De todas los adjetivos con los que podía calificarse a los Demoux, estaba claro que "aventureros" no era uno de ellos.

Charlize y Edgar Demoux se conocieron en la escuela de niños y crecieron juntos, ambos dedicándose a distintas labores dentro del Cortijo del Duque Camilo I. Edgar entró en la academia militar a los trece años, preparando al reino para alcanzar la grandeza que un día alcanzaría.

Mas en aquel entonces, Springflur no era sino una sombra de lo que había llegado a ser. Con las bendiciones de Maizu y Osdara era un buen lugar en el que criar a sus hijos. Así que Edgar no tardó en pedir matrimonio a Charlize, tras asegurar un trabajo como jefe de seguridad en el cortijo. Charlize, una mujer sencilla y de carácter fuerte, acabó por centrarse en la costura. Era una buena forma de ganarse la vida, e incluso llegó a trazar amistad con La Duquesa Emérita doña Rosa.

La vida era buena en aquellos tiempos. Sencilla.

Y entonces, Eloise llegó al mundo como un regalo de las Hadas. El anuncio del embarazo de Charlize llenó la casa de alegría y satisfacción, puesto que la joven pareja lo había intentado durante mucho tiempo sin éxito. 

El infortuno no tardaría en llegarles. Durante las fiebres rojas que azotaron al reino, Charlize cayó víctima de la terrible enfermedad, y su cuerpo, debilitado por el embarazo, no pudo hacerle frente. Los médicos advirtieron a Edgar que podían salvar a la niña, pero no pudieron decirle nada sobre su esposa. Roto por el dolor, se reunió con su amada en la última noche.

En su lecho de muerte, Charlize solo le hizo una petición. Le dijo que había visto en sueños a Eloise convertida en una joven preciosa y radiante, y que le esperaba una vida feliz tras un camino de adversidades.

— Edgar... —Advirtió—. Cuando llegue el momento, déjala ir. No la detengas. Si lo haces... la condenarás.

Al principio, el hombre no entendió a qué se refería su esposa. Sus palabras permanecieron un misterio para él durante mucho tiempo, y no las entendería hasta el día de su propia muerte. 

Aunque no debemos adelantar acontecimientos. Tras la muerte de Charlize, Edgar quedó destrozado. Se planteó seriamente llevar a Eloise a un hospicio, puesto que no se sentía capaz de sacar adelante él solo a la criatura. No tuvo corazón para hacerlo, y siguiendo las recomendaciones de todas las mujeres del poblado, se convirtió en la perfecta comadrona.

La pequeña Eloise le seguía como un perrito faldero a todas partes, y Edgar, viendo lo mucho que se parecía a él, no tuvo corazón para odiarla por lo que había sucedido, tampoco para culparle. Eloise era su regalo de las Hadas, un presente al que debía cuidar y proteger. 

Edgar se volcó completamente en el cuidado de Eloise, le aseguró una vida despreocupada y feliz en su pequeña casa en el Señorío del Sur. Le permitió acceder a la educación que solo se permitía a los chicos en aquella época y él mismo le habló de astronomía, de leyendas, de magia y del mundo que había ahí fuera. De vez en cuando incluso la llevaba consigo en sus viajes al Ducado del Sur, donde Eloise se perdía en los inmensos jardines de rosas durante horas, jugando a buscar tesoros ocultos y a perseguir a monstruos imaginarios.

Su padre le forjó un carácter de aventurera, y Eloise creció sin ningún anhelo de sentar la cabeza. Al cumplir los catorce años, Edgar empezó a preocuparse por aquella actitud, presintiendo que iba a darle muchos dolores de cabeza. No se equivocaba. El carácter fuerte de Eloise se parecía mucho al de Charlize, y no tardaron en empezar las discusiones relacionadas con el futuro de Eloise.

— ¡No pienso casarme! —Rezongaba la joven—. Ni tampoco a quedarme en este pueblo como una simple costurera. Deseo ver el mundo, padre. Quiero conocer ese continente tan maravilloso del que me has hablado.

— Eloise... no seas ingenua. Aquí tienes una vida feliz y segura. ¡Mírate! Solo eres una niña, no sobrevivirías ni dos días fuera de casa.

No sabía cuánto se equivocaba. Llegaría a aprenderlo algún día, sin embargo.

