Phillip tenía 7 años cuando el sol no volvió a salir en su pequeño pueblo al norte de Inglaterra. Para cuando llegó el medio día, la incertidumbre inicial se había convertido en hostilidad y descofianza entre los habitantes. Con la paranoia se desató el caos, pisadas irregulares y metales chocando anunciaban algo que era imposible de ver entre esa espesa niebla oscura. Mientras algunos se escondían, otros improvisaban la defensa de su pueblo ante lo desconocido.
Phillip era un niño valiente y calmado. Por eso cuando tuvo que salir de su escondite para escabullirse entre el fuego, el lodo y la sangre; mantuvo un perfil bajo para no ser detectado por lo que alguna vez fueron sus vecinos y conocidos, ahora convertidos en carcasas que respondían a instintos muy básicos.
Los vigilantes del abismo llegaron cerca de las 8p.m. en busca de sobrevivientes, Phillip era la única figura erguida y racional entre todos esos cuerpos que tuvieron que "limpiar".

— La historia del niño que sobrevivió a una anomalía y fue rescatado por la organización. Esa ya me la habían contado, aunque nunca con nombres. —exclamó una voz femenina que luchaba por mantener su atención en una historia que ya conocía.
— No es esa historia, déjame terminar... —replicó un hombre disgustado por la interrupción. 
— Más vale que esto valga la pena.
— El niño no sobrevivió, murió en mis brazos. —una pausa le daba tiempo al hombre para elegir sus palabras.— Lo sé porque yo mismo me encargué de apagar ese fulgor rojo en sus ojos.