno de los brazos de Drúhen alcanzó a Faerion, atrapándolo con fuerza en su agarre retorcido. Los ojos de Faerion se encontraron con los de Kaelen, llenos de dolor y, aun así, de una calma casi sobrenatural. "¡Kaelen, termina con esto! ¡No te detengas por mí!"

Pero Kaelen no escuchaba. Un grito de rabia escapó de su garganta, y cargó contra Drúhen con una furia ciega. Las raíces del bosque parecían resonar con cada uno de sus pasos, y el aire alrededor de él se tornó denso y casi eléctrico. Fue en ese momento, en el límite del dolor y la furia, que algo despertó en su interior. Sintió la energía de la tierra, la solidez de la roca bajo sus pies, y sin pensarlo, su piel comenzó a endurecerse, tornándose de un color oscuro, como si el mismo bosque se fusionara con él.

Con un rugido que resonó en el claro, Kaelen levantó su hacha, ahora envuelto en la dureza de la piedra misma, y descargó un golpe feroz sobre Drúhen. El monstruo gritó, una mezcla de voces agonizantes que resonaban en el aire, y retrocedió, sintiendo por primera vez la amenaza en la carne endurecida de Kaelen.

A pesar de su transformación, Kaelen no podía llegar a Faerion a tiempo. Con un último esfuerzo, su amigo logró liberar una de sus manos y lanzó una mirada final hacia Kaelen antes de que el monstruo lo consumiera por completo, fundiendo su cuerpo en la abominación que era Drúhen. La furia en el rostro de Kaelen se transformó en desesperación, pero él no se detuvo. El bosque era su piel, la tierra su armadura, y en ese momento, era más fuerte de lo que jamás había sido.

Con un grito desgarrador, Kaelen hundió su hacha con todas sus fuerzas en el centro de Drúhen, atravesando las capas de cuerpos y carne podrida hasta llegar al núcleo de la criatura. Drúhen se convulsionó, soltando un grito de muerte que resonó en todo Daen'Moras, y cayó en un montículo de cuerpos inertes, liberando las almas atormentadas que había absorbido.

Kaelen se arrodilló en el suelo, respirando con dificultad, mientras el peso de su furia se disipaba lentamente. Miró los restos de Drúhen, y entre ellos, los fragmentos de lo que una vez había sido Faerion. No podía procesar el sacrificio de su amigo, su alma destrozada por la culpa y el dolor. Había vencido a Drúhen, sí, pero había perdido a alguien invaluable. Apretó los puños, su piel aún fusionada con la roca y la tierra, como un recordatorio de la fuerza y la pérdida que acababa de experimentar. Lo único que pudo rescatar de aquella masa que perdía gradualmente su forma, fue la cabeza de su confidente y custodiador de secretos durante su existencia en los Bosques del Alba.

Tiempo después, el Concilio de Daen'Moras se reunió para deliberar sobre sus acciones. Lo consideraron un acto temerario, una búsqueda de venganza que puso en peligro a toda la comunidad. Pese a sus intenciones nobles, el consejo fue implacable. Kaelen fue exiliado, su nombre deshonrado y su presencia rechazada en el Bosque de los Vientos del Alba.

Kaelen partió en silencio, llevando consigo el peso de sus errores y el eco de su pérdida. Sabía que, aunque había vencido al monstruo, jamás podría escapar del dolor de aquella noche. Faerion estaría siempre en su memoria, una herida en su alma que nunca sanaría. Desde entonces, Kaelen vaga como un guerrero errante, llevando en su piel la fuerza de la tierra y en su corazón el recuerdo de su camarada caído, en una búsqueda de redención que quizá nunca encuentre su fin.