Evie no recordaba la última vez que había pensado en su madre sin un nudo en el estómago.

Cuando se fue de casa, tres años atrás, no fue un drama. No gritó. No lloró. Solo cerró la puerta y no miró atrás. Se había marchado porque vivir allí era como intentar florecer en cemento. Cada vez que hablaba de sus sueños, los apagaban. Cada vez que intentaba ser ella misma, la corregían. Para su madre, el diseño era un capricho y su padrastro, otro que envenenaba.

Y ella no aguantó más.

Desde entonces, el silencio fue absoluto. No hubo llamadas. No hubo mensajes.
Hasta ahora.

  • “Por si aún te importa: tu abuela murió ayer. Sé que estás muy ocupada ‘viviendo tu sueño’, así que no esperes que te guardemos un sitio.”

Evie leyó el mensaje sin pestañear.
Una. Dos. Tres veces.

No había consuelo. Ni empatía. Solo esa frialdad hiriente que su madre siempre supo usar como un cuchillo, aprendiendo de su marido.
Sintió un temblor recorrerle las manos. No supo si era rabia, tristeza o un poco de ambas.
El móvil cayó sobre las sábanas. El mundo se volvió muy callado de repente.

Pero no era un silencio normal.

El aire cambió. No se detuvo, pero parecía más pesado, como si cargara con palabras no dichas. La habitación se encogió sin moverse. Y dentro de ella… algo comenzó a vibrar. No como un sentimiento. Era físico. Real.

Primero fue una presión en el pecho. Luego, un zumbido.
Como un eco sordo que surgía desde lo más profundo.
No tenía nombre, ni forma. Solo estaba ahí, creciendo.

Evie se abrazó a sí misma, de pie en medio de su cuarto, inmóvil.
No lloró. No gritó.
Pero todo dentro de ella rugía.

Sus pensamientos eran confusos, torpes, dolorosos. Recordaba la risa cálida de su abuela, el único refugio que había tenido de niña. Recordaba la última vez que se vieron, y cómo pensó que habría más tiempo. Recordaba todas las palabras que no dijo.

Las emociones no se quedaban quietas.
Y de pronto, los objetos tampoco.

Un peine sobre la mesa tembló.
La lámpara parpadeó sin razón.
El frasco de tinte explotó tiñendo la pared de rojo.

Evie dio un paso atrás, con el pulso acelerado.
¿Qué estaba pasando?

Miró sus manos como si pudieran darle alguna respuesta. Pero solo temblaban.

No entendía nada.
No sabía si estaba perdiendo el control… o si recién empezaba a tenerlo.

Se dejó caer junto a la cama, con la espalda contra la pared, respirando hondo, como si intentara contener algo invisible. Un ruido grave, casi como una frecuencia interna, seguía palpitando dentro de su cuerpo. No era una alucinación. No era una emoción común.

Era algo nuevo.
Algo que no sabía controlar.
Algo que no quería que nadie viera.

Y sin embargo, allí estaba.
La muerte de su abuela no solo había desarmado una parte de ella.
Había abierto algo más.

Algo que no sabía cómo cerrar.