"Los remedios más efectivos, son también los más amargos."
Es bastante típico del ser humano, querer dejar una huella antes de alcanzar el momento de su fallecimiento y aunque soy uno de los más asiduos creyentes de que el ciclo natural entre la vida y la muerte, puede ser detenido, heme aquí escribiendo estas líneas, en un instante para el cual, mi enfermedad parece consumirme.
Mi nombre es Baizhu y he dedicado gran parte de mi existencia al estudio de las artes medicinales, lo cual constituye toda una ironía si se toma en cuenta mi estado actual de salud. Pero no siempre mi constitución física fue así de débil, por el contrario, solía ser quizá más resistente que la mayoría, cuando menos a la tierna edad de nueve.
Por ese entonces, no me preocupaba nada más que correr por los campos y tirarme en el húmedo cesped para contemplar el azúl del cielo, pero tal inocencia sería arrebatada poco después, justamente por una extraña patología ante la que muchos sucumbieron, era esa una de las peores plagas que azotaran a este continente.
Tuve que experimentar la desdicha de ver sufrir a mis padres ante su sintomatología e incluso despedirme de ellos sin yo llegar a contraerla, por más que en mis momentos de mayor desesperación, lo deseara con todas las fuerzas de mi alma y es que tal vez, aún debía cumplir con un importante propósito en esta tierra.
La esperanza llegó a mi pueblo natal en forma de un experimentado médico que parecía conocer siempre el remedio para todas y cada una de las dolencias. Fue gracias a él que se evitó una mayor propagación de este mal y también, el hecho de que a partir de ese momento encontrara un nuevo sentido a mi existencia.
Me aceptó el buen hombre como su aprendiz y me enseñaría a través de nuestro viaje por el mundo, no solo cada planta y flor que sirve para mejorar la salud que se ve deteriorada, sino además, el amor en todas sus posibles formas, desde la de un afectuoso tutor que cuida y protege del que aún es menor, hasta esa más apasionada, una vez que ha crecido.
La más significativa fue sin embargo, esa con la que un médico se entrega a su labor de preservar la vida, preparando remedios para aliviar los cuerpos y las almas, pues de nada serviría el mejor brebaje si el paciente no está dispuesto a ser sanado y entrega su entera confianza en quien hará su mejor esfuerzo por verle recuperado.
Él mismo encontró la forma de reparar todo lo que en mí estaba dañado y a través de su ejemplo, aprendí a escuchar verdaderamente a esos que muchas de las veces buscan dulces palabras de consuelo, para hacer pasar el trago amargo no solo del medicamento, sino incluso de su día con día, pues todos llevamos sobre la espalda una carga distinta.
La más pesada de las mías, se presentó justo el día en que cayó en cama, para no volver a despertar y es que, aunque joven todavía, arrastraba con numerosos malestares que él mismo no podía sanar. Comprendería poco más tarde su maravilloso don y también la condena por querer ir más allá de los límites marcados por las leyes de la naturaleza.
A decir verdad, experimenté en carne popia sus efectos, cuando abatido por perder una vez más a un ser amado a causa de una enfermedad, me lamentaba al pie de su sepultura. Estaba ahí mismo la serpiente albina que él siempre llevaba al cuello, como sabiendo de la tragedia y de mi dolor, para hablarme entonces, cual si se tratase de un espejismo.
Su nombre era Changsheng y habiendo cumplido con todas sus condiciones, me ofrecía un singular contrato, el mismo que sellara con mi amado y el culpable de haberle arrebatado el último aliento. La razón por supuesto me dictaba clara que debía negarme, pero el corazón fue más fuerte al saber, que gracias a su poder muchas otras personas serían salvadas.
Tomó así mis pupilas el sobrenatural ser y me entregó las propias, símbolo de un pacto inquebrantable que se transmitió generacionalmente hasta llegar a mí, el nuevo huésped que prolongaría con ello sus ya cientos de años y recibiría a cambio la regulación de su chi, como una promesa de salud y larga vida, siempre tentada por una capacidad sin igual.
Tener un corazón puro era sin duda su requisito principal y entre mayor lo sea, más seducido se verá el portador ante la idea de transgredir la mortalidad de aquellos que sufren, atrayendo con ello la muerte propia en un delicado equilibrio difícil de quebrantar, pero desde que conociera la historia detrás de este don, me he dispuesto a ser el último.
Hoy en día, habiéndome establecido en el puerto de Liyue para atender a cada caso de dentro o fuera de la ciudad, además de exportando mis remedios con gran éxito hasta los más lejanos sitios, los rumores respecto a mi persona se han esparcido como un virus, muchos de ellos hablan de mi capacidad para sanar, otros tantos de mi supuesta obsesión.
No dejo de pensar que un buen médico debería ser capaz de entregar un pedazo de sí mismo a cada uno de los pacientes que trata y gracias a mi nívea amiga, puedo conseguirlo realmente, pues cuando la gravedad del caso lo requiere, parte de mi energía vital es transferida al afectado para darle alivio y de no curarle, su enfermedad haría resguardar en mi cuerpo.
Encontrar la salvación ante mi único mal, la mortalidad, es mi propósito, pero aún si no he de conseguirlo a tiempo, quiero asegurarme de disfrutar cada instante, pues son precisamente las cosas más sencillas las que dan sentido a la existencia, y fuera de eso, espero haber dejado una marca más notoria que unas simples palabras, escritas a media noche.