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Entre el olvido y la memoria, encontramos nuestro verdadero ser.
  • Género Femenino
  • Raza Eidolon
  • Fandom OC
  • Guardian del Olvido
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 1 de noviembre
  • 22 Publicaciones
  • 19 Escenas
  • Se unió en octubre 2023
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  • Categorías de rol
    Acción , Anime & Mangas , Aventura , Comedia , Contemporáneo , Drama , Romance , Slice of Life , Suspenso
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  • Tu alma titubea... ¿buscas recordar o deseas olvidar?
    Tu alma titubea... ¿buscas recordar o deseas olvidar?
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  • Afuera, la ciudad palpitaba con su ruido habitual, pero en el interior del pequeño local, todo era calma. Iona se movía con la delicadeza de quien conoce bien el lenguaje del silencio. La florería olía a tierra húmeda, pétalos recién abiertos y algo más sutil, casi secreto: la promesa del descanso.

    Eligió con cuidado una ramita de lavanda, un par de capullos de jazmín y unas pocas flores secas de malva, que crujieron levemente entre sus dedos pálidos. No medía las cantidades; las sentía. Cada mezcla era distinta, y cada infusión un pequeño ritual, íntimo y necesario.

    Colocó el agua a calentar y, mientras tanto, machacó las flores en un cuenco de cerámica con trazos plateados. El aroma comenzó a elevarse en el aire, envolviéndola como un abrazo tibio: dulce, floral, con un dejo de nostalgia.

    Al ver el primer hervor, retiró el agua y la vertió sobre las flores. El vapor subió lento, cargado de memorias invisibles. Iona cerró los ojos y respiró profundamente. Por unos minutos, no fue ni Lepus ni guardiana. Fue solo ella, en su rincón de mundo, rodeada de fragancia y vapor, con una taza caliente entre las manos.

    Preparar té con flores era, tal vez, lo más humano que hacía. Y en secreto, lo que más disfrutaba.
    Afuera, la ciudad palpitaba con su ruido habitual, pero en el interior del pequeño local, todo era calma. Iona se movía con la delicadeza de quien conoce bien el lenguaje del silencio. La florería olía a tierra húmeda, pétalos recién abiertos y algo más sutil, casi secreto: la promesa del descanso. Eligió con cuidado una ramita de lavanda, un par de capullos de jazmín y unas pocas flores secas de malva, que crujieron levemente entre sus dedos pálidos. No medía las cantidades; las sentía. Cada mezcla era distinta, y cada infusión un pequeño ritual, íntimo y necesario. Colocó el agua a calentar y, mientras tanto, machacó las flores en un cuenco de cerámica con trazos plateados. El aroma comenzó a elevarse en el aire, envolviéndola como un abrazo tibio: dulce, floral, con un dejo de nostalgia. Al ver el primer hervor, retiró el agua y la vertió sobre las flores. El vapor subió lento, cargado de memorias invisibles. Iona cerró los ojos y respiró profundamente. Por unos minutos, no fue ni Lepus ni guardiana. Fue solo ella, en su rincón de mundo, rodeada de fragancia y vapor, con una taza caliente entre las manos. Preparar té con flores era, tal vez, lo más humano que hacía. Y en secreto, lo que más disfrutaba.
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  • Susurros de Destino

    La noche caía lenta sobre la ciudad, y en el pequeño departamento perfumado a lavanda, Iona permanecía en silencio. Sentada en el suelo, rodeada de pétalos secos y el murmullo débil de una vela encendida, cerraba los ojos bajo la tenue luz que apenas rozaba sus párpados. El mundo humano dormía. Ella, no.

    Meditaba, no como los humanos lo hacen, sino como lo haría una entidad que ha existido por siglos, tratando aún de entender el misterio que la rodea. En el centro de sus pensamientos, como una espina sin cuerpo, estaba él.

    Destino.

    La voz que retumba sin garganta, que aparece en las reuniones de las Luminarias como un eco que cala los huesos de lo eterno. Nunca lo ha visto —nadie lo ha hecho—, pero su presencia es más contundente que cualquier forma. Todos se callan cuando él habla. Incluso el ave fénix, que arde sin miedo, inclina la cabeza con solemnidad.

    Dicen que no es una entidad como las demás. Que no tiene rostro, ni cuerpo, ni memoria, porque no le hacen falta. Destino es. No necesita existir de otra forma.

    Iona abrió los ojos lentamente. Su mirada celeste se perdió en la vela que titilaba. ¿Por qué todos parecían temerlo más de lo que lo respetaban? ¿Por qué, incluso entre los inmortales, su nombre cargaba una sombra tan densa?

