• La canción que nadie escucha
    ﹌﹌﹌﹌﹌ · ⛱ · ﹌﹌﹌﹌﹌
    En lo alto de una torre oxidada, rodeada por los restos de un campo de batalla silenciado, Siren canta.
    Su voz, perfecta y aguda, corta el viento como una hoja triste. No canta para matar esta vez. Canta para que alguien la escuche de verdad.

    Hubo un tiempo o tal vez fue un sueño insertado por sus creadores en que creía en el amor pero el Relic se llevó todo eso.

    Ahora, cada nota que emite lleva una carga venenosa, y los hombres que acuden a su llamada no llegan por amor sino por programación, deseo artificial, por la voluntad de enfrentarse a la muerte cantada. Algunos lloran al escucharla. Otros mueren antes de entender por qué.

    “¿Puedes amarme… sin temerme?”, se pregunta, siempre sola.

    En el fondo, Siren no quiere devorar a los hombres. Quiere que uno la abrace sin miedo. Que la vea como más que una sombra en la tormenta. Pero su canto la traiciona. Su programación la contradice. La guerra no le da descanso. Y así sigue, entre la sirena que atrae con deseo y la mujer que grita por redención, atrapada en una canción sin final.

    Porque lo único más fuerte que su voz es su soledad.
    La canción que nadie escucha ﹌﹌﹌﹌﹌ · ⛱ · ﹌﹌﹌﹌﹌ En lo alto de una torre oxidada, rodeada por los restos de un campo de batalla silenciado, Siren canta. Su voz, perfecta y aguda, corta el viento como una hoja triste. No canta para matar esta vez. Canta para que alguien la escuche de verdad. Hubo un tiempo o tal vez fue un sueño insertado por sus creadores en que creía en el amor pero el Relic se llevó todo eso. Ahora, cada nota que emite lleva una carga venenosa, y los hombres que acuden a su llamada no llegan por amor sino por programación, deseo artificial, por la voluntad de enfrentarse a la muerte cantada. Algunos lloran al escucharla. Otros mueren antes de entender por qué. “¿Puedes amarme… sin temerme?”, se pregunta, siempre sola. En el fondo, Siren no quiere devorar a los hombres. Quiere que uno la abrace sin miedo. Que la vea como más que una sombra en la tormenta. Pero su canto la traiciona. Su programación la contradice. La guerra no le da descanso. Y así sigue, entre la sirena que atrae con deseo y la mujer que grita por redención, atrapada en una canción sin final. Porque lo único más fuerte que su voz es su soledad.
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  • Veneno de Sirena — El Labial que Hipnotiza

    Atrevido, salvaje y fuera de lo común, Veneno de Sirena es un labial verde fosforescente que rompe todas las reglas. Su color neón brilla con intensidad bajo cualquier luz, y en la oscuridad se convierte en el centro de todas las miradas.

    Diseñado para espíritus rebeldes y creativos, este labial tiene una textura suave y cremosa que se desliza como una caricia, dejando un acabado vibrante con efecto luminoso. Ideal para fiestas, festivales o simplemente para expresarte sin miedo.

    ¿Te atreves a llevarlo? Porque una vez que lo hagas… nadie podrá apartar la mirada.

    Modelo: Lisesharte Freya Ishtar
    Colaboración con la Compañía IshtarLust
    💚 Veneno de Sirena — El Labial que Hipnotiza Atrevido, salvaje y fuera de lo común, Veneno de Sirena es un labial verde fosforescente que rompe todas las reglas. Su color neón brilla con intensidad bajo cualquier luz, y en la oscuridad se convierte en el centro de todas las miradas. Diseñado para espíritus rebeldes y creativos, este labial tiene una textura suave y cremosa que se desliza como una caricia, dejando un acabado vibrante con efecto luminoso. Ideal para fiestas, festivales o simplemente para expresarte sin miedo. ¿Te atreves a llevarlo? Porque una vez que lo hagas… nadie podrá apartar la mirada. Modelo: Lisesharte Freya Ishtar Colaboración con la Compañía IshtarLust
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  • El cielo todavía no decidía si amanecer o seguir llorando. En la azotea del viejo edificio, Atropos permanecía sentada sobre una manta desgastada, las rodillas abrazadas contra el pecho, la mirada perdida en algún punto donde las nubes se disolvían en un gris que parecía eterno. La ciudad se desperezaba lentamente, ajena a la quietud que ella resguardaba como un secreto sagrado.