Los años pasaron, las discusiones empeoraron cuando aparecieron los primeros pretendientes a Eloise. Empeñada en estudiar magia, la joven amenazaba constantemente con fugarse. Su padre perdía los papeles con ella constantemente, tratando de meterle en las sienes un poco de sentido. Nunca tuvo mucho éxito.

— ¡¿Pero qué tiene de malo el joven de los Cork?! Es apuesto y tiene un buen oficio.

— Yo no le amo, papá.

— ¡Tampoco le has dado ninguna oportunidad!

— Ni se la voy a dar. Es cruel con los niños y los animales. —Eloise se bajó del carro donde viajaba con su padre—. He decidido que voy a estudiar magia en la academia de Hvit.

— ¡Otra vez con esas tonterías! —Exclamó Edgar, sus huesos se quejaron ante el repentino movimiento—. ¿Cuándo vas a entrar en razón, Eloise? Aquí hay ya una vida para ti. Una vida buena.

— ¡No es la vida que yo quiero para mí, padre! —Se quejó la muchacha, con sus ojos verdes clavándose en los del hombre. Diablos, en aquellos momentos se parecía tanto a él mismo de joven—. ¡Quiero ver el mundo! ¡Quiero ser libre! ¡¿Es que nunca has querido algo más para ti que esto?! —Eloise soltó un gemido de frustración—. Mira, papá, creo que este mundo es hermoso, creo que tienes razón... quiero experimentar esa belleza. Ese es mi camino.

Edgar se quedó en silencio. No se atrevió a decirle que no, que aquello era exactamente lo que siempre había anhelado. Un hogar, una familia, a Charlize y a Eloise y su trabajo con el Gran Duque Camilo. Edgar no era un aventurero, nunca nadie de su familia lo había sido. 

Por primera vez, la paternidad le quedó demasiado grande a Edgar, quien continuó el resto del viaje en silencio para la frustración de su hija.

Aquella noche, antes de irse a dormir, tras terminar sus rezos a Osdara, recordó la promesa que había hecho a su mujer antes de su muerte. Escuchó a Eloise escabullirse por la ventana de su habitación y supo que había llegado el momento. Resignado, se dejó caer en su lecho.

Debía dejarla ir.

Se preguntó si alguna vez volvería a verla.

*

No muchas particularidades sucedieron durante el trayecto de Eloise, más allá de que conoció a un sencillo muchacho con el que intercambió direcciones para mantener correspondencia. Era muy apuesto, pero en aquel momento otra voz llamaba a Eloise, atrayéndola hacia el arte de la magia.

Para poder pagar sus estudios de magia, Eloise comenzó a trabajar en una pequeña panadería de Hvit, justo en la plaza central. Pese al agotamiento de tener que trabajar y la demanda de sus estudias, nunca cejó en su causa. En Fjellriket aprendió muchas cosas, sobre la magia, sobre el mundo y, más importante, sobre sí misma. Eloise dejó de ser una niña soñadora con tendencia a la abstracción y una poderosa imaginación, y se transformó en una mujer completa y fuerte, capaz de valerse por sí misma sin ayuda de nadie.

En su segundo año de estudios, una noticia repentina cambiaría su vida para siempre.

Con manos temblorosas, recibió correspondencia del Cortijo del Gran Duque Camilo, señalando que Edgar Demoux había sido acusado de alta traición por defender a una familia Dorcha y exhiliado a Toanma. Aquello rompió el corazón de Eloise, puesto que ya por aquel entonces sabía que aquella ciudad estaba maldita y era peligrosa y cruel con los recién llegados.

Rápidamente abandonó la academia camino a la ciudad de Brasov, donde habían destinado a su padre. Durante el viaje, apenas durmió ni comió, era incapaz de concentrarse. Su padre era lo único que le quedaba en el mundo, y un sentimiento de aguda culpabilidad le azotaba sin piedad, ¿Hubiese sido diferente si se hubiese quedado allí con él? ¿Hubiese logrado cambiar algo? ¿Había sido egoísta al abandonarle para vivir su propia vida?

Brasov era una ciudad caótica, de luces ténues y cubierta por una pesada neblina producto de las fábricas que expulsaban terribles vapores. Después del aire puro de Fjellriket, casi le costaba respirar allí. Las calles eran estrechas, los edificios estaban torcidos y decorados con guijarros. Donde quiera que fuese había vagabundos en las calles, animales abandonados y niños sucios y piojosos que correteaban sin miramientos. 

