Sonrío,
como quien oculta un secreto entre los labios,
una última verdad que nunca diré en voz alta.
La muerte, paciente y serena, me mira desde lejos,
no hay prisa en su abrazo,
solo un acuerdo silencioso,
un pacto que ambos entendemos sin palabras.
El dolor se ha vuelto casi amable,
dulce en su constancia,
una melodía suave que acompaña cada latido.
Hay algo hermoso en esta herida abierta,
algo en el vacío que me sostiene,
como si el abismo fuera, en el fondo,
solo otro hogar que aún no he tocado.
La esperanza todavía cuelga del cielo,
como una estrella que apenas se ve entre las nubes.
Le sonrío también, a veces,
aunque sé que sus luces son tenues,
y que las sombras siempre la alcanzan.
Es una flor que riego con manos temblorosas,
pero las raíces parecen cansadas,
como si supieran que no pueden florecer aquí.
Sonrío, y en mi sonrisa hay despedida.
No de palabras,
sino de pequeños gestos que nadie nota.
Cada paso, cada respiro,
es un adiós disfrazado de normalidad,
como si me desvaneciera en cámara lenta,
y el mundo continuara su curso sin mí.
La derrota se sienta a mi lado,
pero no es cruel,
me habla con suavidad,
como una vieja amiga que ya no pretende luchar.
Y mientras el día se apaga lentamente,
sigo sonriendo,
porque no quiero que sepan
que ya me he ido un poco,
que en cada risa he dejado pedazos de mí.
A veces, me miro y me descubro,
finjo ser quien creo parecer,
un reflejo que se quiebra entre ilusiones,
parezco fingir quien creo que soy,
un enigma envuelto en risas y sombras,
un ser que camina entre vosotros,
para vosotros, de nosotros,
la tierra y yo.
La muerte no tiene prisa,
y yo tampoco.
Nos observamos de lejos,
cómplices en este juego de silencios,
donde el final ya está escrito,
pero el destino se ha quedado sin tinta,
y mi vida será una historia con final abierto.
Para vosotros, de nosotros, la tierra, la muerte y yo. ~G.W