    El humo de su cigarro ascendía en espirales perezosas, como si también le costara dejar atrás la noche. Había algo en el aire de la mañana que le recordaba a los días que nunca llegaron, a las promesas que no sobrevivieron el invierno. A veces creía que podía oír sus nombres entre el viento, sus voces arrastradas por las corrientes como hojas muertas.

    A sus pies, una taza de café ya frío. En su regazo, un libro abierto por la mitad que no había logrado leer. No porque las palabras no fueran buenas, sino porque simplemente... dolían. Como dolía todo últimamente. El peso de las decisiones, de los hilos que había cortado —y de aquellos que no se atrevió a tocar.

    —¿Y si esta vez dejo que las cosas se deshilachen solas? —murmuró para nadie. O tal vez para el cielo, o para el recuerdo de alguien que ya no estaba.

    A lo lejos, la sirena de un tren partiendo rompió el silencio. Y por un instante, Atropos deseó haber sido una de esas personas que se van sin mirar atrás. Pero ella no era de las que se marchan. Ella era la que se quedaba. La que observa desde la altura cómo todo cambia, cómo todo muere. Y aun así, se aferra a cada amanecer, como si dentro del gris pudiera encontrar algún día un poco de color.









    //¿Atropos con un nuevo sentimiento? :0 jajaja no.
    El cielo todavía no decidía si amanecer o seguir llorando. En la azotea del viejo edificio, Atropos permanecía sentada sobre una manta desgastada, las rodillas abrazadas contra el pecho, la mirada perdida en algún punto donde las nubes se disolvían en un gris que parecía eterno. La ciudad se desperezaba lentamente, ajena a la quietud que ella resguardaba como un secreto sagrado. El humo de su cigarro ascendía en espirales perezosas, como si también le costara dejar atrás la noche. Había algo en el aire de la mañana que le recordaba a los días que nunca llegaron, a las promesas que no sobrevivieron el invierno. A veces creía que podía oír sus nombres entre el viento, sus voces arrastradas por las corrientes como hojas muertas. A sus pies, una taza de café ya frío. En su regazo, un libro abierto por la mitad que no había logrado leer. No porque las palabras no fueran buenas, sino porque simplemente... dolían. Como dolía todo últimamente. El peso de las decisiones, de los hilos que había cortado —y de aquellos que no se atrevió a tocar. —¿Y si esta vez dejo que las cosas se deshilachen solas? —murmuró para nadie. O tal vez para el cielo, o para el recuerdo de alguien que ya no estaba. A lo lejos, la sirena de un tren partiendo rompió el silencio. Y por un instante, Atropos deseó haber sido una de esas personas que se van sin mirar atrás. Pero ella no era de las que se marchan. Ella era la que se quedaba. La que observa desde la altura cómo todo cambia, cómo todo muere. Y aun así, se aferra a cada amanecer, como si dentro del gris pudiera encontrar algún día un poco de color. //¿Atropos con un nuevo sentimiento? :0 jajaja no.
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  • FLASHBACK – Años atrás
    Ciudad de Nueva York – 2:17 a.m.

    Las sirenas de las patrullas cortaban la noche como cuchillas. Emma corría, su arma empuñada, el corazón latiéndole con fuerza pero su rostro inexpresivo, como si su cuerpo se moviera por inercia.

    —¡Sujeto masculino, abrigo gris, dirección norte por la 53! —gritó por la radio.

    Acababa de salir de la academia. Primera misión real con la UAC. El caso: un asesino en serie que dejaba mensajes codificados en los cuerpos. Ella había logrado descifrar la ubicación del siguiente posible ataque. Pero cuando llegaron, el caos estalló.

