❝ 𝑶𝒋𝒂𝒍á 𝒆𝒍 𝒂𝒈𝒖𝒂 𝒑𝒖𝒅𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒔𝒆 𝒂𝒒𝒖𝒆𝒍𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝒂𝒕𝒐𝒓𝒎𝒆𝒏𝒕𝒂, 𝒂𝒖𝒏𝒒𝒖𝒆 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒎𝒆 𝒔𝒊𝒓𝒗𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒏𝒒𝒖𝒊𝒍𝒊𝒛𝒂𝒓𝒎𝒆 𝒎𝒐𝒎𝒆𝒏𝒕á𝒏𝒆𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆. ❞
Una ducha. Solo deseaba el alivio de una ducha tibia para calmar sus nervios. Eran apenas las tres de la madrugada cuando despertó de golpe, jadeante y sudorosa, atrapada por los restos de una pesadilla que la dejó temblando. Se aferró a las mantas, intentando controlar su respiración mientras luchaba por evitar el inicio de un ataque de pánico.
La sensación de su garganta siendo degollada todavía ardía en su mente, y aquella mirada penetrante se negaba a desaparecer. Cerró los ojos con fuerza, abrazándose a sí misma como un acto de desesperada autoprotección. El temblor en su cuerpo delataba el miedo que no podía contener, y su cabello rojo, desordenado, le cubría el rostro, creando un pequeño refugio contra la oscuridad que la rodeaba.
Pero entonces, lo escuchó. Una voz masculina, baja y susurrante, hizo que cada músculo de su cuerpo se tensara. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras una figura negra empezaba a formarse en la esquina de la habitación. Con un grito sofocado y un impulso desesperado, tomó la lámpara de la mesita de noche y la lanzó contra la sombra. El sonido del vidrio rompiéndose llenó el aire, esparciendo los trozos por el suelo.
Respiró profundamente, intentando recuperar el control. Se cubrió el rostro con las manos temblorosas y se levantó de la cama, dejando atrás el desastre. Sin detenerse, tomó una de las toallas blancas con bordados de alguna palabra en italiano del armario y se dirigió al baño.
Una vez dentro, se despojó de su ropa rápidamente y abrió la ducha, dejando que el agua tibia recorriera su cuerpo, aún frío por el miedo. Cerró los ojos bajo el chorro, tratando de calmarse y enfocarse en lo que realmente importaba: el motivo por el cual estaba en Roma. Tenía que terminar el acuerdo con Elisabetta y luego partir en busca de Ryan y Vanya. No podía permitirse distracciones, no ahora.
El golpe en la puerta de su habitación la sacó de sus pensamientos. Supuso que serían los empleados del hotel, preocupados por el estruendo. Soltó un último suspiro, se dio un par de palmaditas en las mejillas, antes de tomar la bata y salir de ahí.
❝ 𝑶𝒋𝒂𝒍á 𝒆𝒍 𝒂𝒈𝒖𝒂 𝒑𝒖𝒅𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒔𝒆 𝒂𝒒𝒖𝒆𝒍𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝒂𝒕𝒐𝒓𝒎𝒆𝒏𝒕𝒂, 𝒂𝒖𝒏𝒒𝒖𝒆 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒔𝒐𝒍𝒐 𝒎𝒆 𝒔𝒊𝒓𝒗𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒏𝒒𝒖𝒊𝒍𝒊𝒛𝒂𝒓𝒎𝒆 𝒎𝒐𝒎𝒆𝒏𝒕á𝒏𝒆𝒂𝒎𝒆𝒏𝒕𝒆. ❞
Una ducha. Solo deseaba el alivio de una ducha tibia para calmar sus nervios. Eran apenas las tres de la madrugada cuando despertó de golpe, jadeante y sudorosa, atrapada por los restos de una pesadilla que la dejó temblando. Se aferró a las mantas, intentando controlar su respiración mientras luchaba por evitar el inicio de un ataque de pánico.
La sensación de su garganta siendo degollada todavía ardía en su mente, y aquella mirada penetrante se negaba a desaparecer. Cerró los ojos con fuerza, abrazándose a sí misma como un acto de desesperada autoprotección. El temblor en su cuerpo delataba el miedo que no podía contener, y su cabello rojo, desordenado, le cubría el rostro, creando un pequeño refugio contra la oscuridad que la rodeaba.
Pero entonces, lo escuchó. Una voz masculina, baja y susurrante, hizo que cada músculo de su cuerpo se tensara. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras una figura negra empezaba a formarse en la esquina de la habitación. Con un grito sofocado y un impulso desesperado, tomó la lámpara de la mesita de noche y la lanzó contra la sombra. El sonido del vidrio rompiéndose llenó el aire, esparciendo los trozos por el suelo.
Respiró profundamente, intentando recuperar el control. Se cubrió el rostro con las manos temblorosas y se levantó de la cama, dejando atrás el desastre. Sin detenerse, tomó una de las toallas blancas con bordados de alguna palabra en italiano del armario y se dirigió al baño.
Una vez dentro, se despojó de su ropa rápidamente y abrió la ducha, dejando que el agua tibia recorriera su cuerpo, aún frío por el miedo. Cerró los ojos bajo el chorro, tratando de calmarse y enfocarse en lo que realmente importaba: el motivo por el cual estaba en Roma. Tenía que terminar el acuerdo con Elisabetta y luego partir en busca de Ryan y Vanya. No podía permitirse distracciones, no ahora.
El golpe en la puerta de su habitación la sacó de sus pensamientos. Supuso que serían los empleados del hotel, preocupados por el estruendo. Soltó un último suspiro, se dio un par de palmaditas en las mejillas, antes de tomar la bata y salir de ahí.