Dm para conversar o planear. No roleo por mensaje
3D/2D, no hay problema.
No me siento cómoda con st espontáneos, el metarol, personajes op, mary sue o gary stu.
  • Género Femenino
  • Raza Humana
  • Fandom oc
  • Enfermera
  • Separado(a)
  • Cumpleaños 8 de agosto
  • 5 Publicaciones
  • 4 Escenas
  • Se unió en noviembre 2025
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  • Tipo de personaje
    3D
Fijado
El despertador suena a las 5:17 a.m., tres minutos antes de lo que debería. Ella ya estaba despierta. Hace meses que el sueño dejó de ser un lugar donde descansar; ahora es un sitio donde nada duele, pero tampoco dura.

Se sienta en el borde de la cama y se toma un momento para recordar que debe respirar. Uno. Dos. Tres. Que la casa está silenciosa porque así quedó, no porque vaya a llenarse después. Que hay fotos que ya no mira y habitaciones que aprendió a no abrir.

La bata de enfermera aún cuelga en el armario, doblada con cuidado, como si todavía la necesitara. Como si todavía pudiera volver a esa vida. Pero no puede. No después del accidente. No después de entender que hay heridas que no se curan con nada que hayan enseñado en la escuela de medicina.

Ahora se viste de gris. No porque quiera esconderse, sino porque es el color más fácil de llevar cuando el mundo se siente demasiado brillante.
Toma su bolso, su credencial nueva y respira hondo antes de salir.

“Asistente funeraria”.
Nunca imaginó leer esas palabras bajo su nombre.
Nunca imaginó que un trabajo en la quietud absoluta pudiera hacerla sentir… menos rota.

Pero hay algo en la calma de ese lugar.
Algo en la forma en que la gente habla bajito.
En la manera en que los duelos se tratan con guantes y tacto.
En la dignidad última que se les da a quienes ya no pueden pedirla.

Tal vez es masoquismo.
Tal vez es supervivencia.

Tal vez, cuidar a los muertos es la única manera que encontró de seguir cuidando a los vivos… sin quebrarse del todo.

Cuando llega al edificio, empuja la puerta con ambas manos. El olor a flores marchitas y desinfectante la recibe con una familiaridad extraña, casi reconfortante.

Hoy es su primer día.
Aunque hace tiempo que todos los días se sienten como el primero después del final.

Pero cruza el umbral igual.
Porque incluso después de perderlo todo, alguien tiene que seguir caminando.
Y hoy, esa alguien es ella.
El despertador suena a las 5:17 a.m., tres minutos antes de lo que debería. Ella ya estaba despierta. Hace meses que el sueño dejó de ser un lugar donde descansar; ahora es un sitio donde nada duele, pero tampoco dura. Se sienta en el borde de la cama y se toma un momento para recordar que debe respirar. Uno. Dos. Tres. Que la casa está silenciosa porque así quedó, no porque vaya a llenarse después. Que hay fotos que ya no mira y habitaciones que aprendió a no abrir. La bata de enfermera aún cuelga en el armario, doblada con cuidado, como si todavía la necesitara. Como si todavía pudiera volver a esa vida. Pero no puede. No después del accidente. No después de entender que hay heridas que no se curan con nada que hayan enseñado en la escuela de medicina. Ahora se viste de gris. No porque quiera esconderse, sino porque es el color más fácil de llevar cuando el mundo se siente demasiado brillante. Toma su bolso, su credencial nueva y respira hondo antes de salir. “Asistente funeraria”. Nunca imaginó leer esas palabras bajo su nombre. Nunca imaginó que un trabajo en la quietud absoluta pudiera hacerla sentir… menos rota. Pero hay algo en la calma de ese lugar. Algo en la forma en que la gente habla bajito. En la manera en que los duelos se tratan con guantes y tacto. En la dignidad última que se les da a quienes ya no pueden pedirla. Tal vez es masoquismo. Tal vez es supervivencia. Tal vez, cuidar a los muertos es la única manera que encontró de seguir cuidando a los vivos… sin quebrarse del todo. Cuando llega al edificio, empuja la puerta con ambas manos. El olor a flores marchitas y desinfectante la recibe con una familiaridad extraña, casi reconfortante. Hoy es su primer día. Aunque hace tiempo que todos los días se sienten como el primero después del final. Pero cruza el umbral igual. Porque incluso después de perderlo todo, alguien tiene que seguir caminando. Y hoy, esa alguien es ella.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Entre sombras suaves y ecos que no conocen el calendario,
    se abre una invitación para quienes buscan historias que respiren.

    Se solicita compañero/a de rol
    para tramas modernas con tintes antiguos:
    misterio discreto, vínculos que crecen lento,
    lugares que guardan memoria
    y personajes que no temen mirar más allá de lo evidente.

    Si tu historia tiene polvo de invierno,
    una herida vieja,
    o un secreto que aprendió a caminar contigo…
    este es tu lugar.

    Busco:
    • conexiones narrativas profundas
    • estética entre lo vintage y lo rare
    • ritmo tranquilo pero constante
    • mundos que mezclen luz, sombra y curiosidad

    No importa el universo.
    Importa la atmósfera.

    Si tu personaje encaja en ese borde entre lo real y lo imposible,
    mandá tu mensaje.