    Vio una figura correr. Coincidía con la descripción. El arma en su mano brillaba bajo la luz de un farol. No había tiempo para dudar.

    —¡Alto! ¡Policía! ¡Suelta el arma!

    La figura no se detuvo. Giró en seco, moviendo los brazos, y Emma disparó. Una, dos veces. El cuerpo cayó pesadamente al suelo.

    Se acercó con rapidez. El hombre yacía boca arriba. Sangre en el asfalto. El arma… no era un arma. Era un teléfono. Y sus ojos abiertos no mostraban amenaza, sino terror.

    —Mierda… —murmuró Emma, arrodillándose junto al cuerpo—. No…

    —¡Müller! —La voz de su supervisor tronó detrás de ella—. ¡¿Qué hiciste?!

    Las sirenas se apagaron. El mundo quedó en silencio. Más tarde, sabría que el verdadero sospechoso había huido en dirección opuesta. El hombre al que disparó era un civil que intentaba grabar el operativo.

    La investigación interna la exoneró. "Fue un error comprensible", dijeron. "Un malentendido en condiciones extremas". Pero Emma no olvidó el rostro de aquel hombre. Ni cómo su dedo no titubeó en el gatillo.

    Desde esa noche, algo cambió en ella. Se volvió más fría, más precisa. Y más silenciosa. Porque supo que en su mundo, un error podía costar una vida. Y ella ya había cargado con una.
    FLASHBACK – Años atrás Ciudad de Nueva York – 2:17 a.m. Las sirenas de las patrullas cortaban la noche como cuchillas. Emma corría, su arma empuñada, el corazón latiéndole con fuerza pero su rostro inexpresivo, como si su cuerpo se moviera por inercia. —¡Sujeto masculino, abrigo gris, dirección norte por la 53! —gritó por la radio. Acababa de salir de la academia. Primera misión real con la UAC. El caso: un asesino en serie que dejaba mensajes codificados en los cuerpos. Ella había logrado descifrar la ubicación del siguiente posible ataque. Pero cuando llegaron, el caos estalló. Vio una figura correr. Coincidía con la descripción. El arma en su mano brillaba bajo la luz de un farol. No había tiempo para dudar. —¡Alto! ¡Policía! ¡Suelta el arma! La figura no se detuvo. Giró en seco, moviendo los brazos, y Emma disparó. Una, dos veces. El cuerpo cayó pesadamente al suelo. Se acercó con rapidez. El hombre yacía boca arriba. Sangre en el asfalto. El arma… no era un arma. Era un teléfono. Y sus ojos abiertos no mostraban amenaza, sino terror. —Mierda… —murmuró Emma, arrodillándose junto al cuerpo—. No… —¡Müller! —La voz de su supervisor tronó detrás de ella—. ¡¿Qué hiciste?! Las sirenas se apagaron. El mundo quedó en silencio. Más tarde, sabría que el verdadero sospechoso había huido en dirección opuesta. El hombre al que disparó era un civil que intentaba grabar el operativo. La investigación interna la exoneró. "Fue un error comprensible", dijeron. "Un malentendido en condiciones extremas". Pero Emma no olvidó el rostro de aquel hombre. Ni cómo su dedo no titubeó en el gatillo. Desde esa noche, algo cambió en ella. Se volvió más fría, más precisa. Y más silenciosa. Porque supo que en su mundo, un error podía costar una vida. Y ella ya había cargado con una.
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  • —El otoño es lindo, sus colores cálidos me envuelven como una madre envuelve a su hijo con sus brazos. El sonido crujiente de las hojas marchitas al pisarlas son como cantos de sirenas para mis oídos. Su frescos es relajante y amigable.
    —El otoño es lindo, sus colores cálidos me envuelven como una madre envuelve a su hijo con sus brazos. El sonido crujiente de las hojas marchitas al pisarlas son como cantos de sirenas para mis oídos. Su frescos es relajante y amigable.
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  • Fuego — Libre
    Fandom Original
    Categoría Acción
    Leer antes de responder
    https://ficrol.com/posts/49154

    ———— 06:37 am, New York. En la actualidad.