    Ella no sentía miedo. Sentía… curiosidad. Tal vez porque no recuerda haberlo elegido. Un día estaba ahí, sentada entre los demás, como si siempre hubiera pertenecido.

    Y tal vez ese era el mayor misterio de todos: no saber si estaba cumpliendo un propósito… o si era simplemente una pieza movida por una voluntad insondable.

    La llama parpadeó de pronto. Iona alzó la cabeza. En su mente, una palabra sin sonido retumbó.

    «“Observa.”»

    Nada más.

    Pero el eco persistió, incluso cuando la vela se extinguió.
    Susurros de Destino La noche caía lenta sobre la ciudad, y en el pequeño departamento perfumado a lavanda, Iona permanecía en silencio. Sentada en el suelo, rodeada de pétalos secos y el murmullo débil de una vela encendida, cerraba los ojos bajo la tenue luz que apenas rozaba sus párpados. El mundo humano dormía. Ella, no. Meditaba, no como los humanos lo hacen, sino como lo haría una entidad que ha existido por siglos, tratando aún de entender el misterio que la rodea. En el centro de sus pensamientos, como una espina sin cuerpo, estaba él. Destino. La voz que retumba sin garganta, que aparece en las reuniones de las Luminarias como un eco que cala los huesos de lo eterno. Nunca lo ha visto —nadie lo ha hecho—, pero su presencia es más contundente que cualquier forma. Todos se callan cuando él habla. Incluso el ave fénix, que arde sin miedo, inclina la cabeza con solemnidad. Dicen que no es una entidad como las demás. Que no tiene rostro, ni cuerpo, ni memoria, porque no le hacen falta. Destino es. No necesita existir de otra forma. Iona abrió los ojos lentamente. Su mirada celeste se perdió en la vela que titilaba. ¿Por qué todos parecían temerlo más de lo que lo respetaban? ¿Por qué, incluso entre los inmortales, su nombre cargaba una sombra tan densa? Ella no sentía miedo. Sentía… curiosidad. Tal vez porque no recuerda haberlo elegido. Un día estaba ahí, sentada entre los demás, como si siempre hubiera pertenecido. Y tal vez ese era el mayor misterio de todos: no saber si estaba cumpliendo un propósito… o si era simplemente una pieza movida por una voluntad insondable. La llama parpadeó de pronto. Iona alzó la cabeza. En su mente, una palabra sin sonido retumbó. «“Observa.”» Nada más. Pero el eco persistió, incluso cuando la vela se extinguió.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    || Siempre que trato de pensar en "La Sociedad de las Luminarias" para el lore de mi pj, me imagino que son un grupo de loquitos del centro.(?)
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  • Té con las Luminarias.
    #monorol

    La mesa estaba cubierta de tazas flotantes y dulces imposibles de pronunciar. Las risas del Cuervo resonaban mientras el Fénix ofrecía su fuego para calentar el té de Orsa. Lepus, sentada en un extremo, observaba en silencio cómo el vapor dibujaba constelaciones efímeras.

    — ¿Alguno de ustedes ha sentido que Destino los observa más de lo normal? —murmuró, apenas audible entre el tintinear de la porcelana.

    Hubo un leve silencio. Una pausa tensa.

    El Centauro fingió no haber oído. Orsa sorbió su infusión de pétalos, desviando la mirada. El Cuervo rompió el silencio con una risa exagerada, señalando un bizcocho en forma de reloj que caminaba solo.

    La conversación retomó su curso alegre, como si las palabras de Lepus nunca hubieran existido.

    Ella bajó la mirada, removiendo su té con un dedo, el reflejo de su máscara de conejo deformado en la taza. El silencio le respondió.
    Té con las Luminarias. #monorol La mesa estaba cubierta de tazas flotantes y dulces imposibles de pronunciar. Las risas del Cuervo resonaban mientras el Fénix ofrecía su fuego para calentar el té de Orsa. Lepus, sentada en un extremo, observaba en silencio cómo el vapor dibujaba constelaciones efímeras. — ¿Alguno de ustedes ha sentido que Destino los observa más de lo normal? —murmuró, apenas audible entre el tintinear de la porcelana. Hubo un leve silencio. Una pausa tensa. El Centauro fingió no haber oído. Orsa sorbió su infusión de pétalos, desviando la mirada. El Cuervo rompió el silencio con una risa exagerada, señalando un bizcocho en forma de reloj que caminaba solo. La conversación retomó su curso alegre, como si las palabras de Lepus nunca hubieran existido. Ella bajó la mirada, removiendo su té con un dedo, el reflejo de su máscara de conejo deformado en la taza. El silencio le respondió.
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