Eloise sorprendió a varias personas tratando de robarle, engañarle y estafarle en cuatro ocasiones separadas, y eso tan solo el primer día de haber llegado allí. La experiencia fue traumática y agotadora para Eloise, que volvió a su mugrienta habitación en un triste y cochambroso hostal sucia, con la cabeza llena de liendres y desesperanzada. Aquella horrible ciudad a la que habían condenado a su padre no poseía ni un ápice de bondad, ¿Qué iba a hacer un viejo como él, que había dedicado su vida a servir a su amo? Su padre no era un guerrero, ni un trabajador manual. En las fábricas en las que había buscado no le habían dado ninguna pista, y sólo la habían tratado con duras palabras. ¿Cómo podía existir tanto odio en un solo lugar? Era casi como si la vida hubiese abandonado la ciudad. Incluso su magia era ineficiente y tardaba en responder allí.

Eloise no encontró respuestas a sus preguntas. Se fue a dormir en un lecho lleno de chinches, sufriendo picaduras por todo su cuerpo. No se rindió, sin embargo; continuó buscando. Días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. Nada. Ni rastro de su padre.

Nadie quería ayudarle, y eran muchos los que vivían en una tragedia como la suya, con familia desaparecida... hijos, hermanos y maridos perdidos en las fábricas de Brasov y Sibiu.

Eloise recibió una carta de la academia, advirtiéndole que, pese a que entendían su dolor y sus motivos, no podían seguir esperándola eternamente.

Rota por el dolor y la confusión, incapaz e impotente, Eloise se echó a llorar cuando un soldado de Springflur, apostado en la frontera, le dirigió una respuesta seca y cortante. El muchacho quedó sorprendido por la reacción de la joven, claramente incómodo por las lágrimas de la muchacha que, en otro momento, había sido bastante hermosa.

— Escucha... —Carraspeó el joven—. Aquí todos recordamos a Edgar. Era un buen hombre, y no entendemos por qué hizo lo que hizo, pero... yo... —El hombre vaciló, sin atreverse a mirar a la joven—. No sabía que tenía una hija, lo siento mucho.

Eloise alzó la mirada, con sus verdes ojos anegados en lágrimas. ¿Qué quería decir con aquello? ¿Por qué lo sentía?

— Mira, niña... —Exhaló un suspiro, tomándola con suavidad del brazo para apartarla a un lado.

Aquel era el primer gesto cálido que Eloise había recibido en mucho tiempo, y su reacción fue extremadamente visceral. Su cuerpo se juntó al del soldado, que la acogió tranquilamente, probablemente acostumbrado a aquellas reacciones. Eloise se sintió estúpida, y débil, pero necesitaba de aquella piedad que aquel joven le estaba dando, aunque fuese una mentira, la necesitaba.

— Tu padre... aquel día... nadie llegó a la frontera. Estaba viejo, y desgastado desde hacía tiempo. Muchos opinaban que estaba dejándose ir. Quizá fue lo mejor que el Duque se apiadase de él. Mejor que mandarle a este condenado infierno.

No fue la idea de haber perdido a su padre lo que hirió a Eloise.

En el fondo, ella ya sabía que su padre estaba muerto. Era algo que había asumido durante el primer mes de búsqueda infructuosa. Tras comprobar las condiciones de vida de Brasov, de hecho, estaba casi agradecida de que el viejo jamás hubiese llegado a ese lugar.

No, lo que le dolió fue la forma casual de aquel soldado de dirigirse a su padre, de hablar de su muerte, como si no significase nada, como si en el mundo fuese completamente normal que alguien tuviese suficiente poder como para decidir sobre la vida de un inocente, de alguien que jamás había herido a una mosca.

La visión de Eloise se nubló por la rabia y las lágrimas no pudieron parar de fluir. Miles de emociones convergieron en su interior; desprecio, odio, sed de venganza, tristeza y melancolía. Quiso reír, quiso gritar, quiso matar a aquel estúpido soldado, quiso que la abrazase y le dijese que todo iba a salir bien.

No pudo hacer ninguna de esas cosas.

— ¿Enterraron su cadáver al menos? ¿Podré decirle adiós?

No recibió respuesta. El soldado le lanzó una mirada, con una mezcla de condescendencia, arrepentimiento y vergüenza que marcó a Eloise para siempre. Aquel hombre no podía saber que acababa de tallar una muesca increíblemente profunda en su corazón. Aquella mirada triste y resignada de un hombre que solo obedecía. Su mundo estaba muy lejos del de Eloise en aquel momento.