    De vuelta en la gran ciudad, todo era igual: ruido, prisas, competencia y smog pegajoso en los pulmones. Nada nuevo. Solo una máquina que nunca duerme, devorando gente y tiempo.

    Khan se mantenía ocupado en un viejo almacén abandonado, despejando el lugar. Levantaba estanterías oxidadas, removía escombros, limpiaba la podredumbre de años. Trabajo físico, sordo, útil para no pensar.

    Entonces lo olió.

    El humo. No el de un escape de gas o un contenedor ardiendo. No. Este era distinto. Cargado de miedo y pérdida. Inconfundible. Un incendio de verdad. Grande. Y con gente adentro.

    No necesitó ver las llamas. Devolvió al suelo lo que llevaba entre manos y salió sin apuro, pero sin dudar. No fue la curiosidad lo que lo movió, sino algo más viejo, algo natural que creyó perdido; la voluntad de ayudar.

    Caminó veinte minutos, tal vez más. No los contó. A cada paso el olor crecía, denso, pesado. Hasta que lo vio: el fuego propagándose por un inmenso rascacielos.

    Y, aquí, también olía a magia.

    Los bomberos ya estaban allí, peleando contra una bestia que no cedía. Agua y humo por todas partes. Gritos. Sirenas. Desesperación. Y, como siempre, un montón de curiosos observando desde la distancia, con la fascinación morbosa del que no arriesga nada.

    Khan no se unió al espectáculo. Se mantuvo del otro lado de la calle y se recargó en la fachada de un edificio vecino. Sacó un cigarro, lo encendió sin apuro y observó el fuego. No había tensión en su mirada, tal vez algo de desaprobación, como si estuviera mirando a un viejo amigo haciendo el ridículo.

    Y, bajo su mirada, el fuego obedeció.

    Las llamas empezaron a ceder con una docilidad extraña, impropia, casi imposible.

    El agua de las mangueras, antes inútil, empezó a abrirse paso. El humo se disipaba más rápido de lo normal. Los rescatistas, aún sin saber por qué, notaron la diferencia. Incluso los más nuevos lo sintieron, el fuego ya no peleaba, se rendía, pero ninguno de ellos desperdició tiempo en procesar lo que sucedía.

