Te esperé bajo el árbol aquel,

el que prometiste volver a ver,

donde tus palabras dibujaron futuros,

donde tus ojos me hablaron de eternidad.

Dijiste que el tiempo no importaba,

que volverías, aunque el mundo cayera,

pero el tiempo, cruel y silencioso,

se llevó hasta el eco de tu voz.

 

Cada día, miré el horizonte,

buscando tu sombra entre los vientos,

pero solo llegaron las noches largas,

y en ellas, la luna me susurraba mentiras.

 

Creí en ti como se cree en el sol,

que siempre vuelve después de la tormenta.

Pero tú… tú fuiste tormenta sin fin,

un aguacero de ausencias que nunca cesó.

 

Mis manos, aún vacías de ti,

tienen el peso de todas las promesas rotas,

y en mi pecho, la esperanza murió lenta,

como una vela que se apaga sin despedida.

 

Le puse tu nombre a una de las estrellas

que brillaban en el cielo ese día.

Pensé que así, al menos, te tendría,

que tu luz siempre estaría allí,

para recordarme que aún podías volver.

Pero hoy solo puedo observar un cielo vacío,

donde puedo ver tu nombre,

pero no esa estrella.

 

¿Por qué me dejaste soñar tanto?

¿Por qué llenaste mi corazón de luces,

si sabías que la oscuridad vendría,

y yo quedaría aquí, esperando?

 

El árbol sigue ahí,

pero tus pasos nunca rozaron su sombra.

La tierra se ha secado bajo mis pies,

y las hojas ya no cantan con el viento.

 

Hoy, me siento solo con mi dolor,

abrazando las mentiras que me diste,

y mirando un cielo donde ya no hay estrellas,

solo vacío, donde juraste que brillarías.

 

Y ahora sé, con la certeza de lo inevitable,

que la muerte no es lo que duele,

sino la vida que me dejaste vivir,

esperando por alguien que nunca fue real.

 

Para vosotros, de nosotros, mis esperanzas y yo. ~G.W