Las introducciones son contemplaciones de lo que se desea conocer en su totalidad, pero de manera resumida. Constituyen aportaciones, palabras que relatan lo que todos anhelan escuchar para obtener una reacción positiva y cautivar a las almas somnolientas que, tras leer unas pocas páginas, creen que lo que han visto ya es la realidad. Sin embargo, a veces la situación se vuelve más compleja, y cuando una línea reafirma lo que siempre hemos creído, no somos capaces de ver la verdad en su totalidad. No atendemos a las razones. Muchos llegarán aquí y dirán que soy una persona excesivamente profunda, pero en realidad soy más sencillo de lo que parece, aunque mi creatividad, desde una perspectiva externa, puede resultar desconcertante debido a su incesante expresión. Nunca me callo. Siempre fallo. Siempre dejo margen para el error. Bueno, lo anterior es una mentira, pero lo de fallar, no.
Tengo treinta y tres años, creo; eso es lo que dice mi identificación. Mido algo más de un metro ochenta, aunque nunca me he molestado en medirlo con precisión. Siempre he gozado de buena salud y las visitas al médico son escasas. Soy un hombre y, a veces, desearía ser un niño. Me llaman Sinclair, ya sea por costumbre o por otro motivo. No sé por qué le tengo tanto aprecio; ¿será porque mi padre fue un buen hombre? Le invito a reflexionar conmigo, o más bien a perder el tiempo, porque también está bien perderlo, ¿no?
Lo que más llama la atención es mi profesión, un hecho que, sorprendentemente, todos conocen, pero que a menudo resulta confuso cuando lo pongo en práctica. Sí, soy un profesional similar a un psicólogo, pero desde una perspectiva externa; me encargo de buscar la información que usted desea y de verificarla, determinando si sus inquietudes mentales son reales o no. A menudo, suelen ser reales, lamentablemente, pero no se preocupe. Es una situación frecuente. De hecho, apoyo esta ocurrencia, ya que si no fuera así, me quedaría sin trabajo.
Mi oficio consiste en investigar la verdad: demostrar, cautivar, espiar y conocer. Me dedico a observar qué hacen las personas cuando creen que no hay cámaras ni miradas indiscretas. Cuando menciono que soy detective, algunos se alarman y otros creen que eso reduce el aura de misterio que me rodea. Sin embargo, considero que normalizar mi presencia, que aceptar que existo, hace que el trabajo sea más cercano y evita que se me atribuya la faceta de un Sherlock Holmes cuya identidad está tan protegida como la de Batman en sus primeras ediciones. Básicamente, porque no soy ni uno ni otro. Soy un detective, pero no un inspector de hacienda. Cobro como un profesional privado, aunque soy funcionario, y debo admitir que disfruto más de los casos opcionales que de los obligatorios.
Con esta nota, firmo para quienes deseen leer más de quinientas palabras, con la esperanza de que lo escrito aquí sirva para clasificarme de ciertas maneras, pero sobre todo, para conocerme a mí: al detective Sinclair. Un nombre que puede sonar a película, pero, lamentablemente, es una realidad.