    A veces las mejores historias empiezan así:
    Con un clasificado que parece escrito en otro siglo.
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  • De todas las actividades precisas que llegó a dominar, tejer era una pesadilla utilitaria que se negaba a cooperar con ella. La diferencia entre el muñeco gordito con esqueleto de alambre quedó solamente en la imagen del tutorial, su pobre adefesio era un palito escuálido relleno de otro muñequito presionado contra la base, sí, se movía… pero la bolsita de sal le daba un vientre raro, la viruta de madera de los brazos los volvía inestables cuando se apretaban. Bueno, la perfección es el enemigo del progreso, forma tenía… Después de todo, era un Caballero de compañía y espanta monstruos.

    Espino blanco, polvo de ladrillo, virutas de hierro, mirra, algunos granos de arroz. Cabía allí un elemento sagrado o purificador de mínimo, dos docenas de religiones activas en el planeta. Consuelo, de una forma u otra.


    Tobıαs Novαkovıc
    De todas las actividades precisas que llegó a dominar, tejer era una pesadilla utilitaria que se negaba a cooperar con ella. La diferencia entre el muñeco gordito con esqueleto de alambre quedó solamente en la imagen del tutorial, su pobre adefesio era un palito escuálido relleno de otro muñequito presionado contra la base, sí, se movía… pero la bolsita de sal le daba un vientre raro, la viruta de madera de los brazos los volvía inestables cuando se apretaban. Bueno, la perfección es el enemigo del progreso, forma tenía… Después de todo, era un Caballero de compañía y espanta monstruos. Espino blanco, polvo de ladrillo, virutas de hierro, mirra, algunos granos de arroz. Cabía allí un elemento sagrado o purificador de mínimo, dos docenas de religiones activas en el planeta. Consuelo, de una forma u otra. [phantasm_winter]
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  • El despertador suena a las 5:17 a.m., tres minutos antes de lo que debería. Ella ya estaba despierta. Hace meses que el sueño dejó de ser un lugar donde descansar; ahora es un sitio donde nada duele, pero tampoco dura.

    Se sienta en el borde de la cama y se toma un momento para recordar que debe respirar. Uno. Dos. Tres. Que la casa está silenciosa porque así quedó, no porque vaya a llenarse después. Que hay fotos que ya no mira y habitaciones que aprendió a no abrir.

    La bata de enfermera aún cuelga en el armario, doblada con cuidado, como si todavía la necesitara. Como si todavía pudiera volver a esa vida. Pero no puede. No después del accidente. No después de entender que hay heridas que no se curan con nada que hayan enseñado en la escuela de medicina.

    Ahora se viste de gris. No porque quiera esconderse, sino porque es el color más fácil de llevar cuando el mundo se siente demasiado brillante.
    Toma su bolso, su credencial nueva y respira hondo antes de salir.

    “Asistente funeraria”.
    Nunca imaginó leer esas palabras bajo su nombre.
    Nunca imaginó que un trabajo en la quietud absoluta pudiera hacerla sentir… menos rota.

    Pero hay algo en la calma de ese lugar.
    Algo en la forma en que la gente habla bajito.
    En la manera en que los duelos se tratan con guantes y tacto.
    En la dignidad última que se les da a quienes ya no pueden pedirla.

    Tal vez es masoquismo.
    Tal vez es supervivencia.

    Tal vez, cuidar a los muertos es la única manera que encontró de seguir cuidando a los vivos… sin quebrarse del todo.

    Cuando llega al edificio, empuja la puerta con ambas manos. El olor a flores marchitas y desinfectante la recibe con una familiaridad extraña, casi reconfortante.

    Hoy es su primer día.
    Aunque hace tiempo que todos los días se sienten como el primero después del final.

    Pero cruza el umbral igual.
    Porque incluso después de perderlo todo, alguien tiene que seguir caminando.
    Y hoy, esa alguien es ella.
    El despertador suena a las 5:17 a.m., tres minutos antes de lo que debería. Ella ya estaba despierta. Hace meses que el sueño dejó de ser un lugar donde descansar; ahora es un sitio donde nada duele, pero tampoco dura. Se sienta en el borde de la cama y se toma un momento para recordar que debe respirar. Uno. Dos. Tres. Que la casa está silenciosa porque así quedó, no porque vaya a llenarse después. Que hay fotos que ya no mira y habitaciones que aprendió a no abrir. La bata de enfermera aún cuelga en el armario, doblada con cuidado, como si todavía la necesitara. Como si todavía pudiera volver a esa vida. Pero no puede. No después del accidente. No después de entender que hay heridas que no se curan con nada que hayan enseñado en la escuela de medicina. Ahora se viste de gris. No porque quiera esconderse, sino porque es el color más fácil de llevar cuando el mundo se siente demasiado brillante. Toma su bolso, su credencial nueva y respira hondo antes de salir. “Asistente funeraria”. Nunca imaginó leer esas palabras bajo su nombre. Nunca imaginó que un trabajo en la quietud absoluta pudiera hacerla sentir… menos rota. Pero hay algo en la calma de ese lugar. Algo en la forma en que la gente habla bajito. En la manera en que los duelos se tratan con guantes y tacto. En la dignidad última que se les da a quienes ya no pueden pedirla. Tal vez es masoquismo. Tal vez es supervivencia. Tal vez, cuidar a los muertos es la única manera que encontró de seguir cuidando a los vivos… sin quebrarse del todo. Cuando llega al edificio, empuja la puerta con ambas manos. El olor a flores marchitas y desinfectante la recibe con una familiaridad extraña, casi reconfortante. Hoy es su primer día. Aunque hace tiempo que todos los días se sienten como el primero después del final. Pero cruza el umbral igual. Porque incluso después de perderlo todo, alguien tiene que seguir caminando. Y hoy, esa alguien es ella.
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