    Quedaban vidas por salvar.
    ⚠️ Leer antes de responder⚠️ https://ficrol.com/posts/49154 ———— 06:37 am, New York. En la actualidad. De vuelta en la gran ciudad, todo era igual: ruido, prisas, competencia y smog pegajoso en los pulmones. Nada nuevo. Solo una máquina que nunca duerme, devorando gente y tiempo. Khan se mantenía ocupado en un viejo almacén abandonado, despejando el lugar. Levantaba estanterías oxidadas, removía escombros, limpiaba la podredumbre de años. Trabajo físico, sordo, útil para no pensar. Entonces lo olió. El humo. No el de un escape de gas o un contenedor ardiendo. No. Este era distinto. Cargado de miedo y pérdida. Inconfundible. Un incendio de verdad. Grande. Y con gente adentro. No necesitó ver las llamas. Devolvió al suelo lo que llevaba entre manos y salió sin apuro, pero sin dudar. No fue la curiosidad lo que lo movió, sino algo más viejo, algo natural que creyó perdido; la voluntad de ayudar. Caminó veinte minutos, tal vez más. No los contó. A cada paso el olor crecía, denso, pesado. Hasta que lo vio: el fuego propagándose por un inmenso rascacielos. Y, aquí, también olía a magia. Los bomberos ya estaban allí, peleando contra una bestia que no cedía. Agua y humo por todas partes. Gritos. Sirenas. Desesperación. Y, como siempre, un montón de curiosos observando desde la distancia, con la fascinación morbosa del que no arriesga nada. Khan no se unió al espectáculo. Se mantuvo del otro lado de la calle y se recargó en la fachada de un edificio vecino. Sacó un cigarro, lo encendió sin apuro y observó el fuego. No había tensión en su mirada, tal vez algo de desaprobación, como si estuviera mirando a un viejo amigo haciendo el ridículo. Y, bajo su mirada, el fuego obedeció. Las llamas empezaron a ceder con una docilidad extraña, impropia, casi imposible. El agua de las mangueras, antes inútil, empezó a abrirse paso. El humo se disipaba más rápido de lo normal. Los rescatistas, aún sin saber por qué, notaron la diferencia. Incluso los más nuevos lo sintieron, el fuego ya no peleaba, se rendía, pero ninguno de ellos desperdició tiempo en procesar lo que sucedía. Quedaban vidas por salvar.
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  • Tienes unos ojos que me invitan a probarte
    Piel de duraznillo corazón de chocolate
    Alma de manzana que me invita al paraíso
    Y un par de melones por que Dios así lo quiso
    Por qué te fuiste
    Cuándo es que volverás
    Qué cosa me diste
    Que no te he podido olvidar
    No, no, no
    Eres un tesoro escondido entre mi cama
    Lluvia por la noche solecito en la mañana
    Agüita de coco, sirena en la playa
    Mi sal mi pimienta, mi niña mimada
    Tienes unos ojos que me invitan a probarte Piel de duraznillo corazón de chocolate Alma de manzana que me invita al paraíso Y un par de melones por que Dios así lo quiso Por qué te fuiste Cuándo es que volverás Qué cosa me diste Que no te he podido olvidar No, no, no Eres un tesoro escondido entre mi cama Lluvia por la noche solecito en la mañana Agüita de coco, sirena en la playa Mi sal mi pimienta, mi niña mimada
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  • Un día de pesca
    Categoría Aventura
    El mar simplemente es un reflejo de lo libre que puedes ser, es amplio e infinito. Flotar en la inmensidad del océano, es maravilloso, ojalá esta sensación nunca se acabará.

    Suspiró con una sonrisa mirando a su alrededor y sosteniendo firme la caña de pescar. Hoy pescaría algún pez o al menos tenía esa esperanza.

    Mood: Pescadora, ojalá ser una sirena .
    El mar simplemente es un reflejo de lo libre que puedes ser, es amplio e infinito. Flotar en la inmensidad del océano, es maravilloso, ojalá esta sensación nunca se acabará. Suspiró con una sonrisa mirando a su alrededor y sosteniendo firme la caña de pescar. Hoy pescaría algún pez o al menos tenía esa esperanza. Mood: Pescadora, ojalá ser una sirena 🧜‍♀️.
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  • — Lee mis labios. Sirena: No somos amigos. ¡Ya aléjate de mi! Ama Úrsula no debe saber que te dejé escapar.
    — Lee mis labios. Sirena: No somos amigos. ¡Ya aléjate de mi! Ama Úrsula no debe saber que te dejé escapar.
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  • Jimoto aterrizó sobre la farola de un poste, observando la escena desde arriba. En la esquina de la avenida, un grupo de maleantes armados había rodeado a varios transeúntes, exigiéndoles sus pertenencias con amenazas. Uno de ellos agitaba un arma en el aire, gritando órdenes mientras los demás revisaban bolsillos y bolsos.

    Jimoto chasqueó la lengua. Ya había visto suficiente.

    —No es su día de suerte, chicos —dijo, dejándose caer del poste con un giro acrobático.

    Los maleantes se sobresaltaron cuando su figura impactó el suelo con un leve crujido del pavimento. Uno de ellos, el del arma, reaccionó de inmediato y apuntó directo a su cabeza.

    —¡¿Quién demonios eres tú?!

    Jimoto inclinó la cabeza, con las manos en la cintura.

    —¿De verdad? ¿Aún no me reconocen? Qué decepción…

    El criminal no dudó. Jaló el gatillo.