— Gracias. —Murmuró la joven, invocando una llama de fuego para prender la foto de su padre. 

El soldado retrocedió, sorprendido por la repentina aparición de la llama. El papel se prendió rápido, y las cenizas sobrevolaron el cielo gris. Sorprendentemente, y pese a la falta de aire, sobrevolaron el cielo de Springflur.

Sin nada más que decir, Eloise partió de vuelta a su hostal. Una vez allí se aseó, se duchó y preparó una serie de pociones para curar sus enfermedades y librarse de las liendres. Se dio un baño caliente por primera vez desde que había llegado y conjuró una protección en las sábanas para que las chinches le permitiesen dormir. Al día siguiente le esperaba un viaje largo.

Esa noche su padre apareció en sus sueños. Estaba igual que cuando le dejó, y la esperaba bajo el viejo roble donde le había hablado por primera vez de lo hermoso que era el mundo que les rodeaba.

— Me mentiste. —Fue lo primero que le dijo—. Me dijiste que este mundo era bello, y bueno, y que merecía la pena vivir en él.

El viejo soltó una carcajada. —Dos años fuera de casa y eso es lo primero que le dices a tu padre. Vaya desvergonzada he criado.

— ¿Es cierto que estás muerto?

— Tan cierto como que el cielo es azul, o que todos los caminos llevan a Baile dubh. —Respondió él, tomando sus manos. Estaban calientes, contrario a lo que Eloise esperaba—. No seas tonta, pequeña. Era viejo ya, el Gran Duque lo sabía, no hubiese sobrevivido en esta condenada ciudad. Fue más una muerte piadosa que otra cosa.

— ¿Por qué? ¿Por qué te involucraste con esos Dorcha? —Cuestionó Eloise, herida—. Te quedaba tan poco tiempo para jubilarte... podrías haber venido conmigo a Fjellriket. Tenía tanto que enseñarte...

Su padre se mantuvo en silencio un rato. No mucho, pero sí lo suficiente como para que Eloise temiese que su sueño fuese a terminar.

— Antes de irte me dijiste una cosa que nunca pude olvidar. Me dijiste "Papá, creo que tienes razón, creo que este mundo es verdaderamente hermoso". —El viejo apretó las manos de su hija—. Eloise, el mundo es bonito porque hay personas que pelean para que lo sea. Si nos quedamos quietos y permitimos que las injusticias ocurran, entonces estamos poniéndonos de lado de los malos. Quería... quería que este mundo siguiera siendo hermoso, para ti.

— Viejo idealista. —Respondió ella, haciendo un gesto de negación con la cabeza—.  ¿Qué voy a hacer sin ti?

— Lo mismo que hasta ahora. —Su padre adoptó un aspecto más serio—. Vuelve a Hvit, Eloise, termina tus estudios de magia. He visto tu camino en las estrellas, y Brasov no es tu destino...  no todavía. Vuelve y vive tu vida al máximo, hija mía. Cambia el mundo, vuélvelo más hermoso.

Aquellas palabras hicieron que Eloise se sintiese plena de nuevo. Sin saber por qué, sentir que volvería a estar conectada con la magia le hizo encontrar algo que no sabía que había perdido.

— ¿Volveré a verte? —Preguntó, notando como la presencia ajena se desvanecía entre sus dedos.

— Quizá, o quizá no. Pero descuida... siempre estaré contigo. En las sombras de los árboles, en el sonido del agua, en los susurros del viento, en las canciones de los ruiseñores... ahí me encontrarás.

Su padre se desvaneció, igual que se había desvanecido su fotografía. El resto de su sueño fue un recuerdo de cuando ella era pequeña y se habían asentado bajo aquel roble mientras su padre le contaba historias.

Cuando despertó, se sintió recargada de vitalidad y energías. Brasov seguía siendo triste y cruel, pero ella ya no era la misma. El dolor la acompañaría, pero también el cantar de los pájaros, que ni siquiera el estruendo de las máquinas podía apagar. El mundo era hermoso, y ella debía pelear por aquella belleza.

Sin embargo, su padre tenía razón. Primero debía volver a Hvit y finalizar sus estudios. Ya tendría tiempo de regresar a Brasov más adelante.