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- El muchacho se despertó y alistó temprano para dirigirse a la comisaría del pueblo. Tomó asiento en silla del lugar frente al escritorio, estirándose y bostezando después de una noche de sueño ligero. Se levantó de su asiento y se dirigió a la estufa, donde había preparado un poco de café instantes antes. Se sirvió una taza y se sentó nuevamente, disfrutando del aroma y del calor del café.
Mientras bebía su café, Whitey se asomó por la ventana y miró hacia la calle principal del pueblo, que aún estaba tranquila y oscura. El sol apenas empezaba a salir, parecía un hermoso arte ante los ojos del Sheriff. El cielo pintado de tonos rosados y anaranjados. Nada de escándalos o disparos, una mañana perfecta para el rubio.El muchacho se despertó y alistó temprano para dirigirse a la comisaría del pueblo. Tomó asiento en silla del lugar frente al escritorio, estirándose y bostezando después de una noche de sueño ligero. Se levantó de su asiento y se dirigió a la estufa, donde había preparado un poco de café instantes antes. Se sirvió una taza y se sentó nuevamente, disfrutando del aroma y del calor del café. Mientras bebía su café, Whitey se asomó por la ventana y miró hacia la calle principal del pueblo, que aún estaba tranquila y oscura. El sol apenas empezaba a salir, parecía un hermoso arte ante los ojos del Sheriff. El cielo pintado de tonos rosados y anaranjados. Nada de escándalos o disparos, una mañana perfecta para el rubio.0 turnos 0 maullidos 195 vistas¡Inicia sesión para reaccionar, comentar y compartir! - Whitey se acercó a su yegua, un majestuoso animal de color café y ojos tranquilos. Con movimientos suaves y precisos, Whitey comenzó a prepararla para poder dar una vuelta y vigilar el pueblo.
Primero, le colocó la silla de montar, ajustándola con cuidado para que se sintiera cómoda para ambos. Luego, le puso las riendas, acariciando suavemente la nariz del animal mientras lo hacía.
Mientras trabajaba, Whitey hablaba en voz baja con su yegua, como si pudiera entenderle. Esta le respondía con suaves relinchos y movimientos de cabeza, como si estuviera atendiendo cada palabra.Whitey se acercó a su yegua, un majestuoso animal de color café y ojos tranquilos. Con movimientos suaves y precisos, Whitey comenzó a prepararla para poder dar una vuelta y vigilar el pueblo. Primero, le colocó la silla de montar, ajustándola con cuidado para que se sintiera cómoda para ambos. Luego, le puso las riendas, acariciando suavemente la nariz del animal mientras lo hacía. Mientras trabajaba, Whitey hablaba en voz baja con su yegua, como si pudiera entenderle. Esta le respondía con suaves relinchos y movimientos de cabeza, como si estuviera atendiendo cada palabra. - Whitey se paró frente al espejo, mirándose con una sonrisa confiada. "¿Qué tal, amigo?", se preguntó a sí mismo.
Sacó sus pistolas, comenzando a hacer trucos con ellas. Las hizo girar en sus dedos, las lanzó al aire y las atrapó con facilidad. "Nadie puede igualar mis habilidades con las pistolas", pensó, sonriendo.
Se miró de nuevo al espejo, "Voy a hacer que mis enemigos tiemblen de miedo", se dijo, con una voz baja.
Se rió para sí mismo, satisfecho con su reflejo. "Estoy listo para lo que venga", se dijo, guardando sus pistolas y acomodando su cinto.Whitey se paró frente al espejo, mirándose con una sonrisa confiada. "¿Qué tal, amigo?", se preguntó a sí mismo. Sacó sus pistolas, comenzando a hacer trucos con ellas. Las hizo girar en sus dedos, las lanzó al aire y las atrapó con facilidad. "Nadie puede igualar mis habilidades con las pistolas", pensó, sonriendo. Se miró de nuevo al espejo, "Voy a hacer que mis enemigos tiemblen de miedo", se dijo, con una voz baja. Se rió para sí mismo, satisfecho con su reflejo. "Estoy listo para lo que venga", se dijo, guardando sus pistolas y acomodando su cinto. - Su entrada no había sido la mejor, eso era seguro. Lo habían pillado desprevenido y, para colmo, le habían dejado una marca indeleble que le costó quitar: un bigote y estrellas en la cara.Su entrada no había sido la mejor, eso era seguro. Lo habían pillado desprevenido y, para colmo, le habían dejado una marca indeleble que le costó quitar: un bigote y estrellas en la cara.
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