Aemond contaba once años cuando comenzó a recibir terapia. Alys, su terapeuta, había sido recomendada por Larys Strong, medio hermano de la profesional y socio de negocios de Alicent Hightower.
Aemond era apenas un neófito al mundo, y en él se manifestaba una temprana obsesión. Un año antes, su sobrino Lucerys le había arrebatado un ojo en una contienda absurda, convirtiéndose en la principal causa de su insomnio. Con el tiempo, había desarrollado la costumbre de acecharlo en las redes sociales (un uso desmedido del internet no resolvía el problema, pero Alicent quería consentirlo en todo, para mitigar su culpa), juzgando su vida en silencio, reflexionando sobre él y las distintas maneras de devolverle "el favor". Incluso lo inscribieron en clases de esgrima para canalizar su ira en un deporte productivo y elegante. Contrariamente, esto estimuló su sed de venganza. En ocasiones, esperaba a Lucerys a la salida del colegio, oculto, y lo seguía a casa, aguardando el día en que su valor fuese suficiente para clavarle la navaja en el iris.
Alys cambió esto. Para cuando Aemond cumplió dieciséis años, ya tenían una terapia bien establecida. Música de su agrado, sahumerios, ventanas cerradas y la única fuente de luz eran velas aromáticas. Ella siempre buscaba darle la razón con dulzura, orientarlo hacia alternativas que despejaran su mente y redirigir su odio hacia otros sentimientos. Aemond logró dejar de acechar a Lucerys, perdió (más o menos) el interés en buscar venganza, y encontró la manera de evadir la conversación cada vez que se mencionaba su nombre. En reuniones familiares inevitables, se clavaba en su teléfono, ignorando la presencia de su victimario. Ningún pensamiento intrusivo, salvo: "¿Qué me diría Alys en este momento?" Buscaba su aprobación a toda costa, siguiendo el camino que ella, gentilmente y por una buena suma, había iluminado.
Mientras tanto, la terapeuta tenía sus propios intereses. Apenas su paciente favorito alcanzó la mayoría de edad, sus faldas se acortaron, sus escotes se pronunciaron, sus perfumes se volvieron más fuertes, y ella elegía la música y el tema de conversación. Así, la atracción del joven lo doblegó a los deseos de su terapeuta. Alys consiguió que Aemond, embargado por los celos, le proporcionara un salario mensual que le permitió dejar de atender a otros pacientes. Sólo él existía en su vida. Sus sesiones eran exclusivas, y sus bolsillos se llenaron mientras la obsesión por Lucerys, latente en el psique del Targaryen, recaía en ella. No se había curado. Alys había llevado a Aemond, conscientemente, a transferir su deseo de venganza a uno de posesión hacia ella.
Los años pasaron, y Alicent escotomizó su horror ante la situación que bien conocía (pues la mujer en quien confió la salud mental de su vástago quedó embarazada en uno de aquellos encuentros). Poco a poco, su hijo había caído en las redes de la ambiciosa psicóloga.