**South Town – Barrio central, 12:17 PM.**
El sol caía como plomo sobre el asfalto agrietado. Los anuncios de neón parpadeaban a medias, aunque no era de noche. El aire olía a fritanga, concreto caliente y escape de motocicleta. Pero **Terry Bogard** caminaba tranquilo, manos en los bolsillos de su chaqueta roja, la gorra blanca echada ligeramente hacia atrás, como siempre.
Sus botas resonaban contra la acera, y la gente se giraba a mirarlo. Algunos lo reconocían con una chispa de respeto o sorpresa. Otros solo veían a un tipo alto y musculoso con pinta de peleador de otra época.
—¡Terry! —gritó un niño desde una tienda de cómics. Llevaba una camiseta con el logo de “Fatal Fury”.
El luchador levantó una mano y sonrió, sin detenerse.
—¡Quédate en la escuela, pequeño!.
Una señora que barría la entrada de su casa asintió al verlo pasar.
—South Town está más tranquila desde que usted volvió, señor Bogard.
Terry se detuvo un segundo. La miró con una sonrisa suave.
—Solo estoy de paso. Pero a veces… paso más seguido.
Ella rió. Y él siguió caminando, bajando por una calle donde solían encontrarse los peores tipos del barrio. Ahora, había puestos ambulantes, música latina saliendo de una radio, y un grupo de chicos practicando patadas frente a un gimnasio.
Terry se apoyó contra una farola. Observó en silencio, como un guardián invisible.
**No era nostalgia lo que sentía. Era memoria.**
Esta ciudad le había dado todo… y le había arrebatado aún más. Su hermano, su juventud, sus sueños de una vida normal. Pero también le había dado a **Rock**. Y eso bastaba.
Cruzó la calle lentamente. Una camioneta negra pasó cerca. Un tipo en el asiento del copiloto lo miró con dureza. Terry lo miró de vuelta. No dijo nada. Pero el tipo desvió la mirada. Algunos aún recordaban. Y los que no… bueno, lo aprenderían a la mala.
Se detuvo en un puesto de hot dogs.
—Dame uno con todo, Greg —dijo.
El vendedor, un viejo amigo de los años de torneos, sonrió sin levantar la vista.
—¿Otra vez en ronda de vigilancia, lobo?
Terry soltó una carcajada.
—No es vigilancia. Es paseo. Pero si algo pasa… ya sabes.
Greg le entregó el hot dog. Terry le dio un billete, negó el cambio y siguió caminando.
Mientras daba la primera mordida, se detuvo frente a un muro cubierto de grafitis. Uno de ellos era reciente: la silueta de un lobo, pintada en tonos rojos y negros. Abajo, en letra torcida, decía: *“Still howling.”*
Terry tragó y sonrió con orgullo.
—Demonios, South Town… a veces pareces hasta poética.
Y con el sol en la espalda, el viento caliente del mediodía revolviendo su chaqueta, siguió caminando, sin apuro. Porque **el Lobo Legendario** no necesitaba correr para mantener la ciudad a salvo. A veces, con solo andar… bastaba.
El sol caía como plomo sobre el asfalto agrietado. Los anuncios de neón parpadeaban a medias, aunque no era de noche. El aire olía a fritanga, concreto caliente y escape de motocicleta. Pero **Terry Bogard** caminaba tranquilo, manos en los bolsillos de su chaqueta roja, la gorra blanca echada ligeramente hacia atrás, como siempre.
Sus botas resonaban contra la acera, y la gente se giraba a mirarlo. Algunos lo reconocían con una chispa de respeto o sorpresa. Otros solo veían a un tipo alto y musculoso con pinta de peleador de otra época.
—¡Terry! —gritó un niño desde una tienda de cómics. Llevaba una camiseta con el logo de “Fatal Fury”.
El luchador levantó una mano y sonrió, sin detenerse.
—¡Quédate en la escuela, pequeño!.
Una señora que barría la entrada de su casa asintió al verlo pasar.
—South Town está más tranquila desde que usted volvió, señor Bogard.
Terry se detuvo un segundo. La miró con una sonrisa suave.
—Solo estoy de paso. Pero a veces… paso más seguido.
Ella rió. Y él siguió caminando, bajando por una calle donde solían encontrarse los peores tipos del barrio. Ahora, había puestos ambulantes, música latina saliendo de una radio, y un grupo de chicos practicando patadas frente a un gimnasio.
Terry se apoyó contra una farola. Observó en silencio, como un guardián invisible.