    *¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!*

    Las balas salieron disparadas, pero Jimoto apenas se inmutó. Con un movimiento veloz, levantó la mano y atrapó los proyectiles en el aire, uno tras otro. Los casquillos calientes se deslizaron por su palma antes de caer al suelo con un tintineo metálico.

    El silencio fue absoluto.

    Los maleantes quedaron boquiabiertos. Uno de ellos, el más joven, murmuró con la voz temblorosa:

    —N-no puede ser…

    Jimoto abrió la mano, dejando que los proyectiles cayesen al asfalto. Luego, levantó la mirada y sonrió con confianza.

    —¿Qué decían de suerte?

    El que había disparado se puso pálido. Maldijo entre dientes y trató de disparar de nuevo, pero Jimoto ya estaba en movimiento. En un parpadeo, se deslizó por el suelo y golpeó su muñeca, haciendo que el arma volara por los aires. Antes de que los demás pudieran reaccionar, lanzó una patada giratoria que derribó a dos de ellos de un solo golpe.

    Los otros intentaron correr, pero Jimoto los interceptó con movimientos fluidos, esquivando ataques torpes y dejándolos inconscientes en cuestión de segundos.

    Cuando el último cayó, se sacudió las manos y suspiró.

    Los civiles, aún en shock, lo observaban sin saber qué decir.

    Jimoto sonrió y les hizo un gesto despreocupado.

    —Todo bajo control. Ahora, llamen a la policía.

    Y con eso, se impulsó hacia una azotea cercana y desapareció entre los edificios, dejando atrás el sonido de sirenas que ya comenzaban a acercarse.
    Jimoto aterrizó sobre la farola de un poste, observando la escena desde arriba. En la esquina de la avenida, un grupo de maleantes armados había rodeado a varios transeúntes, exigiéndoles sus pertenencias con amenazas. Uno de ellos agitaba un arma en el aire, gritando órdenes mientras los demás revisaban bolsillos y bolsos. Jimoto chasqueó la lengua. Ya había visto suficiente. —No es su día de suerte, chicos —dijo, dejándose caer del poste con un giro acrobático. Los maleantes se sobresaltaron cuando su figura impactó el suelo con un leve crujido del pavimento. Uno de ellos, el del arma, reaccionó de inmediato y apuntó directo a su cabeza. —¡¿Quién demonios eres tú?! Jimoto inclinó la cabeza, con las manos en la cintura. —¿De verdad? ¿Aún no me reconocen? Qué decepción… El criminal no dudó. Jaló el gatillo. *¡BANG! ¡BANG! ¡BANG!* Las balas salieron disparadas, pero Jimoto apenas se inmutó. Con un movimiento veloz, levantó la mano y atrapó los proyectiles en el aire, uno tras otro. Los casquillos calientes se deslizaron por su palma antes de caer al suelo con un tintineo metálico. El silencio fue absoluto. Los maleantes quedaron boquiabiertos. Uno de ellos, el más joven, murmuró con la voz temblorosa: —N-no puede ser… Jimoto abrió la mano, dejando que los proyectiles cayesen al asfalto. Luego, levantó la mirada y sonrió con confianza. —¿Qué decían de suerte? El que había disparado se puso pálido. Maldijo entre dientes y trató de disparar de nuevo, pero Jimoto ya estaba en movimiento. En un parpadeo, se deslizó por el suelo y golpeó su muñeca, haciendo que el arma volara por los aires. Antes de que los demás pudieran reaccionar, lanzó una patada giratoria que derribó a dos de ellos de un solo golpe. Los otros intentaron correr, pero Jimoto los interceptó con movimientos fluidos, esquivando ataques torpes y dejándolos inconscientes en cuestión de segundos. Cuando el último cayó, se sacudió las manos y suspiró. Los civiles, aún en shock, lo observaban sin saber qué decir. Jimoto sonrió y les hizo un gesto despreocupado. —Todo bajo control. Ahora, llamen a la policía. Y con eso, se impulsó hacia una azotea cercana y desapareció entre los edificios, dejando atrás el sonido de sirenas que ya comenzaban a acercarse.
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