Cuando Eunji llegó a casa esa tarde, solo el silencio y los maullidos de Leo la recibieron. Mirase por donde mirase, no había rastro de Hyweon. Desde que esta había empezado a vivir en su apartamento, la policía estaba acostumbrade a ser recibida siempre por su saludo, una cálida sonrisa y, si tenía suerte, un abrazo. Por las circunstancias que habían motivado la apresurada mudanza de la otra mujer junto a ella, no pudo sino alarmarse por la ausencia de la más joven, hasta que sus ojos se posaron en un par de sobres abandonados en la mesa de la cocina.

Sin tardar ni un segundo, los examinó, y tomó el que parecía estar dirigido a su persona entre sus manos. Cada detalle estaba cuidado y, claramente, realizado con mimo. Desde la elegante caligrafía que rezaba su nombre, hasta los intrincados pero elegantes ornamentos que adornaban el azulado papel del envoltorio. Con cuidado de no romper o dañar tanto el propio sobre como el sello de lacre que lo mantenía cerrado, lo abrió para revelar su contenido. Según decía la carta, había sido invitada a la importante gala en la que se celebraría el primer aniversario de Ficrol. Al terminar de leer la misiva, suspiró aliviada, si sus suposiciones eran ciertas, aquella sería la explicación de por qué Hyweon no se encontraba allí a su llegada.

Espera. Espera, espera, espera. Si este era el motivo por el que la rubia había salido, probablemente para comprar ropa adecuada para el evento, eso significaba que, verdaderamente, tenía intención de ir. Y si ella quería ir... Eunji también tendría que hacerlo. 

No es que pensase en la posibilidad de aprovechar la ocasión para impresionar a la más joven, o que estuviese intrigada por la clase de traje o vestido que ésta fuese a llevar. No, no, para nada se trataba de eso. Claramente el principal, y único, motivo por el que Eunji se inclinaba hacia la opción de asistir a aquella gala a la que ambas habían sido invitadas era para poder protegerla. Después de todo, con aquel psicópata suelto, seguía estando en peligro, estuviese donde estuviese.

Vale, lo mejor era dejarse de tonterías. Un evento tan importante y, según parecía, grande, contaría con una buena operativa de seguridad, por lo que, realmente, no tenía motivos para preocuparse, al menos, la noche de la ceremonia no. 

Desmontada su propia mentira, solo le quedaba afrontar el hecho de que, quizá, sí le apetecía ir. Solo un poco. Y desde luego, por mucho que intentase negárselo a sí misma, el motivo por el que estaba dispuesta a asistir a una gala que, con toda seguridad, estaría llena de gente, era, única y exclusivamente, la idea de compartir una noche especial con la más joven más allá de sus veladas de cine ataviadas con el primer pijama que hubiesen encontrado en el fondo de sus armarios. No, no iba a ser agradable estar rodeada de tantas personas, pero, si se centraba en ella, podría pasar una buena noche. Sí, podría disfrutar de aquel evento.

Solucionada la primera incógnita y hechas las paces con su honestidad, solo quedaba un problema. Un problema muy grande. Porque... no podía presentarse en chándal, ¿verdad? No, no. No podía presentarse en su desgastado chándal gris en aquel lugar. Así no iba a impresionar a la rubia, y... bueno, seguro que si iba vestida de aquella forma, acababa convertida en el nuevo meme de la comisaría... otra vez. No, nada de chándal gris. MIERDA, TENÍA QUE COMPRARSE UN VESTIDO.

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Demasiadas horas más tarde, con varios cientos de dólares menos en la cuenta bancaria, eso iba a doler durante meses, se encontraba preparada para asistir, por fin, al evento. Ni siquiera había tenido tiempo para comunicarse con Hyweon, pero, en cierto modo, lo prefirió. Así, tanto una como la otra, se verían sorprendidas respectivamente. 

Como, obviamente, no podía llegar a la celebración con su viejo y destartalado coche, eligió la opción de tomar un Uber. Antes de poder darse cuenta, ya se encontraba en la ubicación señalada, caminando hacia la entrada. Como si de una ceremonia internacionalmente famosa se tratase, quizá lo era, una elegante alfombra roja cubría el suelo, dirigiéndose hacia la entrada del magnificiente edificio en el que se celebraba el aniversario de Ficrol. 

- Vamos allá... - Susurró para sí misma, al tiempo que sus pies alcanzaron el inicio de la alfombra. Lo único que podía escuchar era el casi ensordecedor ruido continuo de los flashes de las cámaras fotográficas que portaban los periodistas apilados tras las vallas que ejercían de contención para evitar la invasión de los paparazzis.

La noche acababa de comenzar.