**No era nostalgia lo que sentía. Era memoria.**
Esta ciudad le había dado todo… y le había arrebatado aún más. Su hermano, su juventud, sus sueños de una vida normal. Pero también le había dado a **Rock**. Y eso bastaba.
Cruzó la calle lentamente. Una camioneta negra pasó cerca. Un tipo en el asiento del copiloto lo miró con dureza. Terry lo miró de vuelta. No dijo nada. Pero el tipo desvió la mirada. Algunos aún recordaban. Y los que no… bueno, lo aprenderían a la mala.
Se detuvo en un puesto de hot dogs.
—Dame uno con todo, Greg —dijo.
El vendedor, un viejo amigo de los años de torneos, sonrió sin levantar la vista.
—¿Otra vez en ronda de vigilancia, lobo?
Terry soltó una carcajada.
—No es vigilancia. Es paseo. Pero si algo pasa… ya sabes.
Greg le entregó el hot dog. Terry le dio un billete, negó el cambio y siguió caminando.
Mientras daba la primera mordida, se detuvo frente a un muro cubierto de grafitis. Uno de ellos era reciente: la silueta de un lobo, pintada en tonos rojos y negros. Abajo, en letra torcida, decía: *“Still howling.”*
Terry tragó y sonrió con orgullo.
—Demonios, South Town… a veces pareces hasta poética.
Y con el sol en la espalda, el viento caliente del mediodía revolviendo su chaqueta, siguió caminando, sin apuro. Porque **el Lobo Legendario** no necesitaba correr para mantener la ciudad a salvo. A veces, con solo andar… bastaba.
**South Town – Barrio central, 12:17 PM.**
El sol caía como plomo sobre el asfalto agrietado. Los anuncios de neón parpadeaban a medias, aunque no era de noche. El aire olía a fritanga, concreto caliente y escape de motocicleta. Pero **Terry Bogard** caminaba tranquilo, manos en los bolsillos de su chaqueta roja, la gorra blanca echada ligeramente hacia atrás, como siempre.
Sus botas resonaban contra la acera, y la gente se giraba a mirarlo. Algunos lo reconocían con una chispa de respeto o sorpresa. Otros solo veían a un tipo alto y musculoso con pinta de peleador de otra época.
—¡Terry! —gritó un niño desde una tienda de cómics. Llevaba una camiseta con el logo de “Fatal Fury”.
El luchador levantó una mano y sonrió, sin detenerse.
—¡Quédate en la escuela, pequeño!.
Una señora que barría la entrada de su casa asintió al verlo pasar.
—South Town está más tranquila desde que usted volvió, señor Bogard.
Terry se detuvo un segundo. La miró con una sonrisa suave.
—Solo estoy de paso. Pero a veces… paso más seguido.
Ella rió. Y él siguió caminando, bajando por una calle donde solían encontrarse los peores tipos del barrio. Ahora, había puestos ambulantes, música latina saliendo de una radio, y un grupo de chicos practicando patadas frente a un gimnasio.
Terry se apoyó contra una farola. Observó en silencio, como un guardián invisible.
**No era nostalgia lo que sentía. Era memoria.**
Esta ciudad le había dado todo… y le había arrebatado aún más. Su hermano, su juventud, sus sueños de una vida normal. Pero también le había dado a **Rock**. Y eso bastaba.
Cruzó la calle lentamente. Una camioneta negra pasó cerca. Un tipo en el asiento del copiloto lo miró con dureza. Terry lo miró de vuelta. No dijo nada. Pero el tipo desvió la mirada. Algunos aún recordaban. Y los que no… bueno, lo aprenderían a la mala.
Se detuvo en un puesto de hot dogs.
—Dame uno con todo, Greg —dijo.
El vendedor, un viejo amigo de los años de torneos, sonrió sin levantar la vista.
—¿Otra vez en ronda de vigilancia, lobo?
Terry soltó una carcajada.
—No es vigilancia. Es paseo. Pero si algo pasa… ya sabes.
Greg le entregó el hot dog. Terry le dio un billete, negó el cambio y siguió caminando.
Mientras daba la primera mordida, se detuvo frente a un muro cubierto de grafitis. Uno de ellos era reciente: la silueta de un lobo, pintada en tonos rojos y negros. Abajo, en letra torcida, decía: *“Still howling.”*
Terry tragó y sonrió con orgullo.
—Demonios, South Town… a veces pareces hasta poética.
Y con el sol en la espalda, el viento caliente del mediodía revolviendo su chaqueta, siguió caminando, sin apuro. Porque **el Lobo Legendario** no necesitaba correr para mantener la ciudad a salvo. A veces, con solo andar… bastaba.
