Ya entrada la noche, Kharz se retiró a la posada «El Ganso Dorado», donde residía desde su llegada a Castlebourne. Seguramente, mañana saldría a visitar al herrero que le quedaba cerca de la posada.

Pero aquella noche, no fue tan tranquila como muchos pensarían…

En medio de la campiña, había una modesta parcela de tierra que pertenecía a un matrimonio de existencia algo… Miserable. El hombre era de un carácter áspero y desagradable, y su esposa era una persona hastiada y tediosa. El motivo de que siguieran juntos no parecía estar claro, pero puede que aún quedase algo de cariño y respeto entre ambos a pesar de las "agradables" conversaciones entre ambos.

Pero esa noche ocurrió algo inaudito.
Empezó como un breve resplandor que rompió la noche, al que siguió una onda expansiva y un estridente sonido, similar a un cuerno de guerra. Incluso la tierra tembló. Algo había… ¿Impactado contra sus tierras?

—¡Me cago en la leche, Edgar! ¿Qué coño era eso?—dijo Janice, la esposa, acercándose a la ventana para ver qué había pasado. La oscuridad de la noche, que recientemente había vuelto, no le dio detalle alguno.

—Ha tenido que ser Pierce, ¡ese cabrón nos tiene ganas desde hace meses!—dijo Edgar, el esposo, levantándose y colocándose tras su esposa—. ¡Hijos de puta, lo que sea que hayan tirado ha caído cerca del granero!

No vieron, amparado por la oscuridad, la figura del "algo" que se encontraba en el centro del "impacto". Tierra y brezales chamuscados rodeaban a lo que era una criatura, que desde la oscuridad dedicó una inhumana mirada a la casa que tenía a unos 150 metros de sí. A su lado, un granero parcialmente destruido por la llegada de la criatura crujió, a lo que aquel "algo" se introdujo por la abertura que había causado su llegada, y escondiéndose entre la paja del interior. Al poco, el granero acabó por ceder y se derrumbó.

—¡Me cago en sus putos muertos!—gritó de forma desagradable Egdar—. Janice, quédate dentro y no molestes. ¡Voy a matar al cabrón que nos ha reventado el granero!

El campesino, con gesto de mala gana y con una horca en ambas manos salió de la casa hacia su destruido granero, con paso apretado. Estaba furioso: ¡seguro que había sido el cabrón de Pierce, un tremendo hijo de puta!

Desde su improvisado escondite, el "algo" observaba a quien se acercaba: chasqueó de una forma desagradable, satisfecho y pasó a ocultarse.

—¡PIERCE!—gritó Edgar—. ¡SAL, CABRÓN! ¡TE VOY A TRINCHAR!

El silencio recorrió la campiña, y el granjero se acercó hasta la derruida estructura, rabioso.

—¡Sal de mi puto granero, hijo de remil!

—𝚃𝚎 𝚕𝚘 𝚊𝚍𝚟𝚒𝚎𝚛𝚝𝚘. 𝙽𝚘 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎𝚜 𝚙𝚘𝚜𝚒𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍. 𝙳𝚎𝚙𝚘́𝚗 𝚝𝚞 𝚊𝚛𝚖𝚊, 𝚑𝚞𝚖𝚊𝚗𝚘.—aquella voz, fuerte y profunda, surgió de la derruida estructura. No parecía una voz humana. El granjero pareció no amilanarse, y gruñó, aferrando con fuerza la horca.

—Tendrás que arrancármela de mis manos muertas, hijo de puta.

—𝚂𝚎𝚊 𝚙𝚞𝚎𝚜.

Y un fuerte chirrido surgió del granero, a la vez que este reventaba hacia fuera, descubriendo al "algo" que había advertido a Edgar.

Edgar ni siquiera pudo gritar ante el ataque del ser más aberrante que había visto en su vida, y no pudo oponer resistencia mientras la criatura se abalanzaba sobre el miserable campesino para depararle una muerte horrible…