Desde hace meses, Hebe ha comenzado a descender con frecuencia a la Tierra. No por curiosidad hacia los mortales, sino por una gula que no se sacia: la necesidad de sentir su esencia en el mundo. Sin embargo, en este nuevo ciclo del año 2025, ha cruzado caminos con seres fuera del Olimpo, criaturas y dioses ajenos a su linaje.

Al observarlos, ha comprendido que la vitalidad rara vez es atribuida a una divinidad. El amor, el apoyo y la interacción social parecen ser las fuentes más comunes de energía entre humanos y seres sobrenaturales. Pocos creen que la vitalidad proviene de sí mismos o de un poder divino. Ese pensamiento la entristece. Su nombre, antaño invocado con fervor, ha caído en el olvido. Pero no se resigna. Dispuesta a sembrar nuevamente la fe en su existencia, deja pequeños rastros de su influencia, ayudando en las sombras.

La juventud, en la Tierra, le resulta un fenómeno fascinante. Es un instante fugaz, donde la belleza y la energía resplandecen antes de desvanecerse con el tiempo. Hebe siente una punzada de envidia. Los humanos la viven con intensidad porque saben que es efímera. Ella, eterna y atrapada en sus diecinueve años, jamás conocerá esa sensación.